En cuanto Nick le quitó la correa, el perro subió brincando las escaleras.
– Cualquiera diría que tiene una misión -dijo Nick, mirándolo.
– Se tumbará en un rincón de mi cuarto y se pasará horas royendo esa cosa.
– Parece que os estáis tomando cariño.
– No, qué va. Ese animal apestoso volverá a su casa en cuanto encontremos a su mamá -o, al menos, eso se decía ella. Pero lo cierto era que se sentiría terriblemente traicionada si Rachel Endicott aparecía y Harvey salía corriendo hacia ella sin mirar siquiera atrás. La sola idea era como una puñalada. Bueno, tal vez no una puñalada. Pero sí un pinchazo agudo.
El caso era que todo ese rollo de Gwen era cierto. Cada vez que dejaba que alguien se acercara a ella, incluido un perro, normalmente acababa pasándolo mal. Así que procuraba protegerse. Aquélla era una de las pocas cosas en su atormentada vida de las que podía defenderse. Una de las pocas cosas sobre las que tenía control.
Se dio cuenta de que Nick estaba apoyado en la encimera de la cocina, observándola, y que una expresión preocupada nublaba sus ojos de un azul cristalino.
– Maggie, ¿estás bien?
– Sí, estoy bien -respondió ella, y al ver la sonrisa de Nick comprendió que había dudado demasiado como para convencerlo.
– ¿Sabes una cosa? -dijo él, acercándose lentamente. Se detuvo frente a ella y la miró a los ojos-. ¿Por qué no me dejas que cuide de ti esta noche?
Sus dedos le rozaron la mejilla. Maggie se sintió atravesada por una corriente eléctrica que ya conocía, y supo exactamente a qué se refería él al decir que quería cuidar de ella.
– No puedo, Nick.
Notó su aliento en el pelo. Sin prestar atención a sus palabras, Nick comenzó a besarla, siguiendo el camino trazado por sus dedos. Su respiración era ya agitada cuando rozó la boca de Maggie. Pero, en lugar de besarla, pasó a la otra mejilla. Sus labios se movieron sobre los párpados de ella, sobre su nariz, su frente y su pelo.
– Nick -repitió Maggie, preguntándose si su voz sería audible. El corazón le palpitaba tan fuerte en los oídos que ni siquiera oía sus pensamientos. Pero sus procesos mentales parecían haberse detenido. En vez de concentrarse en los movimientos de las manos y los labios de Nick, se puso a pensar en el borde de la encimera, que se le clavaba en la espalda, como si así pudiera aferrarse a la realidad y evitar ser arrastrada por el deseo.
Por fin, Nick se detuvo y la miró a los ojos; su cara seguía pegada a la suya. Dios, qué fácil le resultaría perderse en sus ojos, en aquel cálido océano azul. Él acariciaba sus hombros. Deslizó los dedos bajo el cuello de su camisa y acarició suavemente su garganta y su nuca.
– Sólo quiero que estés a gusto, Maggie.
– Nick, no puedo hacer esto, de verdad -se oyó decir, mientras el cosquilleo de su estómago desmentía sus palabras, gritándole que las retirara.
Nick sonrió, y volvió a acariciarle la mejilla.
– Lo sé -dijo, respirando hondo. No parecía decepcionado, ni herido, sino sólo resignado, casi como si esperara de antemano su rechazo-. Sé que no estás preparada. Lo de Greg está aún muy fresco.
Era maravilloso que él lo comprendiera, porque la propia Maggie no estaba segura de hacerlo. ¿Cómo podía explicárselo?
– Con Greg, era tan cómodo… -sabía que no debía decir aquello. Advirtió la expresión herida de los ojos de Nick.
– ¿Y conmigo, no?
– Contigo es… -sus dedos, que seguían acariciándola, la distraían, agitando su respiración. ¿Intentaba hacerla cambiar de idea? ¿Se daba cuenta de lo fácil que le sería?-. Contigo -intentó continuar-, es tan intenso, que me asusta.
Ya estaba dicho. Lo había admitido en voz alta.
– Te asusta, porque podrías perder el control -él la miró a los ojos fijamente.
– Dios, qué bien me conoces, Nick.
– ¿Sabes qué? Cuando estés lista, y fíjate que digo «cuando» y no «si» -dijo él, con los ojos aún fijos en ella, mientras seguía acariciándola-, dejaré que controles todo lo que quieras. Pero esta noche, Maggie, sólo quiero que te sientas bien.
El cosquilleo se reavivó, disparándose de inmediato.
– Nick…
– Estaba pensando que a lo mejor podía hacerte la cena.
Los hombros de Maggie se relajaron al instante, y suspiró, sonriendo.
– Ignoraba que supieras cocinar.
– Hay muchas cosas que sé hacer y que no te he mostrado… aún -y, esta vez, fue Nick quien sonrió.
Maggie apenas podía creer que de la cocina saliera un aroma tan delicioso. Hasta Harvey bajó a echar un vistazo y a acercar la nariz.
– ¿Dónde aprendiste a cocinar así?
– Eh, que soy italiano -Nick fingió un acento que no sonaba en absoluto a italiano mientras removía la salta de tomate-. Pero no se lo digas a Christine.
– ¿Temes arruinar tu reputación?
– No, pero no quiero que deje de invitarme a cenar.
– ¿Así hay suficiente ajo? -ella dejó de cortar el ajo un momento para que Nick supervisara su tarea.
– Pica un diente más.
– ¿Qué tal están Christine y Timmy? -Maggie se había encariñado con la hermana y el sobrino de Nick durante su corta estancia en Nebraska.
– Bien. Muy bien. Bruce ha alquilado un apartamento en Platte City. Christine lo está obligando a esforzarse si quiere volver con ellos. Creo que quiere asegurarse de que sus tiempos de donjuán se han acabado definitivamente. Ten, prueba esto -le alargó la cuchara de madera, manteniendo la mano abierta debajo para que las gotas no cayeran al suelo.
Ella probó cuidadosamente la cuchara.
– Un poco más de sal y mucho más ajo.
– Entonces, ¿puedes contarme algo sobre esa Tess que trae loco a Will? ¿Tienes alguna idea de lo que le ha pasado?
Maggie no sabía por dónde empezar, ni cuánto quería contarle. Todo eran meras suposiciones. Vio que Nick tomaba un puñado de sal y que lo esparcía sobre la cazuela puesta al fuego. Le gustaba cómo se movía por la cocina, como si llevara años preparando la cena para los dos. Harvey lo seguía ya de un lado a otro como si fuera el nuevo amo de la casa.
– Tess era mi agente inmobiliario. Me vendió esta casa y luego, menos de una semana después, desapareció.
Maggie aguardó, preguntándose si él comprendería el significado de sus palabras, si podría establecer él solo la conexión. ¿O era ella la única que veía claramente aquella conexión? Él se acercó a la encimera junto a la cual Maggie estaba sentada en un taburete, picando ajos. Sirvió más vino en los vasos de ambos y bebió un trago. Por fin, la miró.
– ¿Crees que Stucky la ha matado? -dijo con voz pausada y franca.
– Sí. O, si no la ha matado, tal vez en este momento ella esté deseando que lo haga de una vez.
Evitó sus ojos y fingió concentrarse en los trocitos de ajo. No quería pensar en Stucky cosiendo a puñaladas a Tess McGowan, o sometiendo su cuerpo y su espíritu a sus pasatiempos de torturador. Comenzó a cortar los ajos con brusquedad, torvamente. Se detuvo, esperó a que su incipiente cólera se disipara y le alargó la tabla a Nick.
Por suerte para ella, Nick la tomó sin mencionar el leve temblor de sus manos. Echó el ajo picado en la humeante salsa de tomate y al instante un nuevo aroma inundó la cocina.
– Will me ha dicho que había un coche aparcado frente a la casa de Tess la mañana que se fue.
– Manx comprobó la matrícula en el Departamento de Vehículos a Motor -era una de las pocas cosas que Manx le había contado a regañadientes-. El número pertenece a Daniel Kassenbaum, el novio de Tess.
Nick giró la cabeza para mirarla.
– ¿El novio? ¿Alguien lo ha interrogado?
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