Eso no significaba que quisiera quedarse. Odiaba sentirse atrapada. Y aquel agujero le recordaba demasiado al oscuro sótano donde la encerraban sus tíos para castigarla. De niña, estar encerrada bajo tierra durante una hora era aterrador. Pero estar encerrada un día o dos, era inimaginable. Ni siquiera de mayor había logrado recordar qué había hecho para merecer semejante castigo. Por el contrario, a menudo había estado dispuesta a creer a su tía cuando le decía que era un demonio y la arrastraba a aquella húmeda cámara de tortura. Cada vez que aquello ocurría, Tess suplicaba perdón y lamentaba a gritos lo que había hecho.
– No se aceptan tus disculpas -le decía siempre su tío, riendo.
En la oscuridad, Tess rezaba una y otra vez para que su madre fuera a rescatarla, recordando sus últimas palabras: «Volveré, Tessy». Pero nunca había vuelto. Nunca había regresado a por ella. ¿Cómo había podido dejarla con aquellas personas tan malvadas?
A medida que fue creciendo y haciéndose más fuerte, su tía ya no pudo con ella. Fue entonces cuando intervino su tío. Sólo que el castigo elegido por él tenía lugar de noche, cuando se introducía sigilosamente en el dormitorio de Tess. Cuando ésta intentó impedirle el paso, él quitó la puerta del dormitorio. Al principio, ella gritaba, sabiendo que, sin la puerta para amortiguar su voz, su tía tenía que oírla. No tardó mucho en darse cuenta de que su tía siempre la había oído, siempre lo había sabido todo. Pero, sencillamente, no le importaba.
Tess huyó a Washington D. C. a los quince años. Rápidamente aprendió que podía ganar dinero haciendo lo que su tío le había enseñado a hacer gratis. A los quince años ya follaba con congresistas y generales de cuatro estrellas. De eso hacía casi veinte años, y sin embargo hacía muy poco que había logrado escapar de aquella vida. Por fin había emprendido una vida elegida. Y no pensaba acabarla allí. Ahora no. No en aquella tumba remota, donde nadie la encontraría nunca.
Se puso en pie y se acercó a la mujer. Se agachó junto a ella y le puso suavemente la mano sobre el hombro.
– No sé si puedes oírme. Me llamo Tess. Quiero que sepas que vamos a salir de aquí. No permitiré que mueras aquí.
Tess acercó un tronco para sentarse junto a la mujer a la luz del sol. Tenía que descansar el tobillo. Enterró los dedos en el barro. A pesar de que sentía contra la piel las viscosas lombrices, el barro aliviaba las grietas, los cortes y las contusiones de sus pies.
Observó los salientes de las rocas y las raíces, intentando idear un plan. Justo cuando empezaba a pensar que sería imposible, la mujer se movió ligeramente a su lado y, sin abrir los ojos, dijo:
– Me llamo Rachel.
Maggie no sabía qué esperaba. ¿Podían ser Albert Stucky o Walker Harding tan estúpidos como para dejarse atrapar por la policía local de Newburgh Heights? Sin embargo, cuando Manx la introdujo en la sala de interrogatorios, se le cayó el alma a los pies. Aquel hombre joven y atractivo parecía más un estudiante universitario que el curtido delincuente al que Manx le había descrito al insistir en que parecía culpable de algo. El chico hasta se levantó al verla entrar en la habitación, incapaz de abandonar sus buenos modales a pesar de lo incómodo de su situación.
– Ha habido un tremendo malentendido -le dijo como si ella fuera la nueva cara de la razón.
Llevaba unos pantalones chinos y un jersey de cuello redondo. Tal vez Manx considerara que, en Newburgh Heights, los ladrones vestían así.
– Siéntate de una puta vez, chaval -le espetó Manx como si el muchacho fuera a abalanzarse sobre ella.
Maggie pasó junto a Manx y se sentó a la mesa, frente al joven. Este volvió a deslizarse en la silla, retorciéndose las manos sobre la mesa, mirando a Manx y a los otros dos agentes uniformados que había en la habitación.
– Soy la agente especial Margaret O'Dell, del FBI -esperó a que el chico fijara los ojos en ella.
– ¿Del FBI? -pareció preocupado y comenzó a removerse en la silla-. A Tess le ha pasado algo, ¿verdad?
– Sé que ya se lo habrá explicado todo a los agentes, pero¿le importaría repetirme cómo conoció a la señorita McGowan, señor…?
– Finley. Me llamo Will Finley. Conocí a Tess el fin de semana pasado.
– ¿El fin de semana pasado? Así que no eran amigos desde hacía mucho tiempo. ¿Le enseñó ella alguna casa?
– ¿Cómo dice?
– La señorita McGowan era agente inmobiliario. ¿Le enseñó alguna casa el fin de semana pasado?
– No. Nos conocimos en un bar. Pasamos… pasamos la noche juntos.
Maggie se preguntó si sería mentira. Tess McGowan no le había parecido muy aficionada a los bares. Además, suponía que tenía más o menos su edad. No podía imaginar que se detuviera a mirar dos veces a aquel muchacho. A menos que intentara vengarse de su novio, aquel relamido tipo del club de campo. Pero, naturalmente, tampoco podía imaginarse a Tess McGowan con un individuo al que el agente Tully consideraba un gilipollas y un arrogante. Pero entonces se dio cuenta de que no se había molestado en conocer mejor a Tess McGowan. Sin embargo, estaba segura de que Will Finley no tenía nada que ver con su desaparición. Ahora se alegraba de no haber arrancado a Tully del almuerzo con su hija.
– ¿Qué le ha pasado a Tess? -preguntó Will Finley. Parecía sinceramente preocupado.
– A lo mejor deberías decírnoslo tú -dijo secamente Manx detrás de Maggie.
– ¿Cuántas veces se lo tengo que decir? Yo no le he hecho nada. No la he visto desde el lunes. Ni siquiera me ha devuelto las llamadas. Estaba preocupado por ella -se pasó una mano temblorosa por la cara.
Maggie se preguntó cuánto tiempo llevaba allí. Parecía exhausto y con los nervios deshechos. Sabía que, tras muchas horas escuchando las mismas preguntas, en la misma habitación, sentado en la misma postura, hasta el más inocente podía desplomarse.
– Will -aguardó de nuevo a que la mirara-, no estamos seguros de qué le ha pasado a Tess, pero ha desaparecido. Tal vez tú puedas ayudarnos a encontrarla -él la miró como si no supiera si creerla o si era un truco-. ¿Hay algo que puedas recordar? -continuó ella, manteniendo la voz pausada y firme, a diferencia de Manx-. ¿Alguna cosa que puedas decirnos que nos ayude a encontrarla?
– No estoy seguro. Quiero decir que, en realidad, no la conozco muy bien.
– Pero sí lo suficiente como para follártela, ¿eh? -dijo Manx, insistiendo en hacer el papel de poli malo.
Maggie no le hizo caso, pero Will Finley lo miró fijamente y se removió, inquieto, en la silla. Manx tenía razón al decir que el chico ocultaba algo. Pero no porque le hubiera hecho daño a Tess, sino porque su aventura era posiblemente secreta.
– ¿Dónde pasasteis la noche juntos?
– Mire, conozco mis derechos, y sé que no tengo por qué contestar a sus preguntas -parecía haberse puesto a la defensiva. Maggie no podía reprochárselo, sobre todo teniendo en cuenta que Manx lo trataba como si fuera sospechoso de algo.
– No, no tiene que contestar a mis preguntas. Pero pensaba que tal vez querría ayudarnos a encontrar a Tess -Maggie intentó persuadirlo suavemente.
– No sé de qué va a servirles saber dónde, cuándo o cómo pasamos la noche.
– Oye, chaval, te tiraste a una tía madurita. Deberías estar deseando contarnos los detalles.
Maggie se levantó y miró fijamente a Manx, intentando mantener la calma y refrenar su impaciencia.
– Detective Manx, ¿le importa que hable un momento a solas con el señor Finley?
– No creo que sea buena idea.
– ¿Y eso por qué?
– Bueno… -Manx vaciló, intentando inventar una excusa. Maggie casi podía oír el chirrido de los herrumbrosos engranajes de su cabeza-. Puede que sea peligroso que se quede a solas con él.
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