Alex Kava - Sin Aliento

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Lo llamaban el Coleccionista, porque seguía el ritual de reunir a sus víctimas antes de deshacerse de ellas de la manera más atroz imaginable. La agente especial del FBI Maggie O'Dell le había seguido la pista durante dos largos años, terminando por fin con aquel juego del gato y el ratón. Pero ahora Albert Stucky se había fugado de la cárcel… y estaba preparando un nuevo juego para Maggie O’Dell.
Desde que atrapara a Stucky, había estado caminando sobre la cuerda floja, luchando contra sus pesadillas y la culpabilidad por no haber podido salvar a las víctimas. Ahora que Stucky estaba de nuevo en libertad, la habían apartado del caso, pero sabía que era cuestión de tiempo que la volvieran a aceptar… Cuando el rastro de víctimas de Stucky comenzó a apuntar cada vez más claramente a Maggie, ésta fue incorporada de nuevo al caso bajo la supervisión del agente especial R. J. Tully. Juntos tendrían que enfrentarse a una carrera contrarreloj para atrapar al asesino, que siempre iba un sangriento paso por delante. Pero Maggie sentía que había llegado al límite. ¿Su deseo de detener a Albert Stucky se había convertido en una cuestión de venganza personal? ¿Había cruzado la línea? Tal vez ése fuera el objetivo de Stucky desde el principio… convertirla en un monstruo.

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Tully reconoció las fotos. O'Dell había sacado una serie de fotografías de Polaroid que mostraban las heridas de una de las víctimas. De no haber estado marcadas, habría sido difícil adivinar que pertenecían a la misma mujer. Era uno de los cinco cuerpos hallados en la fosa común. Uno de los pocos descubiertos antes de su descomposición o de que los animales lo devoraran. Uno de los pocos que estaba entero e intacto.

– Ésta era Helen Kreski -dijo O'Dell sin mirar el nombre-. Era una de las cinco a las que me refería. Stucky la asfixió y la acuchilló repetidamente. El pezón izquierdo le fue arrancado de un mordisco. Tenía la muñeca y el brazo derecho rotos. En la pierna izquierda tenía clavada una flecha rota, con la punta todavía intacta -la voz de O'Dell era pausada, demasiado quizá, como si se hubiera enajenado completamente-. Encontramos tierra en sus pulmones. Estaba todavía viva cuando la enterró.

– Cielo santo, qué loco hijo de puta.

– Tenemos que pararlo, agente Tully. Tenemos que hacerlo antes de que vuelva a retirarse a su madriguera. Antes de que huya y se esconda y empiece a jugar con su nueva colección.

– Lo haremos. Sólo tenemos que averiguar dónde demonios se esconde -Tully prefirió no detenerse a pensar que O'Dell había utilizado la expresión «pararlo», no «atraparlo». Se apartó de ella y volvió a mirar su reloj-. Tengo que irme sobre las once. Le prometí a mi hija que comería con ella -O'Dell había vuelto a enfrascarse en los informes de Ganza. Estaba leyendo por tercera vez el análisis de las huellas dactilares. Tully se preguntaba si lo había oído siquiera-. Eh, ¿por qué no nos acompaña? -ella alzó la mirada, sorprendida por su invitación-. Sigo pensando que las huellas pertenecen a alguien que fue a ver la casa -dijo él, refiriéndose al informe de las huellas dactilares encontradas en Archer Drive y desviando la cuestión por si ella no quería aceptar su invitación.

– Limpió el baño de arriba abajo -dijo ella-, pero se dejó dos huellas. No, quería que las encontráramos. Ya lo ha hecho antes. Así fue como logramos identificarlo al fin -Tully vio que se frotaba los ojos como si el recuerdo avivara su cansancio-. En aquel momento, desconocíamos su nombre. No teníamos ni idea de quién era El Coleccionista -continuó ella-. Al parecer, Stucky pensó que estábamos tardando demasiado en identificarlo. Creo que nos dejó una huella a propósito. Era tan evidente, tan descarado, que tuvo que ser adrede.

– Pero, si éstas las dejó adrede, ¿por qué se molestó en limpiarlo todo? Antes nunca se había preocupado por eso.

– Tal vez limpió porque quería usar la casa otra vez.

– ¿Para McGowan?

– Sí.

– Está bien. Pero ¿para qué iba a molestarse en dejarnos una huella que ni siquiera le pertenece a él, igual que en el contenedor de detrás de la pizzería y en el paraguas de Kansas City?

O'Dell vaciló, dejó de revolver entre los papeles y lo miró como si dudara si decirle algo o no.

– Keith no ha podido identificar esas huellas con las que existen en el registro del FBI. Pero dice que está casi seguro de que los tres pares de huellas pertenecen a la misma persona.

– ¿En serio? ¿Está seguro? Si fuera así, puede que no se trate de Stucky, después de todo.

Tully la miró fijamente, esperando su reacción. El rostro de O'Dell permaneció impasible, al igual que su voz cuando dijo:

– Las muertes de Jessica y de Rita en Kansas City se produjeron en un espacio de tiempo muy corto. Sé que acabo de decir que pudo hacerlo Stucky, pero la penetración anal que sufrió Jessica no es propia de su modus operandi. Además, Jessica era mucho más joven que sus otras víctimas.

– Entonces, ¿qué está sugiriendo, O'Dell? ¿Piensa que el asesino de Jessica es un imitador?

– O un cómplice.

– ¿Qué? ¡Eso es absurdo!

Ella volvió a enfrascarse en los archivos. Tully advirtió que incluso a ella le costaba digerir aquella hipótesis. O'Dell estaba acostumbrada a trabajar sola y a plantear teorías sin compartirlas con nadie. De pronto, Tully comprendió que, si le había hablado de aquella sospecha, era porque confiaba en él.

– Mire, sé que habla en serio, pero ¿para qué iba Stucky a buscarse un cómplice? Reconocerá que eso es muy atípico, tratándose de un asesino en serie.

A modo de respuesta, O'Dell sacó algunas hojas fotocopiadas que parecían artículos de revistas y periódicos y se los alargó a Tully.

– ¿Recuerda que Cunningham dijo que había encontrado el nombre de Walker Harding, el antiguo socio de Stucky, en la lista de pasajeros del avión? -Tully asintió y empezó a hojear los artículos-. Algunos de esos recortes se remontan a varios años atrás -le dijo ella.

Eran artículos de Forbes, el Wall Street Journal, PC World y otras publicaciones económicas. El artículo de Forbes incluía una fotografía. Aunque la granulosa copia en blanco y negro había difumado muchos de sus rasgos, los dos hombres fotografiados podían haber pasado por hermanos. Ambos tenían el pelo negro, la cara fina y los rasgos afilados. Tully reconoció los ojos oscuros y penetrantes de Albert Stucky, cuya ausencia de color saltaba a la vista pese a que la copia era mala. El más joven sonreía, mientras que Stucky permanecía serio e impasible.

– Supongo que éste será su socio.

– Sí. Un par de artículos mencionan que los dos tenían mucho en común y que eran extremadamente competitivos. Sin embargo, parece que su asociación concluyó de forma amistosa. Me pregunto si todavía estarán en contacto. Y si todavía seguirán compitiendo, sólo que en un nuevo juego.

– Pero ¿a santo de qué, después de tantos años? Si iban a hacer algo así, ¿por qué no se asociaron cuando Stucky empezó a matar?

O'Dell se sentó y se sujetó algunos mechones sueltos tras las orejas. Parecía agotada. Como si le leyera el pensamiento a Tully, dio un sorbo a su Pepsi sin azúcar, que parecía ser su sustituto del café. Aquélla era la tercera que se tomaba esa mañana.

– Stucky siempre ha sido un solitario -explicó ella-. No he investigado a Harding, aparte de esos artículos, pero resulta extraño que Stucky se asociara con él. No lo había pensado nunca, pero puede que entre ellos hubiera, o haya todavía, una fuerte conexión, un vínculo que tal vez Stucky no haya descubierto hasta hace poco. O quizá haya otra razón que explique que haya recurrido a su viejo amigo.

Tully sacudió la cabeza.

– Eso me parece muy aventurado, O'Dell. Usted sabe tan bien como yo que, estadísticamente, los asesinos en serie no actúan con socios, ni cómplices.

– Pero Stucky no se ajusta a las estadísticas. Le he dicho a Keith que compruebe si disponemos de alguna huella de Harding. Así veremos si se corresponden con las huellas halladas en la escena del crimen.

Tully revisó los artículos, mirando por encima el texto hasta que algo llamó su atención.

– Parece que su teoría tiene una pequeña pega, O'Dell.

– ¿Cuál?

– En este artículo del Wall Street Journal hay una nota a pie de página. Stucky y Harding liquidaron su sociedad después de que a Harding le fuera diagnosticada una enfermedad.

– Sí, ya lo he visto.

– Pero ¿ha acabado de leerlo? La parte de debajo de la fotocopia está borrosa. A menos que Walker Harding encontrara una cura milagrosa, no puede ser el socio de Stucky. Aquí dice que se estaba quedando ciego.

Capítulo 49

Maggie aguardó hasta que Tully se marchó para ir a comer con su hija y luego empezó a buscar datos sobre Walker Harding, aporreando las teclas del ordenador para comprobar los archivos del FBI y otras páginas y directorios de Internet.

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