– Pues le echaremos a perder las vacaciones. ¿Qué hay de su novio?
– Ese tipo, Daniel Kassenbaum, tiene una casa y un negocio en Washington D. C., y otra casa y otro despacho en Newburgh Heights. Ayer conseguí al fin dar con él en su club de campo. No parecía muy preocupado. En realidad, me dijo que sospechaba que McGowan lo estaba engañando. Luego se apresuró a añadir que en su relación no había ataduras de ningún tipo. Eso dijo. Así que supongo que si sus sospechas son ciertas, tal vez ella se haya ido con algún amante secreto.
O'Dell alzó la mirada hacia él.
– Si el novio cree que lo estaba engañando, ¿podemos estar seguros de que no tiene nada que ver con su desaparición?
– La verdad, no creo que a ese tipo le importe mucho que lo esté engañando, siempre y cuando le dé lo que quiere -O'Dell parecía sorprendida. Tully sintió una súbita ofuscación y comprendió que para él aquél era asunto delicado. Kassenbaum le recordaba demasiado a ese gilipollas por el que lo había dejado Caroline. Aun así, continuó-. Me dijo que la última vez que la vio fue cuando se quedó a dormir en su casa de Newburgh Heights, el martes por la noche. Pero, si creía que le estaba poniendo los cuernos, ¿por qué consentía que se quedara a pasar la noche en su casa?
O'Dell se encogió de hombros.
– Me rindo. ¿Por qué?
Tully no sabía si hablaba en serio o si se estaba burlando de él.
– ¿Por qué? Pues porque es un capullo arrogante que no se preocupa más que de sí mismo. De modo que, mientras pueda pasárselo pipa, ¿qué le importa a él? -ella lo miró fijamente. Tully comprendió que debería haberse mordido la lengua-. ¿Qué ven las mujeres en tipos como ése?
– ¿Pasárselo pipa? ¿Así es como lo llaman en Ohio?
Tully sintió que se ponía colorado, y O'Dell sonrió. Volvió a concentrarse en los informes, dejando libre a Tully sin percatarse de cuánto lo ofuscaba aquel tema. La noche anterior, Daniel Kassenbaum lo había tratado como si fuera un criado con el que no podía perder su precioso tiempo y lo había reprendido por haber interrumpido su cena. Ni siquiera se le había ocurrido pensar que él había prescindido de la cena para buscar a su novia. Tal vez Tess McGowan se hubiera ido realmente con un amante secreto. Si así era, el tal Kassenbaum se lo tenía bien merecido.
Tully se quedó mirando el mapa otra vez. Habían rodeado con círculos las posibles localizaciones, en su mayor parte en remotas zonas boscosas. Había demasiadas que comprobar. El único indicio que tenían era el barro con partículas brillantes encontrado en el coche de Jessica Beckwith y en la casa de Rachel Endicott. Keith Ganza había reducido el número de posibles mezclas químicas que formaban aquella sustancia metálica, pero ni siquiera así habían logrado disminuir el número de posibles localizaciones. En realidad, Tully se preguntaba si no estarían buscando en sitios equivocados. Tal vez debieran buscar en zonas industriales abandonadas, en vez de en áreas de monte. A fin de cuentas, Stucky había utilizado una fábrica abandonada de Miami para ocultar su colección hasta que O'Dell lo descubrió.
Decidió probar su teoría con O'Dell.
– ¿Y si fuera una zona industrial?
Ella interrumpió lo que estaba haciendo y se acercó a él para estudiar el mapa.
– ¿Está pensando en los productos químicos que Keith encontró en el barro?
– Sé que no encaja con la pauta de comportamiento habitual de Stucky, pero lo mismo ocurrió con la fábrica de Miami -nada más decirlo, miró a O'Dell, pensando que tal vez aquél siguiera siendo un tema espinoso. Pero ella no pareció inmutarse.
– Sea donde sea donde se esconde, no puede estar muy lejos. Imagino que estará a una hora, o como mucho a una hora y media de aquí -trazó con el dedo índice un círculo de un radio de ochenta a ciento veinte kilómetros, tomando como centro su casa de Newburgh Heights-. No puede llevárselas muy lejos y seguir vigilandome.
Tully la miró de reojo, buscando de nuevo algún signo de la angustia, del terror que había presenciado la otra noche. No lo sorprendió que ella enmascarara aquellas emociones. O'Dell no sería la primera agente del FBI que procuraba compartimentar sus emociones. Sin embargo, Tully notaba que le costaba gran trabajo. Se preguntaba cuánto tiempo podría contenerlas sin resquebrajarse otra vez.
– Puede que el mapa no muestre antiguas zonas industriales abandonadas. Comprobaré si el Departamento de Estado tiene algo que pueda servirnos.
– No se olvide de Maryland y del Distrito Federal.
Tully hizo unas anotaciones en la bolsa marrón de McDonald's en la que había llevado su almuerzo: un hojaldre relleno de salchicha y unas patatas fritas. Durante un instante, intentó recordar cuándo había comido por última vez algo que no procediera de una bolsa. Tal vez se llevara a Emma a comer a algún sitio bonito. Nada de comida rápida. A algún sitio con manteles.
Cuando se dio la vuelta, O'Dell había vuelto junto a la mesa. Miró por encima de su hombro las fotos que ella había clasificado. Sin levantar la mirada hacia él, O'Dell dijo casi en un susurro:
– Tenemos que encontrarlas, agente Tully. Tenemos que encontrarlas muy pronto, o será demasiado tarde.
No hacía falta que Tully preguntara a quién se refería. Estaba hablando de McGowan y también de su vecina, Rachel Endicott. Tully seguía dudando de que aquellas dos mujeres hubieran desaparecido, y más aún de que estuvieran en poder de Stucky. Pero no se lo dijo a O'Dell, como tampoco le dijo que había hablado con el detective Manx de Newburgh Heights. Con un poco de suerte, aquel testarudo imbécil se avendría a enseñarle las pruebas que había recogido en casa de los Endicott. Aunque Tully no tenía muchas esperanzas. El detective Manx le había dicho que el caso se reducía a una aburrida ama de casa que se había escapado con un empleado de la telefónica. Le repugnaba pensar que Manx pudiera tener razón. Tully sacudió la cabeza. ¿Qué les pasaba a las mujeres casadas? No le apetecía tener que acordarse de Caroline por segunda vez esa mañana.
– Si tiene razón respecto a Tess McGowan y la señora Endicott -dijo, evitando cuidadosamente que sus dudas afloraran a su voz-, eso significa que Stucky ha matado a dos mujeres y secuestrado a otras dos en tan sólo una semana. ¿Está segura de que ha podido darse tanta prisa?
– Es difícil, pero no imposible. Tuvo que llevarse a Rachel Endicott el viernes pasado por la mañana. Luego volvió a Newburgh Heights, vio a Jessica entregar la pizza, la atrajo a la casa de Archer Drive y la mató el viernes por la noche, o el sábado de madrugada a más tardar.
– ¿No le parece demasiado?
– Sí -admitió ella-, pero no para Stucky.
– Después averiguó de algún modo que estaba usted en Kansas City. Incluso se enteró de dónde se alojaba. Los vio a usted, a Delaney y a Turner hablando con la camarera…
– Con Rita.
– Sí, con Rita. Eso, ¿cuándo fue? ¿El domingo por la noche?
– Sí, más o menos a medianoche… O, mejor dicho, el lunes de madrugada. Si Delores Heston no se equivoca, Tess enseñó la casa de Archer Drive el miércoles -evitó los ojos de Tully-. Sé que parece demasiado, pero recuerde que ya lo ha hecho otras veces -empezó a rebuscar de nuevo entre las fotos-. Nunca resulta fácil seguir la pista de Stucky. Algunos de los cuerpos fueron hallados mucho después de su desaparición. Algunos estaban en tan avanzado estado de descomposición que sólo pudimos aventurar el momento de la muerte. Pero creemos que la primavera anterior a su captura mató a dos mujeres cuyos cuerpos abandonó en contenedores y secuestró a otras cinco para su colección. Y todo ello en el espacio de dos o tres semanas. Por lo menos, ése es el intervalo en el que se denunció la desaparición de las mujeres. No encontramos esos cincos cuerpos hasta meses después. Estaban todos ellos en una fosa común. Las mujeres habían sido torturadas y asesinadas en intervalos distintos. Había indicios de que a algunas de ellas las mató dándoles caza por el bosque. Parece que pudo usar una ballesta.
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