– ¿Por qué demonios no es el marido el principal sospechoso? -de pronto, Gwen parecía irritada-. A mí, ésa me parecería la explicación más lógica.
– Tendrías que conocer al detective Manx para entenderlo. No creo que ese hombre esté abordando nada de esto de manera lógica.
– No sé si es el único. El marido parece ser el sospechoso más plausible, y sin embargo aquí estás, convencida de que Stucky secuestró a Rachel porque… A ver, dejemos esto claro. ¿Piensas que Stucky raptó a Rachel Endicott porque estás segura de que mató a la repartidora y porque encontrasteis envoltorios de caramelos en ambas casas?
– Y barro. No te olvides del barro -Maggie comprobó el informe de laboratorio acerca del coche de Jessica. El barro recuperado del acelerador contenía alguna clase de residuo metálico que Keith iba a analizar. Maggie pensó de nuevo en el barro con partículas brillantes que había visto en las escaleras de Rachel Endicott. Pero ¿y si Manx no se había molestado en recogerlo? Y, aunque lo hubiera hecho, ¿cómo podía ella comparar ambas muestras? Era improbable que Manx la dejara acceder a sus informes.
– Está bien -dijo Gwen-. Lo del barro lo entiendo, si se puede establecerse que es el mismo. Pero ¿encontrar envoltorios de caramelos en ambas casas? Lo siento, Maggie, pero eso parece un poco traído por los pelos.
– Stucky abandona órganos humanos en recipientes de comida para llevar sólo por diversión, con el único propósito de exhibirse. ¿Por qué no iba a dejar envoltorios de caramelos sólo para mofarse de nosotros? Como si quisiera demostrarnos que es capaz de cometer un asesinato de una crueldad inconcebible y luego comerse un dulce.
– Entonces, según tú, ¿los envoltorios forman parte del juego?
– Sí -Maggie levantó la mirada. Gwen no parecía muy convencida-. ¿Por qué te resulta tan difícil de creer?
– ¿Has pensado alguna vez que tal vez respondan a una necesidad? Puede que el asesino o incluso las víctimas sufran una deficiencia de insulina. A veces, las personas con diabetes llevan caramelos para evitar las fluctuaciones en sus niveles de insulina. Fluctuaciones causadas posiblemente por el estrés, o por una dosis excesiva de insulina inyectada.
– Stucky no es diabético.
– ¿Lo sabes con toda certeza?
– Sí -dijo Maggie con firmeza, y entonces se dio cuenta de que nunca se habían realizado pruebas de diabetes en las muestras de sangre y ADN de Stucky.
– ¿Cómo puedes estar tan segura? -insistió Gwen-. Un tercio de la gente que padece diabetes tipo II ni siquiera lo sabe. No es algo que se compruebe en los análisis rutinarios, a menos que haya síntomas o antecedentes familiares. Y debo decirte que los síntomas, sobre todo los iniciales, pueden pasar inadvertidos.
Maggie sabía que Gwen tenía razón. Pero, si Stucky fuera diabético, ella lo sabría. Tenían muestras de su sangre y de su ADN. A no ser que la enfermedad se hubiera manifestado recientemente. No, no podía concebir que Albert Stucky fuera vulnerable a nada, salvo, quizás, a las balas de plata o a una estaca clavada en el corazón.
– ¿Qué me dices de las víctimas? -sugirió Gwen-. Tal vez los caramelos pertenezcan a las víctimas. ¿Alguna posibilidad de que fueran diabéticas?
– Sería demasiada coincidencia. Y yo no creo en las coincidencias.
– No, tú prefieres creer que Albert Stucky secuestró a tu vecina, quien por cierto no era aún tu vecina, y a una agente inmobiliario simplemente porque le compraste una casa. Debo decirte, Maggie, que todo esto suena un poco ridículo. No tienes absolutamente ninguna prueba de que esas mujeres hayan desaparecido en realidad, y mucho menos de que Stucky se las haya llevado.
– Gwen, no es coincidencia que la camarera de Kansas City y la repartidora tuvieran contacto conmigo sólo unas horas antes de ser asesinadas del mismo modo. Yo soy el único vínculo entre ambas víctimas. ¿No crees que preferiría pensar que Stucky no se llevó ni a Rachel ni a Tess? ¿No crees que preferiría convencerme de que están las dos sanas y salvas, en alguna playa remota, bebiendo piña colada con sus amantes?
Odiaba que la voz le saliera tan chillona, que sus manos temblaran y que el corazón le palpitara en los oídos. Regresó junto al montón de papeles, empezó a rebuscar entre las carpetas, intentando poner orden en el desorden de Tully. Sentía los ojos de Gwen clavados en ella. Tal vez su amiga tuviera razón. Quizá la paranoia la hacía comportarse de manera irracional. ¿Y si estaba sacando todo aquello de quicio? ¿Y si se estaba deslizando hacia la locura? Ciertamente, lo parecía.
– Si eso es cierto, significaría que Stucky te está vigilando, siguiéndote de cerca.
– Sí -dijo Maggie, intentando aparentar indiferencia.
– Si está eligiendo a mujeres con las que te relacionas, ¿por qué no me ha elegido a mí?
Maggie miró a su amiga, y la asustó el destello de miedo que creyó ver en la mirada firme y confiada de la otra mujer.
– Sólo elige a mujeres con las que tengo algún contacto esporádico, no a mujeres a las que conozco bien. Lo cual hace menos predecible su siguiente movimiento. Quiere que sienta que soy su cómplice. No creo que pretenda destruirme. Y haciéndote daño a ti, me destruiría.
Se puso de nuevo a rebuscar, deseando zanjar la cuestión y ahuyentar de su cabeza aquella idea. Lo cierto era que había considerado la posibilidad de que Stucky acabara atacando a los más cercanos a ella. Y, si se le antojaba dar ese paso, nada podría impedírselo.
– ¿Has hablado de esto con el agente Tully?
– Tú eres mi amiga y crees que estoy loca. ¿Por qué demonios iba a contárselo a él?
– Porque es tu compañero y deberíais aclarar este embrollo juntos, por más absurdos que parezcan algunos indicios. Prométeme que no harás nada tú sola.
Maggie encontró otro taco de documentos y empezó a hojearlos. ¿Era posible que se estuviera imaginando que había algo que relacionaba a Rachel Endicott con Stucky?
– Maggie, ¿me has oído?
Ella alzó la mirada y vio que en la frente normalmente lisa de Gwen habían aparecido arrugas de preocupación y que sus cálidos ojos verdes tenían una mirada ansiosa.
– Prométeme que no harás nada tú sola -repitió.
– No haré nada yo sola -Maggie sacó un sobre marrón y empezó a extraer su contenido.
– Maggie, lo digo en serio.
Ella se detuvo y miró a su amiga. Incluso Harvey la miró con sus tristes ojos marrones. El animal se había pasado las dos noches anteriores yendo de un lado para otro, revisando la puerta principal y cada una de las ventanas, aguardando que su dueña fuera a recogerlo como si no pudiera soportar pasar un momento más en compañía de Maggie.
– Por favor, no te preocupes, Gwen. Te prometo que no haré ninguna estupidez -desdobló varias fotocopias y al instante encontró lo que andaba buscando. Era el informe de la autoridad aeroportuaria y el resguardo de depósito policial de una furgoneta Ford blanca.
– Aquí está. Sí, esto es lo que no conseguía recordar.
– ¿Qué es?
Maggie se levantó y empezó a caminar de un lado a otro.
– Susan Lyndell me dijo que el hombre con el que tal vez se haya ido Rachel Endicott era técnico de una compañía telefónica.
– ¿Y qué prueba has encontrado? ¿La factura telefónica de Rachel? -Gwen parecía impaciente.
– Esto es un resguardo de depósito. Cuando la policía encontró el coche de Jessica Beckwith en el aeropuerto, también encontró aparcada a su lado una furgoneta que había sido robada dos semanas antes.
– Lo siento, Maggie, pero me he perdido. Así que Stucky robó una furgoneta y la abandonó después de usarla. ¿Qué tiene eso que ver con la desaparición de tu vecina?
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