– Tal vez no. -Eve se apoyó en la pared y cerró los ojos-. Pero en una cosa sí tenía razón, y eso me está ro?yendo por dentro. Yo no tenía ganas de hacerle a Jerry lo que le hice en el interrogatorio. No tenía ganas mientras lo estaba haciendo, mientras me oía a mí misma machacándola a preguntas, apretándole las tuercas allí donde más dolía. Pero lo hice, porque es mi trabajo, y se supone que debo lanzarme a la yugular cuando la presa está heri?da. -Eve abrió los ojos y miró ceñuda hacia la puerta de?trás de la cual Jerry Fitzgerald descansaba gracias a un suave sedante-. Y a veces, Peabody, este trabajo es una puta mierda.
– Sí, señor. -Por primera vez, ella tocó con su mano el brazo de Eve-. Por eso es usted tan buen policía.
Eve abrió la boca, sorprendida de la carcajada que le salió de dentro.
– Caramba, me cae usted muy bien.
– Y usted a mí, teniente. -Esperó un segundo-. Pero ¿qué nos pasa?
Un poco más animada, Eve pasó el brazo por los ro?bustos hombros de Peabody.
– Vayamos a comer algo. Esta noche Fitzgerald no se mueve de aquí.
Pero en esto, el instinto de Eve se equivocaba.
La llamada la despertó poco antes de la cuatro de la ma?ñana, en medio de un sueño profundo y sin pesadillas. Le escocían los ojos y tenía la lengua espesa del vino que había ingerido con prodigalidad para estar mínima?mente sociable con Mavis y Leonardo. Consiguió graz?nar cuando respondió al enlace.
– Aquí Dallas. Jo, ¿es que en esta ciudad no puede una ni dormir?
– Yo suelo hacerme la misma pregunta.
La cara y la voz le eran vagamente familiares. Eve in?tentó enfocar la vista, repasar los discos de su memoria.
– Doctora… ¿Ambrose? -Todo fue volviendo, poco a poco. Ambrose: larguirucha, de raza mezclada, jefa de rehabilitación química en el Centro de Rehabilitación para Drogadictos -. ¿Sigue usted ahí? ¿Ha vuelto en sí Fitzgerald?
– No exactamente. Teniente Dallas, tenemos un pro?blema. Fitzgerald ha muerto.
– ¿Muerto? ¿Cómo que muerto?
– Pues eso, fallecido -dijo Ambrose con un esbozo de sonrisa-. Supongo que como teniente de Homici?dios, la palabra tiene que sonarle.
– Mierda. ¿Cómo ha sido? ¿Le falló el sistema ner?vioso?, ¿se ha lanzado por una ventana?
– Que sepamos, ha sido una sobredosis. La paciente consiguió hacerse con una muestra de Immortality que estábamos usando para determinar cuál era el mejor tra?tamiento para ella. Se la tomó entera, mezclada con algu?nas de las golosinas que tenemos aquí almacenadas. Lo siento, teniente. Ya no podemos hacer nada por ella. Le informaré detalladamente en cuanto llegue usted.
– ¡Y cómo! -le espetó Eve, cerrando la transmisión.
Eve examinó primero el cadáver, como para cerciorarse de que no hubiera habido un horrible error. Jerry había sido tendida en la cama, con la bata de hospital hasta me?dio muslo. Según el código de colores, le tocaba el azul de adicta en primera fase de tratamiento.
Ya nunca llegaría a la segunda fase.
El rostro blanco había recuperado su extraña y mis?teriosa belleza. Ya no tenía sombras bajo los ojos, ni arrugas de tensión en la boca. Al fin y al cabo, el mejor sedante era la muerte. Tenía pequeñas quemaduras en el pecho allí donde el equipo de reanimación había inten?tado hacer algo, y un morado en el dorso de la mano de?bido a la inyección intravenosa. Bajo la mirada de la doctora, Eve examinó el cuerpo concienzudamente sin encontrar señal alguna de violencia.
Supuso que había muerto más feliz que nunca.
– ¿Cómo? -inquirió lacónicamente.
– Una combinación de Immortality, morfina y Zeus sintético, según hemos deducido por lo que falta. La autopsia lo confirmará.
– ¿Tienen Zeus en un centro de rehabilitación? -La idea hizo que Eve se frotara la cara con las manos-. Es increíble.
– Para investigación -explicó escuetamente Ambrose-. Los adictos necesitan un período lento y supervisa?do para desengancharse.
– ¿Y dónde diablos estaba la supervisión, doctora?
– A Fitzgerald se le administró un sedante. No espe?rábamos que volviera en sí hasta las ocho de la mañana. Mi hipótesis es que como no conocemos a fondo las propiedades de Immortality, lo que quedaba de ello en su organismo contrarrestó el narcótico.
– O sea que se levantó, fue por su propio pie al alma?cén y se sirvió un combinado.
– Algo parecido, sí. -Eve casi pudo oír cómo le re?chinaban los dientes a la doctora.
– ¿Y las enfermeras, y el sistema de seguridad? ¿Aca?so se volvió invisible?
– Esto podrá usted verificarlo con su propia agente de servicio, teniente.
– Descuide, lo haré.
Ambrose de nuevo volvió a rechinar los dientes y lue?go suspiró.
– Oiga, no quiero cargarle el muerto a su agente. Hace unas horas hemos tenido problemas. Uno de los pacientes de tendencias violentas agredió a su enferme?ra de sala. Estuvimos muy ocupados durante unos mi?nutos, y su agente vino a echar una mano. De no ser por ella, la enfermera de sala estaría ahora mismo a las puertas del cielo al lado de la señorita Fitzgerald, en vez de tener la tibia rota y unas cuantas costillas fuera de sitio.
– Veo que la noche ha sido movida, doctora.
– Ojalá no se repita a menudo. -Se pasó los dedos por su rizado pelo rojizo -. Escuche, teniente, este cen?tro tiene muy buena reputación. Ayudamos a la gente. Lo que ha pasado me hace sentir tan mal como a usted. Maldita sea, la paciente tenía que haber estado durmien?do. Y esa agente no estuvo fuera de su puesto más que un cuarto de hora.
– Otra vez el sentido de la oportunidad. -Eve miró hacia Jerry e intentó sacarse de encima el peso de la cul?pa-. ¿Y las cámaras de seguridad?
– No tenemos, teniente. ¿Se imagina cuántas filtra?ciones a los media habría si grabásemos a los pacientes, algunos de los cuales son ciudadanos destacados? Esta?mos atados por las leyes de privacidad.
– Fantástico. O sea que nadie la vio en su último pa?seo. ¿Dónde está el almacén de drogas donde Jerry tomó la sobredosis?
– En este ala, un nivel más abajo.
– ¿Y ella cómo lo sabía?
– Lo ignoro, teniente. Como tampoco puedo expli?car cómo logró abrir la cerradura, no sólo de la puerta sino de las propias bodegas. El caso es que lo hizo. El vigilante nocturno la encontró cuando hacía su ronda. La puerta estaba abierta.
– ¿Abierta o no cerrada con llave?
– Abierta -confirmó Ambrose-. Y dos almacenes también. Ella estaba en el suelo, muerta. Se intentaron los métodos habituales de reanimación, teniente, pero más por hábito que porque hubiera esperanza.
– Necesitaré hablar con todo el personal de este ala; y con los pacientes también.
– Teniente…
– Al cuerno la privacidad, doctora. Me la paso por el culo. Quiero ver al vigilante nocturno. -De pronto, la compasión se impuso a los nervios-. ¿Entró alguien a verla? ¿Vino alguien interesándose por su estado?
– La enfermera de sala lo ha de saber.
– Entonces empecemos por ella. Usted reúna a los demás. ¿Hay alguna habitación donde pueda entrevistar a la gente?
– Utilice mi despacho. -Ambrose se volvió para mi?rar el cadáver, silbó entre dientes-. Era muy guapa. Jo?ven, famosa y rica: las drogas curan, teniente. Alargan la vida y la calidad de la misma. Erradican el dolor, calman la mente atribulada. Yo me esfuerzo en recordar todo eso cuando veo qué otros efectos pueden tener. Si quiere saber mi opinión, y ya sé que no, ella estaba destinada a acabar así desde el día en que probó ese líquido por pri?mera vez.
– Ya, pero ha sido mucho más rápido de lo que se su?ponía.
Eve salió de la habitación y divisó a Peabody en el pasillo.
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