J. Robb - Una muerte inmortal

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Una top model muere brutalmente asesinada Para investigar el caso la teniente Eve Dallas debe sumergirse en el clamoroso mundo de la pasarela y no tarda en descubrir que no es oro todo lo que reluce. Tras la rutilante fachada de la alta costura los desfiles y las fiestas encuentra una devoradora obsesión por la eterna juventud y el éxito, rivalidades encarnizadas, profundos rencores y frustraciones. Un excelente caldo de cultivo para el asesinato en especial si se añade a la mezcla un desenfrenado consumo de las mas sofisticadas drogas.

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– Dejaremos que Ilegales se ocupe de eso. ¿Le ame?nazó Pandora?

– Pandora vivía de amenazas. Uno se acostumbraba a ellas. Yo creía estar en buena posición para ignorarlas. -Redford sonrió, más confiado ahora-. Si ella hubiera ido más lejos, sabiendo qué propiedades contenía esa fórmula yo podía haberla arruinado. No tenía motivos para hacerle daño.

– Su relación era tormentosa y sin embargo usted fue a su casa aquella noche.

– Con la esperanza de llegar a algún acuerdo. Por eso insistí en que Justin y Jerry estuvieran presentes.

– Se acostó con ella.

– Pandora era hermosa y deseable. Sí, me acosté con ella.

– Ella tenía tabletas de esa droga.

– En efecto. Como le he dicho, las guardaba en una caja, en su tocador. -Volvió a sonreír-. Le conté lo de la caja y las tabletas porque supuse, correctamente, que la autopsia revelaría rastros de la sustancia. Me pare?ció bien ser amable. No hice otra cosa que cooperar.

– Cosa fácil, si sabía que yo no iba a encontrar las ta?bletas. Una vez muerta Pandora, usted volvió a por la caja. Para proteger su inversión. No habiendo más pro?ducto que el que usted tenía, y tampoco competidor, las ganancias iban a ser mucho mayores.

– Yo no volví a su casa después. No tenía motivo para hacerlo. Mi producto era superior.

– Ninguno de esos productos podía irrumpir en el mercado, y usted lo sabía. Pero en la calle, el de Pandora hubiera tenido mucho éxito, más que su versión refina?da, aguada, y seguramente muy cara.

– Con más pruebas, más investigación…

– ¿Dinero…? Usted ya le había dado más de trescien?tos mil dólares. Había corrido con muchos gastos para procurarse un espécimen, había pagado al laboratorio, había pagado a Fitzgerald. Supongo que estaría impa?ciente por ver algún beneficio. ¿Cuánto le cobró a Jerry por probar el producto?

– Jerry y yo llegamos a un acuerdo comercial.

– Diez mil por cada entrega -interrumpió Eve, vien?do que daba en el blanco-. Es la cantidad que ella trans?firió tres veces en dos meses a la cuenta que usted tiene en Starlight Station.

– Era una inversión -empezó él.

– Primero le crea la adicción, luego se aprovecha de ella. Usted es un traficante, señor Redford.

La abogada hizo lo que tenía que hacer, convertir un asunto de narcotráfico en un acuerdo entre socios.

– Usted necesitaba contactos en la calle. Boomer siem?pre sucumbía a los encantos del dinero en mano. Pero se entusiasmó, quiso probar el producto. ¿Cómo consiguió él la fórmula? Eso fue una metedura de pata, señor Redford.

– No conozco a nadie que se llame Boomer.

– Usted le vio irse de la lengua en el club, jactarse de que había hecho el gran negocio. Cuando Boomer se metió en un cuarto con Hetta Moppett, usted se puso nervioso. Pero luego él le vio, echó a correr y usted deci?dió que había que actuar.

– Se equivoca de medio a medio, teniente. Yo no co?nozco a esas personas.

– Puede que matara a Hetta por miedo. No quería hacerlo, pero cuando vio que estaba muerta, tuvo que disimular. Y de ahí la exageración en el crimen. Quizá ella le dijo algo antes de morir o quizá no, pero el si?guiente paso era Boomer. Yo diría que a usted empezaba a gustarle la cosa, a juzgar por el modo en que le torturó antes de acabar con él. Pero se confió demasiado, y no se le ocurrió ir a buscar la fórmula a su piso antes de que yo lo hiciera.

Eve se apartó de la mesa y dio una vuelta por la habi?tación.

– Está metido en un lío: la policía tiene una muestra, tiene la fórmula, y Pandora se está desmandando. ¿Qué elección le queda? -Puso las manos encima de la mesa, se acercó a él-. ¿Qué puede hacer uno cuando ve que su in?versión y todas las futuras ganancias se van al garete?

– Mi negocio con Pandora había concluido.

– Sí, usted lo concluyó. Llevarla a casa de Leonardo fue un buen truco. Usted es inteligente. Ella ya estaba mosca por lo de Mavis. Si usted la liquidaba en casa de él, parece?ría que Leonardo se había hartado. Tendría que matarlo a él también, si es que estaba allí, pero usted le había tomado gusto a eso. Leonardo no estaba, mejor. Y mejor aún cuan?do apareció Mavis y usted pudo colgarle el muerto.

La respiración era un poco forzada, pero Redford se resistía.

– La última vez que vi a Pandora, ella estaba viva, drogada y ansiosa de castigar a alguien. Si no la mató Mavis Freestone, creo que lo hizo Jerry Fitzgerald.

Intrigada, Eve volvió a su silla.

– ¿De veras? ¿Por qué?

– Se despreciaban mutuamente, ahora más que nunca eran rivales. Por encima de todo, Pandora tenía ganas de recuperar a Justin. Eso era algo que Jerry no iba a tole?rar. Además… -Sonrió-. Fue Jerry quien dio la idea de ir a casa de Leonardo para ajustarle las cuentas a Pandora.

Vaya, esto es nuevo, pensó Eve arqueando una ceja.

– No me diga.

– Cuando se marchó Mavis Freestone, Pandora esta?ba muy nerviosa, enfadada. Jerry pareció disfrutar pre?senciando la pelea. Jerry incitó a Pandora. Dijo algo en el sentido de que ella en su lugar no habría tolerado que la humillaran de aquella manera, que por qué no iba a casa de Leonardo y le enseñaba quién llevaba los panta?lones. Entonces añadió algo sobre que Pandora no era capaz de conservar a un hombre, y luego Justin se llevó a Jerry a toda prisa.

Su sonrisa se ensanchó.

– Despreciaban a Pandora, comprende. Ella por ra?zones obvias, y Justin porque yo le había dicho que la droga era asunto de Pandora. Justin haría cualquier cosa por proteger a Jerry, cualquier cosa. Yo, por el contra?rio, no tenía ningún vínculo emocional con los demás. Aparte de acostarme con Pandora, teniente. Acostarme y hacer negocios.

Eve llamó a la puerta del cuarto donde Casto estaba in?terrogando a Jerry. Al sacar él la cabeza, ella desvió la mirada hacia la mujer sentada ante la mesa.

– Tengo que hablar con ella.

– Está agotada. No creo que le saquemos mucho ahora. El abogado ya está dando la lata con un descanso.

– He de hablar con ella -repitió Eve-. ¿Cómo ha en?focado el interrogatorio esta vez?

– Línea dura, en plan agresivo.

– Muy bien, seré un poco más suave. -Eve entró en la habitación.

Aun podía sentir compasión por los demás. Jerry te?nía la mirada tenebrosa e inquieta, la cara hundida y las manos temblorosas. Su belleza era ahora frágil, pertur?bada.

– ¿Quiere comer algo? -preguntó Eve en voz baja.

– No. -Jerry miró alrededor-. Quiero irme a casa. Quiero ver a Justin.

– Intentaré arreglar una visita, pero habrá de ser su?pervisada. -Sirvió agua-. ¿Por qué no bebe un poco de esto y descansa un momento? -Tomó las manos de Jerry y las cerró sobre el vaso, llevándoselo a los labios-. Sé lo que está pasando. Lo siento. No podemos darle nada para contrarrestar el síndrome. Aún no sabemos sufi?ciente, y el remedio podría ser peor que la enfermedad.

– Estoy bien. No es nada.

– Qué putada. -Eve se sentó-. Redford la metió en esto. Lo ha confesado.

– No es nada -repitió ella-. Sólo estoy muy cansada. Necesito un trago de mi preparado. -Miró desesperada a Eve-. ¿Por qué no me da un poco para recuperarme?

– Usted sabe que es peligroso, Jerry. Sabe lo que le está haciendo. Abogado, Paul Redford ha declarado que él introdujo a la señorita Fitzgerald en la droga bajo el pretexto de una aventura comercial. Suponemos que ella desconocía las propiedades adictivas de la sustancia. De momento, no tenemos intención de acusarla de consu?mo de ilegales.

Como Eve había esperado, el abogado se relajó visi?blemente.

– Entonces, teniente, quisiera disponer la liberación de mi cliente y su ingreso en un centro de rehabilitación. Ingreso voluntario.

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