J. Robb - Una muerte inmortal

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Una muerte inmortal: краткое содержание, описание и аннотация

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Una top model muere brutalmente asesinada Para investigar el caso la teniente Eve Dallas debe sumergirse en el clamoroso mundo de la pasarela y no tarda en descubrir que no es oro todo lo que reluce. Tras la rutilante fachada de la alta costura los desfiles y las fiestas encuentra una devoradora obsesión por la eterna juventud y el éxito, rivalidades encarnizadas, profundos rencores y frustraciones. Un excelente caldo de cultivo para el asesinato en especial si se añade a la mezcla un desenfrenado consumo de las mas sofisticadas drogas.

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– Eso puede arreglarse. Si su cliente coopera unos minutos más, me ayudaría a cerrar los cargos contra Redford.

– Si ella coopera, teniente, ¿retirará todos los cargos?

– Sabe que eso no se lo puedo prometer. Sin embar?go, recomendaré indulgencia en los cargos por posesión e intento de distribución.

– ¿Dejará ir a Justin?

Eve volvió a mirar a Jerry. El amor era una extraña carga, pensó.

– ¿Estuvo implicado en la transacción?

– No. Él quería que yo lo dejase. Cuando descubrió que yo era… drogodependiente, me instó a rehabilitar?me, a que dejara de beber. Pero yo lo necesitaba. Quería parar, pero necesitaba tomar más.

– La noche en que murió Pandora hubo una discu?sión.

– Siempre había discusiones con Pandora. Era odio?sa. Creía que podía recuperar a Justin. La muy zorra no le quería nada, sólo pretendía hacerme daño. Y a él tam?bién.

– Justin no hubiera vuelto con Pandora, ¿verdad, Jerry?

– La odiaba tanto como yo. -Se llevó las cuidadas uñas a la boca y empezó a mordisqueárselas-. Es un ali?vio que esté muerta.

– Jerry…

– Me da lo mismo -explotó, lanzando una mirada fu?riosa a su cauteloso abogado-. Merecía morir. Ella lo quería todo sin importarle cómo lo conseguía. Justin era mío. Yo habría sido cabeza de cartel en el show de Leo?nardo si ella no hubiera sabido que a mí me interesaba. Hizo cuanto pudo para seducirle, para ponerme la zan?cadilla y quedarse ella con el trabajo. Y aquel trabajo tendría que haber sido mío desde el principio. Como lo era Justin. Como lo era la droga. Te pones guapa, sexy, joven. Y cada vez que alguien la tome, pensará en mí. No en ella, en mí.

– ¿Justin fue con usted a casa de Leonardo aquella noche?

– ¿Qué es esto, teniente?

– Una pregunta, abogado. Responda, Jerry.

– Claro que no. No fuimos a casa de Leonardo. Sali?mos a tomar copas y luego a casa.

– Usted se burló de ella, ¿verdad? Sabía cómo mane?jarla. Usted tenía que asegurarse de que ella fuera en busca de Leonardo. ¿Habló con Redford, le dijo él cuándo salió Pandora de allí?

– No, no sé. Me está confundiendo. ¿Puedo tomar algo? Necesito mi bebida.

– Usted había consumido esa noche. Se sentía fuerte. Lo bastante para matarla. Usted quería su cabeza. Pan?dora siempre se metía en su camino. Y sus tabletas eran más potentes y efectivas que su preparado bebible. ¿Las quería usted, Jerry?

– Sí, las quería. Se estaba volviendo más joven delante de mis narices. Más delgada. Yo he de vigilar cada maldi?to bocado que tomo, pero ella… Paul dijo que quizá po?dría quitárselas. Justin procuró hacerle desistir, apartarle de mí. Pero es que Justin no entiende lo que se siente: eres inmortal -dijo Jerry con una horrible sonrisa-. Te sientes inmortal. Sólo un trago, por el amor de Dios.

– Usted salió esa noche por la puerta de atrás y fue a casa de Leonardo. ¿Qué pasó allí?

– No puedo, estoy confusa. Necesito algo.

– ¿Cogió usted el bastón y la golpeó? ¿La pegó repe?tidas veces?

– Quería verla muerta. -Sollozando, Jerry apoyó la cabeza en la mesa-. Ayúdeme por favor. Le diré todo lo que quiera si me ayuda.

– Teniente, cualquier cosa que mi cliente diga bajo coacción física o mental será inadmisible.

Eve contempló a la mujer que lloraba y alcanzó el enlace.

– Avise a un médico -ordenó-. Y disponga una am?bulancia para la señorita Fitzgerald. Bajo custodia.

Capitulo Diecinueve

– ¿Cómo que no la va a acusar de nada? -La sorpresa y el mal humor oscurecieron la mirada de Casto-. Si tie?ne una confesión, coño.

– No ha sido una confesión -corrigió ella. Estaba cansada, exhausta y asqueada de sí misma-. Hubiera di?cho cualquier cosa.

– Cielo santo, Eve. -Tratando de aplacar su furia, Casto se puso a caminar de un lado a otro del aséptico pasillo embaldosado del centro de salud-. Usted consi?guió doblegarla.

– Y un cuerno. -Cansinamente, Eve se frotó la sien izquierda, que le dolía-. Escuche bien, Casto, tal como estaba esa mujer, me habría dicho que ella en persona le clavó los clavos a Cristo si le hubiera prometido un tra?go de esa pócima. Si la acusamos basándonos en eso, sus abogados lo echarán por tierra en la vista preliminar.

– A usted no le preocupa la vista, Dallas. -Casto pasó junto a Peabody, que tenía los labios apretados-. Fue di?recta a la yugular, como se supone que todo policía hace en un caso de homicidio. Y ahora se ablanda. Joder, no me diga que le tiene lástima.

– Eso es asunto mío, teniente -dijo Eve-. Y no me diga cómo he de llevar esta investigación. Soy el primer investigador, o sea que no me toque las narices.

Casto la miró de arriba abajo.

– No querrá que vaya a informar a su jefe de esta de?cisión.

– ¿Me amenaza? -Eve dispuso el cuerpo como un boxeador aprestándose a hacer baile-. Adelante, haga lo que le parezca. Yo me mantengo firme. En cuanto ter?mine el tratamiento, aunque sólo Dios sabe qué conse?cuencias puede eso tener a corto plazo, volveremos a in?terrogarla. Hasta que yo no esté satisfecha de que habla con coherencia y sentido común, no la pienso acusar de nada.

Eve vio que él hacía un esfuerzo por echarse atrás, y que le estaba costando lo suyo. No le importó.

– Eve, tiene usted el móvil, la oportunidad y las pruebas de personalidad. Fitzgerald es capaz de cometer los crímenes en cuestión. Ella misma ha admitido que estaba drogada y predispuesta a odiar a Pandora hasta la muerte. ¿Qué más quiere?

– Quiero que ella me mire a los ojos y me diga que ella los mató. Quiero que me diga cómo lo hizo. Mientras tanto, esperaré. Porque le diré una cosa, tío listo. Ella no actuó sola, de eso nada. Es imposible que se los cargara a los tres con esas bonitas manos que tiene.

– ¿Por qué? ¿Porque es una mujer?

– No por eso, sino porque el dinero no es su máxima prioridad. La pasión, el amor, la envidia, todo eso sí. Puede que matara a Pandora en un ataqué de celos, pero no creo que se cargara a los otros. Al menos, no sin que le echaran una mano. Así que la interrogaremos de nue?vo y esperaremos a que acuse a Young y/o a Redford. Entonces lo sabremos todo.

– Creo que se equivoca.

– Tomo nota -repuso ella-. Bien, vaya a archivar su queja interdepartamental, dése un paseo o váyase a ca?gar, pero aléjese de mi vista.

Casto pestañeó, a punto de explotar. Pero se contuvo.

– Voy a refrescarme un poco.

Salió hecho una fiera sin mirar apenas a la silenciosa Peabody.

– Su amigo no está muy simpático esta tarde -comen?tó Eve.

Peabody podría haber dicho que su inmediato supe?rior pecaba de lo mismo, pero refrenó la lengua.

– La presión es muy grande para todos, Dallas. Us?ted sabe lo que este caso significa para él.

– ¿Sabe una cosa? La justicia es para mí algo más que una bonita estrella de oro en mi expediente o que los puñeteros galones de capitán. Y si quiere correr a bus?car a su amado y acariciarle el ego, nadie se lo está impi?diendo.

Peabody torció el gesto, pero sin alterar el tono de voz.

– Yo no me muevo de aquí, teniente.

– Estupendo, pues quédese ahí con cara de mártir, porque yo… -Eve calló y aspiró por la boca-. Lo siento. Ahora mismo es usted un blanco perfecto.

– ¿Está eso incluido en mi descripción…, señor?

– Siempre tiene una buena réplica a punto. Podría acabar odiándola por eso. -Más calmada, Eve puso una mano en el hombro de su ayudante-. Perdón, y perdón por ponerla en un aprieto. El deber y los sentimientos personales combinan mal.

– Puedo soportarlo, Dallas. Casto no debería haberla acosado así. Entiendo cómo se siente, pero eso no le da la razón.

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