Simon Scarrow - Las Garras Del Águila
Здесь есть возможность читать онлайн «Simon Scarrow - Las Garras Del Águila» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Las Garras Del Águila
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Las Garras Del Águila: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las Garras Del Águila»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Las Garras Del Águila — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las Garras Del Águila», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– ¡Ahí casi te pillan! -Macro se rió y de un tirón puso a Cato de pie. Respirando con dificultad y agarrándose el pecho, Cato no pudo evitar maravillarse por la forma en que su centurión parecía regocijarse ante la perspectiva de una muerte inminente. Le resultaba extraña aquella locura, aquella euforia de la batalla, reflexionó Cato. Era una pena que no fuera a vivir lo suficiente para considerar más detalladamente el fenómeno.
Los soldados de la cuarta cohorte cerraron filas instintivamente y formaron una irregular elipse alrededor de sus compañeros heridos. El enemigo se aglomeró en torno a ellos, golpeando y acuchillando los escudos Romanos con creciente frenesí mientras trataba de destruir la cohorte antes de que la alcanzara la columna de refuerzo que marchaba a paso rápido hacia ellos, pero que aún estaba lejos. En la salvaje intimidad del corazón del combate, la mente de Cato quedó maravillosamente libre de cualquier pensamiento que no fuera la necesidad de acabar con la vida de su enemigo y de conservar la suya. Sentía el escudo y la espada como si fueran una prolongación natural de su cuerpo. Desviando los golpes con uno y atacando con la otra, Cato se movía con la mortífera eficacia de una máquina bien entrenada. Al mismo tiempo, unos minúsculos detalles sensoriales, imágenes congeladas de la lucha, se consumían en su memoria: el acre hedor del sudor de mula y el más dulzón olor de la sangre, el suelo revuelto bajo sus botas enfangadas, los rostros de amigos y enemigos salpicados de sangre, salvajes y rabiosos, y el frío cortante de aquella mañana de invierno que hacía temblar todo su agotado cuerpo.
Los Durotriges iban acabando con los hombres de la cohorte de uno en uno. A los heridos los arrastraban hacia el centro en tanto que a los muertos los arrojaban fuera de la formación para evitar que sus cadáveres fueran un peligro bajo los pies de los compañeros que aún vivían. Y la cohorte perduraba; los enemigos muertos se apilaban frente a sus escudos de manera que los Durotriges tenían que trepar por encima de ellos para atacar a los legionarios. Ofrecían un blanco perfecto para las espadas cortas mientras mantenían precariamente el equilibrio sobre aquella blanda e irregular masa de carne muerta y agonizante de la cual emanaban los aterrorizados gritos de los que aún vivían, que se oían por encima del ruido sordo de los escudos y del sonido agudo del choque del metal.
La intensidad del momento privó a Cato de todo sentido del paso del tiempo. Se hallaba hombro con hombro con su centurión a un lado y el joven Fígulo al otro. Pero Fígulo ya no era aquel muchacho de facciones dulces permanentemente fascinado por un mundo que tan distinto era de aquellos miserables barrios bajos de Lutecia en los que había nacido. Fígulo había recibido una cuchillada encima de un ojo; la carne desgarrada le colgaba de la frente y tenía media cara cubierta de sangre. Sus delicados labios estaban retraídos en una mueca feroz al tiempo que bufaba y escupía debido al esfuerzo de la batalla. Podría haber pasado sin los meses de entrenamiento; dominado por la ira y el sufrimiento, propinaba golpes y cuchilladas con su espada corta, utilizándola de una manera para la que ésta no había sido diseñada. Aún así, los Durotriges se apartaron de él, intimidados por su terrible cólera. Echó atrás la hoja para volver a acometer a fondo y le dio un codazo en la nariz a Cato. Por un instante al optio se le llenó la cabeza de una luz blanca antes de que le sobreviniera el dolor.
– ¡Ten cuidado! -le gritó Cato al oído. Pero Fígulo estaba totalmente absorto y cualquier llamada a la razón era inútil. Frunció el ceño y sacudió la cabeza una vez, luego volvió al ataque con un gruñido gutural. Un Britano que empuñaba un hacha de guerra de mango largo se abalanzó sobre Cato. Él levantó el escudo y se dejó caer de rodillas, apretando los dientes a la espera del impacto. El golpe astilló la madera y alcanzó el pecho de un cadáver que yacía a los pies de Cato. El ímpetu del guerrero lo impulsó hacia delante, directo a la punta de la espada de Cato que le atravesó la clavícula y se le hundió en el corazón. Se desplomó de lado, llevándose con él la hoja de Cato. El optio agarró el arma que tenía más cerca, una larga espada celta de ornamentada empuñadura. Aquella arma poco familiar le resultó incómoda y difícil de manejar cuando trató de blandirla como si se tratara de una espada corta Romana.
– ¡Vamos, cabrones! -gruñó Macro, y presentó la punta de su espada al enemigo más cercano-. ¡Vamos, he dicho! ¿A quién le toca? ¡Venga! ¿A qué estáis esperando, mariquitas de mierda?
Cato soltó una carcajada que detuvo de golpe cuando oyó el dejo de histeria que había en su risa. Sacudió la cabeza para tratar de desprenderse de una súbita sensación de mareo y se dispuso a seguir luchando.
Pero no hacía falta. Las filas de los Durotriges se estaban reduciendo visiblemente ante sus ojos. Ya no proferían sus gritos de guerra, ya no blandían sus armas. Simplemente se esfumaron, alejándose de los escudos Romanos hasta que quedó un espacio de unos treinta pasos entre los dos bandos, cubierto de cuerpos desparramados y armas abandonadas o rotas. Aquí y allá los heridos gemían y se retorcían lastimeramente. Los legionarios guardaron silencio, a la espera del próximo movimiento de los Britanos.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Cato con voz queda en medio de aquella mudez repentina-. ¿Qué están tramando ahora?
– No tengo ni puñetera idea -contestó Macro. Se oyó un súbito sonido de pasos apresurados y los honderos y arqueros tomaron posiciones en la línea enemiga. Entonces hubo un momento de pausa, tras el cual se gritó una orden desde detrás de las tropas Durotriges.
– Ahora sí que estamos listos -dijo Macro entre dientes, y entonces se volvió rápidamente hacia el resto de la cohorte para lanzar una advertencia-. ¡Cubríos!
Los legionarios se agacharon y se resguardaron bajo sus astillados escudos. Los heridos no podían hacer otra cosa que apretarse contra el fondo de las carretas y rogar a los dioses que les salvaran de la inminente descarga. Arriesgándose a mirar por el espacio que quedaba entre su escudo y el de Fígulo, Cato vio que los arqueros estiraban las cuerdas de sus arcos, acompañados por el zumbido creciente de las hondas. Se dio una segunda orden y los Durotriges desataron su descarga a bocajarro. Las flechas y los proyectiles de honda salieron volando hacia las apiñadas tropas de la cohorte junto con lanzas y espadas recogidas del campo de batalla, e incluso piedras, tal era el ardiente deseo de los Durotriges de destruir a los Romanos.
Cato se agachó cuanto pudo bajo su maltrecho broquel, estremeciéndose ante el increíble estrépito causado por aquel aluvión de proyectiles que caían y golpeaban contra cuerpos y escudos. Volvió la vista atrás y cruzó la mirada con la de Macro bajo la sombra de su propio escudo.
– ¡Siempre llueve sobre mojado! -exclamó Macro con una sonrisa forzada.
– Hasta ahora esa es la historia de mi vida en el ejército, señor -replicó Cato al tiempo que trataba de esbozar una sonrisa que se correspondiera con la aparente intrepidez de su centurión.
– No te preocupes, muchacho, me parece que ya se termina.
Pero de pronto los disparos renovaron su intensidad y Cato se encogió mientras esperaba lo inevitable: el agudo martirio de una herida de flecha o de honda. Cada momento que permanecía ileso le parecía un auténtico milagro. Entonces, de golpe y porrazo, la descarga cesó. La atmósfera se calmó extrañamente. Sonaron los cuernos de guerra enemigos y Cato fue consciente de algún movimiento, pero no se atrevió a mirar, por si había más proyectiles dirigiéndose hacia ellos.
– ¡Preparaos, muchachos! -exclamó la lastimera y ronca voz de Hortensio muy cerca de allí-. Va a haber un último intento de ataque. En cualquier momento. ¡Cuando yo lo diga, poneos en pie y preparaos para recibir la carga!
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Las Garras Del Águila»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las Garras Del Águila» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Las Garras Del Águila» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.