Cuando terminó, Denny Ott rezó con ellos. Mary Grace abrazó a sus clientes, les deseó buena suerte, prometió volver a verlos al cabo de unos días y luego salió de la iglesia acompañada de Ott, para dirigirse a su siguiente cita.
El periodista se llamaba Tip Shepard. Había llegado un mes antes y, tras muchos intentos, se había ganado la confianza del pastor Ott, quien lo presentó a Wes y a Mary Grace. Shepard era un free lance con unas credenciales increíbles, varios libros en su haber y un acento texano que desarmaba parte de la desconfianza que Bowmore sentía hacia los medios de comunicación. Los Payton se habían negado a hablar con él durante el juicio, por muchas y diversas razones. No obstante, ahora que se había acabado, Mary Grace había accedido a concederle su primera entrevista. Si iba bien, puede que hubiera otra.
– El señor Kirkhead quiere su dinero -dijo Huffy. Estaba en el despacho de Wes, una oficina provisional con paredes de pladur sin pintar, suelo de cemento lleno de manchas y mobiliario procedente de los excedentes del ejército.
– No lo dudo -contestó Wes. Le irritaba que su asesor financiero se presentara con exigencias apenas unas horas después del veredicto-. Dile que se ponga a la cola.
– Vamos, Wes, el pago venció hace siglos.
– ¿Acaso Kirkhead es imbécil? ¿Cree que el jurado falla un día y que el demandado firma el cheque al siguiente?
– Sí, es imbécil, pero no tanto.
– ¿Te ha enviado él?
– Sí. Esta mañana le ha faltado tiempo para saltarme a la yugular y me temo que vaya tener que seguir aguantándolo bastante más.
– ¿ Es que no podéis esperar ni un día, dos, una semana?
Dejadnos respirar un poquito, ¿no?, y disfrutar del momento.
– Quiere que le presente un calendario, por escrito, con plazos de pago y cosas por el estilo.
– Ya le daré yo calendario -contestó Wes, arrastrando las palabras.
No quería discutir con Huffy. A pesar de que no podía considerarlo un amigo, Huffy le caía bien y disfrutaban de su mutua compañía. Wes le estaba profundamente agradecido por el valor que había tenido al jugársela por ellos. Huffy admiraba a los Payton por haberlo perdido todo al arriesgarse. Había pasado interminables horas con ellos mientras hipotecaban la casa, el despacho, los coches y los planes de pensiones.
– Hablemos de los próximos tres meses -propuso Huffy. Las cuatro patas de la silla plegable no eran iguales y se balanceaba ligeramente mientras hablaba.
Wes respiró hondo y puso los ojos en blanco. El agotamiento le sobrevino de repente.
– Antes obteníamos unos ingresos brutos de cincuenta mil al mes y nos sacábamos unos treinta mil netos. La vida nos iba bien, ¿ lo recuerdas? Tardaremos un año en volver a arrancar el negocio, pero podemos hacerlo. No nos queda más remedio. Sobreviviremos hasta que las apelaciones sigan su curso. Si el veredicto sigue en pie, Kirkhead puede coger su dinero e irse a paseo, y nosotros nos retiraremos y tendremos tiempo para salir a navegar. Si lo revocan, estaremos en la bancarrota y empezaremos a anunciarnos como abogados de divorcios rápidos.
– Seguro que el fallo atraerá clientela.
– Por supuesto, pero la mayoría será morralla.
Al utilizar la palabra «bancarrota», Wes había devuelto elegantemente a Huffy a su área, junto con el viejo Kirkabrón y el banco. La sentencia no podía considerarse un activo, y sin ella el balance de los Payton tenía un aspecto tan poco alentador como el día anterior. Lo habían perdido prácticamente todo, por lo que declararse en quiebra era una humillación más que estaban dispuestos a soportar. Exagerando.
Volverían a ser los de antes.
– No voy a darte un calendario, Huffy. Gracias por preguntar. Vuelve dentro de treinta días y entonces hablaremos. Ahora mismo tengo clientes a los que llevo varios meses sin atender.
– ¿Y qué le digo al señor Kirkabrón?
– Sencillo: que apriete un poquito más y que use el préstamo para limpiarse. Relájate; dadnos tiempo y satisfaremos la deuda.
– Se lo diré.
Mary Grace y Tip Shepard tomaron asiento en uno de los reservados junto a los ventanales del Babe's Coffee Shop de Main Street y charlaron sobre la ciudad. Ella recordaba aquella calle como una de las más transitadas, donde la gente se reunía e iba a comprar. Bowmore era demasiado pequeña para tener grandes almacenes, y gracias a eso sobrevivían los comerciantes del centro. Recordaba que de pequeña solía haber bastante tráfico y que era difícil encontrar un sitio donde aparcar. Ahora, la mitad de los escaparates estaban tapados con planchas de contrachapado y la otra mitad apenas hacía caja.
Una adolescente con delantal les llevó dos tazas de café y se alejó sin una palabra. Mary Grace se puso azúcar mientras Shepard la observaba con atención.
– ¿Está segura de que el café puede beberse? -preguntó.
– Por supuesto. Al final, el ayuntamiento emitió una ordenanza por la que se prohibía utilizar el agua en los restaurantes. Además, conozco a Babe desde hace treinta años. Fue una de las primeras que empezó a comprar agua embotellada.
Shepard dio un sorbo con reticencia y luego sacó la grabadora y la libreta.
– ¿Por qué aceptó los casos? -preguntó.
Mary Grace sonrió, sacudió la cabeza y siguió removiendo el azúcar.
– Me he hecho esa misma pregunta millones de veces, pero la respuesta es muy sencilla. Pete, el marido de Jeannette, trabajaba para mi tío. Yo conocía a varias de las víctimas. Es una ciudad pequeña y cuando enferma tanta gente es obvio que tiene que haber una razón. Los casos de cáncer se multiplicaban y la gente sufría mucho. Después de asistir a los primeros tres o cuatro funerales, comprendí que había que hacer algo.
Shepard siguió anotando en su libreta, sin aprovechar la pausa para hacerle otra pregunta, así que Mary Grace continuó:
– Krane era el mayor contratante de los alrededores y el rumor de los vertidos alrededor de la planta corría desde hacía años. Muchos de los que enfermaron trabajaban allí. Recuerdo que al volver a casa de la universidad, después de mi segundo año, empecé a oír que la gente decía que el agua sabía mal. Vivíamos a un par de kilómetros de la ciudad y nos abastecíamos de nuestro propio pozo, por eso nunca fue un problema para nosotros. Sin embargo, las cosas en la ciudad empeoraron. Al cabo de los años, los rumores sobre los vertidos fueron cobrando fuerza, hasta que todo el mundo los dio por ciertos. Por entonces, el agua se había convertido en un líquido pútrido imbebible. Luego vino lo del cáncer: de hígado, riñones, próstata, estómago, vejiga, muchos casos de leucemia. Un domingo, estando en la iglesia con mis padres, me fijé en cuatro calvas relucientes. Quimio. Pensé que estaba en una película de terror.
– ¿Se arrepiente de haber aceptado el caso?
– No, en absoluto. Hemos perdido mucho, pero mi ciudad también. Esperemos que todo haya terminado. Wes y yo somos jóvenes, sobreviviremos, pero mucha gente de aquí ha muerto o está gravemente enferma.
– ¿Piensa en el dinero?
– ¿En qué dinero? El recurso llevará dieciocho meses y ahora mismo eso me parece una eternidad. Hay que planteárselo a largo plazo.
– ¿ Y eso cuánto es?
– Unos cinco años. En cinco años habrán limpiado los vertidos tóxicos y nadie más volverá a enfermar por su culpa. Habrá un acuerdo extrajudicial, un gran acuerdo colectivo, por el que Krane Chemical y sus aseguradoras se verán obligados a sentarse a la mesa con todos sus millones y tendrán que compensar a las familias que han destruido. Todo el mundo obtendrá una compensación por los daños sufridos.
– Incluidos los abogados.
– Por supuesto. Si no fuera por los abogados, Krane seguiría fabricando pillamar 5 y vertiendo sus derivados en los pozos de detrás de la planta y nadie le pediría cuentas.
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