John Grisham - La Apelación

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La política siempre ha sido un juego sucio. Ahora la justicia también lo es. Corrupción política, desastre ecológico, demandas judiciales millonarias y una poderosa empresa química, condenada por contaminar el agua de la ciudad y provocar un aumento de casos de cáncer, que no está dispuesta a cerrar sus instalaciones bajo ningún concepto. Grisham, el gran mago del suspense, urde una intriga poderosa e hipnótica, en la que se reflejan algunas de las principales lacras que azotan a la sociedad actual: la justicia puede ser más sucia que los crímenes que pretende castigar.

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– Me importan un pimiento, Huff. Solo quiero que ese préstamo no aparezca en los libros.

– Sí, señor. ¿ Eso es todo?

– Sí. y se acabaron los créditos judiciales, ¿ entendido?

– No se preocupe.

A tres puertas del banco, el ilustrísimo señor Jared Kurtin hizo un repaso general de las tropas antes de volver a Atlanta y enfrentarse a la gélida bienvenida que le esperaba allí. La oficina central se encontraba en un viejo edificio de Front Street, que habían restaurado hacía poco. La defensa de Krane Chemical, con recursos ilimitados, lo había alquilado hacía dos años y lo había puesto al día con un impresionante equipo tecnológico y personal.

Como era lógico, los ánimos estaban por los suelos, aunque a muchos de los que eran de por allí no les inquietaba el veredicto. Después de estar meses trabajando para Kurtin y sus arrogantes secuaces de Atlanta, sentían una muda satisfacción al ver cómo se retiraban, vencidos. Además, volverían. El veredicto alentaría el ánimo de las víctimas yeso garantizaba demandas, litigios y todo lo demás.

Por allí también se encontraba Frank Sully, como testigo de la partida, un abogado local y socio de un bufete de Hattiesburg, que Krane había contratado al principio, antes de decantarse por un «bufete mayor» de Atlanta. Le habían ofrecido un asiento en la apretada mesa de la defensa y había sufrido la ignominia de tener que asistir a un juicio de cuatro meses de duración sin abrir la boca durante la audiencia pública. Sully había estado en desacuerdo con prácticamente todas las tácticas y estrategias que había empleado Kurtin. Era tal su desconfianza y manía a los abogados de Atlanta, que había hecho circular una nota interna entre sus socios en la que predecía una indemnización astronómica por daños punitivos. En esos momentos se regodeaba en secreto.

Sin embargo, era un profesional. Había servido a su cliente hasta donde este le había permitido, había hecho todo lo que Kurtin le había pedido y volvería a hacerlo encantado, porque, hasta la fecha, Krane Chemical había pagado a su modesto bufete más de un millón de dólares.

Kurtin y él se estrecharon la mano en la puerta principal.

Ambos sabían que volverían a hablar por teléfono antes de que acabara el día. Ambos estaban secretamente encantados con la partida. Dos furgonetas de alquiler llevaron a Kurtin y a diez personas más al aeropuerto, donde un precioso y pequeño jet privado les esperaba para emprender el viaje, de setenta minutos de vuelo, a pesar de que no tenían ninguna prisa. Echaban de menos sus casas y a sus familias, pero ¿ qué podía haber más humillante que regresar renqueantes de un pueblo de mala muerte con el rabo entre las piernas?

Carl permaneció parapetado, a salvo en la planta cuarenta y cinco, mientras los rumores rugían en la calle. A las nueve y cuarto, llamó su banquero de Goldman Sachs, era la tercera vez que lo hacía, y le comunicó la mala noticia: cabía la posibilidad de que la bolsa no pusiera en circulación las acciones ordinarias de Krane de inmediato. Eran demasiado volátiles. Había demasiada presión para vender.

– Parece una liquidación total por incendio -dijo sin tapujos, y a Carlle entraron ganas de maldecirlo.

La bolsa abrió a las nueve y media, y las operaciones bursátiles de Krane se pospusieron. Carl, Ratzlaff y Felix Bard estaban en la sala de reuniones, exhaustos, con las mangas arremangadas, los codos hundidos en montañas de papeles y con un teléfono en cada mano por los que hablaban frenéticamente. Al final, la bomba cayó poco después de las diez, cuando Krane empezó a cotizarse a cuarenta dólares por acción. No hubo compradores, ni tampoco a treinta y cinco dólares la acción. El desplome sufrió un repunte temporal en veintinueve dólares y medio, cuando los especuladores entraron en acción y empezaron a comprar. Estuvieron subiendo y bajando durante la hora siguiente. Al mediodía estaban a veintisiete con veinticinco, en un día de gran volumen de operaciones, y para empeorar las cosas, Krane era la comidilla empresarial de la mañana. Para saber el estado de la bolsa, los programas por cable contactaban alegremente con sus analistas en Wall Street, quienes les informaban con entusiasmo de la caída aplastante de Krane Chemical.

Luego volvían al resumen de las noticias: más muertes en Irak, el desastre natural del mes y Krane Chemical.

Bobby Ratzlaff pidió permiso para ir a su despacho. Bajó por la escalera, un solo piso, y apenas tuvo tiempo de llegar al servicio de caballeros. Los cubículos estaban vacíos. Se dirigió al último, levantó la tapa y vomitó violentamente.

Sus noventa mil acciones ordinarias de Krane habían pasado de valer unos cuatro millones y medio de dólares a unos dos y medio, y la caída todavía no se había detenido. Utilizaba la bolsa como una garantía real para sus caprichos: la casita de los Hamptons, el Porsche Carrera y sus participaciones en un barco de vela. Por no mencionar otros gastos generales, como el colegio privado y el carnet de socio del club de golf. Bobby estaba extraoficialmente en la ruina.

Por primera vez en su trayectoria profesional, comprendió por qué la gente saltaba por las ventanas en 1929.

Los Payton habían pensado ir juntos en coche hasta Bowmore, pero la visita inesperada de su asesor financiero a última hora cambió sus planes. Wes decidió quedarse y atender a Huffy mientras Mary Grace cogía el Taurus y visitaba su ciudad natal.

Primero fue a Pine Grove y luego a la iglesia, donde Jeannette Baker la esperaba, junto al pastor Denny Ott y otro grupo de víctimas que también representaba el bufete de los Payton. Se vieron en privado en la sala anexa y comieron sándwiches. Jeannette se acabó uno, algo que no era demasiado corriente. Estaba serena, descansada, contenta de estar lejos del juzgado y de todo lo demás que envolvía el proceso.

La conmoción que había provocado el veredicto empezaba a mitigarse. La posibilidad de que el dinero cambiara de manos animaba el ambiente, pero también conllevaba un aluvión de preguntas. Mary Grace intentó cautelosamente rebajar las expectativas. Les detalló los recursos de apelación que se interpondrían en el caso Baker. No confiaba en obtener una resolución extrajudicial, ni en llegar a un acuerdo, ni siquiera las tenía todas consigo en el caso de que tuvieran que embarcarse en un nuevo juicio. Sinceramente, Wes y ella no disponían de los fondos ni de la energía para llevar a Krane a otro largo juicio, aunque no compartió esos pensamientos con los demás.

Se mostró firme y segura de sí misma. Sus clientes estaban en el bando correcto; Wes y ella lo habían demostrado. Pronto habría una legión de abogados merodeando por Bowmore en busca de las víctimas de Krane, a quienes harían promesas e incluso ofrecerían dinero. y no se refería únicamente a los abogados de la zona, sino a los chicos de reclamación de daños de todo el país que iban a la caza de casos, de costa a costa, y que solían llegar al lugar de los hechos incluso antes que los bomberos. No confiéis en nadie, les dijo con suavidad, pero con firmeza. Krane enviará a un ejército de investigadores, chivatos e informadores para que busquen cualquier cosa que un día puedan utilizar contra vosotros en un juicio. No habléis con los periodistas, porque algo dicho de broma podría sonar de manera muy distinta ante un tribunal. No firméis nada salvo que lo hayan revisado los Payton. No habléis con otros abogados.

Les dio esperanza. El veredicto resonaba en el sistema judicial. Los legisladores tendrían que tomar nota. La industria química no podía seguir dándoles la espalda. Las acciones de Krane caían en picado en esos momentos, y cuando los accionistas hubieran perdido el dinero suficiente, exigirían cambios.

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