John Grisham - La Apelación

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La política siempre ha sido un juego sucio. Ahora la justicia también lo es. Corrupción política, desastre ecológico, demandas judiciales millonarias y una poderosa empresa química, condenada por contaminar el agua de la ciudad y provocar un aumento de casos de cáncer, que no está dispuesta a cerrar sus instalaciones bajo ningún concepto. Grisham, el gran mago del suspense, urde una intriga poderosa e hipnótica, en la que se reflejan algunas de las principales lacras que azotan a la sociedad actual: la justicia puede ser más sucia que los crímenes que pretende castigar.

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Todo el mundo cogió su copa. Carl bebió más vino. Pete Flint estaba detrás de él, dos mesas más allá, pero Carl no se atrevió a volverse y reconocer que habían entablado una pequeña batalla.

Si Flint no había mentido y se había desprendido de las acciones de Krane, el veredicto le reportaría millones. Obviamente, Carl acababa de perderlos por el mismo motivo. En teoría, claro, pero ¿ no ocurría lo mismo con todo?

Con Imelda no. Eral real, tangible, una obra de arte que Carl no podía permitir que se la arrebataran, y mucho menos Pete Flint.

El subastador alargó con destreza los asaltos trece, catorce y quince hasta obtener un rendido aplauso al final de todos ellos. Había corrido la voz y todo el mundo sabía que la disputa estaba entre Carl Trudeau y Pete Flint. Cuando se acallaron los aplausos, los dos pesos pesados se prepararon para un nuevo asalto. Carl asintió en los dieciséis y agradeció las felicitaciones.

– ¿ Diecisiete, alguien ofrece diecisiete millones? -preguntó el subastador con voz de trueno, incapaz de disimular la emoción.

Un largo silencio. La tensión se respiraba en el aire. -Muy bien, vamos con dieciséis. Dieciséis a la una, dieciséis a las dos, ah, sí, ofrecen diecisiete.

Carl había estado haciéndose promesas y rompiéndolas durante toda aquella tortura, pero estaba decidido a no pasar de los diecisiete millones de dólares. Cuando ya no se oyeron más aclamaciones, se recostó en su asiento, impasible como cualquier otro tiburón de los negocios con miles de millones en juego. Estaba acabado, pero se sentía feliz. Flint estaba tirándose un farol y ahora tendría que cargar con el muerto por diecisiete millones.

– No sé si atreverme a preguntar si alguien ofrece dieciocho.

Más aplausos. Más tiempo para pensárselo. Si había estado dispuesto a pagar diecisiete, ¿por qué no dieciocho? Además, si se atrevía con dieciocho, Flint comprendería que él, Carl, tenía intención de permanecer hasta el final.

Valía la pena probarlo.

_¿ Dieciocho? -preguntó el subastador.

– Sí -dijo Carl, lo bastante alto para hacerse oír.

La estrategia funcionó. Pete Flint se retiró a la seguridad del dinero que no había gastado y observó divertido cómo el gran Carl remataba uno de los peores negocios de la historia.

– Vendido por dieciocho millones al señor Carl Trudeau -bramó el subastador, y los invitados se pusieron en pie.

Bajaron a Imelda para que sus nuevos dueños pudieran posar con ella. Muchos de los asistentes miraban boquiabiertos a los Trudeau y su nueva adquisición, tanto con envidia como con orgullo. La orquesta empezó a tocar, anuncio de que había llegado la hora de bailar. Brianna estaba acalorada -el dinero la había excitado- y, a mitad del primer baile, Carlla apartó ligeramente de él, con suavidad. Estaba ardiendo, le dirigía miradas libidinosas y enseñaba tanta piel como era posible. La gente la miraba y a ella le parecía bien.

– Larguémonos de aquí -dijo Carl, después del segundo baile.

4

Durante la noche, Wes había conseguido hacerse con un sitio en el sofá, un lugar mucho más cómodo en el que descansar, y cuando despertó antes del amanecer, tenía a Mack pegado a él. Mary Grace y Liza estaban estiradas a sus anchas en el suelo, debajo de ellos, envueltas en mantas y dormidas como un tronco. Habían estado viendo la televisión hasta que los niños habían caído rendidos, y luego habían abierto y apurado en silencio una botella de champán barato que habían estado guardando para la ocasión. El alcohol y el cansancio los habían dejado fuera de combate y se habían jurado dormir eternamente.

Cinco horas después, Wes abrió los ojos y fue incapaz de cerrarlos de nuevo. Volvía a estar en los juzgados, sudoroso y hecho un manojo de nervios, viendo entrar al jurado, rezando, buscando una señal y oyendo las solemnes palabras del juez Harrison. Las palabras que resonarían en sus oídos para siempre.

Aquel iba a ser un gran día y Wes no iba a seguir perdiéndolo tumbado en el sofá.

Se levantó con suavidad para no despertar a Mack, lo tapó con una manta y entró en su atestado dormitorio sin hacer ruido para ponerse los pantalones cortos, las zapatillas de deporte y una camiseta. Durante el juicio, había procurado correr a diario, a veces al mediodía y otras a las cinco de la mañana. Un día del mes anterior, había acabado a diez kilómetros de casa a las tres de la madrugada. Correr le ayudaba a despejar la mente y a aliviar el estrés. Ideaba estrategias, interrogaba a los testigos, discutía con Jared Kurtin, apelaba al jurado, hacía miles de cosas mientras pateaba el asfalto en la oscuridad.

Tal vez ese día se concentraría en algo distinto mientras corría, en lo que fuera menos en el juicio. Tal vez pensara en las vacaciones. Una playa. Sin embargo, la apelación ya había empezado a reconcomerlo.

Mary Grace no se movió cuando él salió sigilosamente del piso y cerró la puerta detrás de él. Eran las cinco y cuarto.

Echó a correr sin estiramientos previos y poco después ya se encontraba en Hardy Street, en dirección al campus de la Universidad Southern Mississippi. Le gustaba la seguridad de aquel lugar. Rodeó los colegios mayores en los que había vivido, el estadio de fútbol en el que había jugado y al cabo de media hora entró en el Java Werks, su cafetería predilecta, que se encontraba en la calle de enfrente del campus. Dejó cuatro monedas de veinticinco centavos sobre el mostrador y pidió una tacita del café de la casa. Un dólar. Casi se echó a reír al contarlas. Planeaba el café con antelación y siempre andaba buscando monedas.

Al final del mostrador había una colección de periódicos del día. El titular de primera plana del Hattiesburg American anunciaba: «Krane Chemical sancionada con cuarenta y un millones de dólares». Iba acompañado de una enorme y magnífica foto de Mary Grace y él saliendo de los juzgados, cansados, pero felices, y una foto más pequeña de Jeannette Baker, llorosa. Había muchas citas de los abogados, unas cuantas del jurado, incluso una corta aunque enrevesada declaración de la doctora Leona Rocha, que evidentemente había ejercido gran influencia en la sala del jurado. Según el diario, se le atribuía haber dicho, entre otras perlas: «Nos indignaba el calculado y arrogante abuso de la tierra que había hecho Krane, su total desprecio por la seguridad y su hipocresía al intentar ocultarlo».

Wes adoraba a esa mujer. Devoró el extenso artículo, olvidando el café. El diario estatal más importante era The Clarion-Ledger, de Jackson, y aunque el titular era un poco más comedido, no por ello dejaba de ser impactante: «El jurado falla contra Krane Chemical: indemnización astronómica». Más fotos, citas, detalles del juicio; al cabo de unos minutos, Wes acabó leyendo por encima. Hasta el momento, el mejor titular se lo llevaba The Sun Herald, de Biloxi: «Jurado a Krane: afloja la pasta».

La noticia y las fotos iban en la primera plana de la mayoría de los principales periódicos. No era un mal día para el pequeño bufete de Payton amp; Payton. La vuelta a los escenarios estaba próxima y Wes estaba preparado. Los clientes potenciales empezarían a hacer sonar los teléfonos del despacho en busca de asesoramiento legal para sus divorcios, quiebras y un centenar de incordios para los que Wes no tenía estómago. Se los quitaría de encima con educación, los mandaría a otros abogados de poca monta -bastaba con darle una patada a una piedra para encontrarlos- y se dedicaría a navegar por internet todas las mañanas en busca de los peces gordos. Una indemnización astronómica, fotos en los periódicos, la noticia del día y el negocio estaba a punto de crecer considerablemente.

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