En ese momento, Siobhan salió de la sombra y tendió la hoja de papel a Marr.
– ¿Recuerda que le pregunté sobre el tema de los juegos?
– Sí.
– ¿Qué sentido da usted a esta clave? -inquirió Siobhan señalando la relativa a la iglesia de Rosslyn.
Marr entornó los ojos pensativo.
– Ninguna -contestó devolviéndosela.
– Señor Marr, ¿puedo preguntarle si es miembro de alguna logia masónica?
Marr la miró y a continuación dirigió la vista hacia Rebus.
– No me dignaré responder a esa pregunta.
– Mire usted, a Philippa le enviaron la clave para que la resolviera, y a mí también, por lo que al ver la expresión «el sueño del masón» tuve que buscar a alguien de una logia para ver si me aclaraba el significado.
– ¿Y cuál es?
– Es lo de menos. Lo que sí puede ser importante es si Philippa buscó ayuda igual que yo.
– Ya le digo que yo no sabía nada de esto.
– Pero quizás a ella se le escapó algún comentario hablando con usted.
– Pues no.
– ¿Hay algún otro masón entre sus amistades, señor Marr? -preguntó Rebus.
– No lo sé. Miren, creo que ya les he concedido suficiente tiempo… hoy precisamente…
– Sí, señor -dijo Rebus-. Gracias por recibirnos -añadio tendiendo de nuevo la mano, que esta vez Marr se negó a estrechar.
Sin decir nada más, abrió la puerta del salón y Rebus y Siobhan lo siguieron pasillo adelante. En el vestíbulo estaban Templer y Hood. Marr pasó a su lado sin decir palabra y desapareció por una puerta.
– ¿Qué demonios hacéis aquí? -preguntó Templer bajando la voz.
– Tratando de descubrir al asesino -respondió Rebus-. ¿Y tú?
– Quedaste bien en la tele -dijo Siobhan a Hood.
– Gracias.
– Sí, Grant se desenvolvió estupendamente -reconoció Templer cambiando su atención de Rebus a Siobhan-. Estoy muy contenta.
– Y yo -añadió Siobhan sonriente.
Salieron de la casa y subieron a sus respectivos coches.
– Quiero un informe sobre vuestra presencia aquí -dijo Templer antes de arrancar-. Ah, John, tienes pendiente esa visita al médico.
– ¿El médico? -preguntó Siobhan mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.
– No es nada -contestó Rebus poniendo en marcha el coche.
– ¿Ahora la toma contigo igual que hizo conmigo?
– Siobhan, tú a Gill le caías bien -replicó Rebus volviéndose hacia ella-. Fuiste tú quien no supo aprovecharlo.
– No estaba preparada. -Hizo una pausa-. Lo que digo te va a parecer una tontería, pero creo que está celosa.
– ¿De ti?
– De ti -contestó ella.
– ¿De mí? -dijo Rebus echándose a reír-. ¿Por qué iba a estar celosa de mí?
– Porque no actúas según el reglamento y ella eso no puede hacerlo. Porque, pese a ser como eres, siempre te ganas a los demás para que trabajen contigo, incluso cuando no están de acuerdo con lo que tú quieres que hagan.
– Se ve que valgo más de lo que yo pensaba.
– No, yo creo que sabes bien lo que vales -contestó ella mirándolo con picardía-O al menos eso te crees.
– Debe de haber algo insultante en lo que dices, pero no acierto a captarlo -replicó Rebus mirándola de reojo.
– Bueno, ¿y ahora adonde vamos? -preguntó ella recostándose en el asiento.
– Volvemos a Edimburgo.
– ¿Y después?
Rebus guardó silencio, pensativo, mientras hacía la maniobra en el camino.
– No lo sé -dijo-. A mí, Marr me ha dado la impresión de que hubiera perdido a su propia hija…
– No irás a decir…
– ¿Se parecía algo a él? Yo soy muy mal fisonomista.
Siobhan quedó pensativa mordiéndose el labio.
– A mí, todos los ricos me parecen iguales. ¿Tú crees que Marr y la señora Balfour pueden haber estado liados?
Rebus se encogió de hombros.
– Es una cuestión difícil de demostrar sin un análisis de sangre. Habrá que decirles a Gates y Curt que conserven una muestra -añadió mirándola.
– ¿Y Claire Benzie?
Rebus dijo adiós con la mano a la agente Campbell.
– Claire es interesante, pero no hay que fastidiarla.
– ¿Por qué no?
– Porque dentro de unos años puede convertirse en nuestra cordial forense local y, aunque a lo mejor yo ya no estoy en danza, tú no querrás…
– ¿Estar de malas con ella?
– Estar de malas con ella -repitió Rebus asintiendo con la cabeza.
Siobhan reflexionó un instante.
– Pero lo mires como lo mires, tiene todo a su favor para guardar rencor a los Balfour.
– Entonces, ¿por qué seguía siendo amiga de Flip?
– Tal vez sólo fingía serlo. -Mientras regresaban al pueblo por el camino, Siobhan iba atenta por si veían a los turistas, pero no había rastro de ellos-. ¿Pasamos por Meadowside para ver si les ha sucedido algo?
Rebus contestó que no y no volvieron a hablar hasta dejar atrás Los Saltos.
– Marr es masón y le gustan los juegos -dijo Siobhan.
– ¿Ahora Programador es en realidad él y no Claire Benzie?
– Cosa que me parece más verosímil que pensar que sea el padre de Flip.
– Retiro lo dicho -replicó Rebus.
Iba pensando en Hugo Benzie, sobre quien le había informado un amigo abogado antes de ir a Los Saltos. Benzie era un abogado tranquilo y eficiente de Edimburgo, especializado en testamentos y fundaciones. Su afición por el juego era secreta y no había interferido nunca en su trabajo pero, por lo visto, invirtió dinero en asuntos nuevos de Extremo Oriente guiado por informaciones personales y datos de la sección financiera del diario del que era suscriptor. De ser así, Rebus no veía ninguna responsabilidad por parte de Balfour; probablemente, la banca se habría limitado a colocar el dinero siguiendo sus instrucciones y a romper la relación cuando desapareció en el Yang-tsé. A juicio de Rebus, no era sólo que Benzie hubiera perdido su dinero, ya que siendo abogado podía haber ganado más, sino que había perdido algo más importante: la fe en sí mismo. Llegado a ese extremo, había cierta lógica en que pensara en el suicidio viéndolo como la única posibilidad. El se había visto en las mismas circunstancias un par de veces por culpa del alcohol y de la soledad; claro que él era incapaz de arrojarse desde ninguna altura porque sufría vértigo desde que en una ocasión, sirviendo en el ejército, había tenido que lanzarse desde un helicóptero; él optaría por la cuchilla de afeitar con un baño caliente, pero era una solución muy sucia y le repugnaba la idea de que un conocido, o desconocido, se encontrara con semejante panorama. Era mejor alcohol y pastillas… Las drogas básicas; y no en casa, sino en la habitación de algún hotel anodino, para que se lo encontrara el personal. Para ellos no sería más que un cadáver solitario.
Eran simples divagaciones, pero de haber estado en el lugar de Benzie, con mujer e hija, él no habría sido capaz de hacerlo. Y Claire quería ser patóloga, una profesión en la que se ven constantemente cadáveres en lugares cerrados sin ventanas, con aire acondicionado. ¿Vería en los muertos la imagen del padre?
– ¿En qué estás pensando? -preguntó Siobhan.
– En nada -respondió él mirando la carretera.
* * *
– Anímate, que es viernes por la tarde -dijo Hi-Ho Silvers.
– ¿Y qué?
– No me digas que no tienes alguna cita -replicó él mirando fijamente a Ellen Wylie.
– ¿Una cita?
– Ya sabes: ir a cenar, luego a bailar y después a casa de él… -añadió Silvers moviendo las caderas.
– Ya me cuesta almorzar normalmente -replicó Wylie con una mueca.
Tenía en la mesa un sandwich de atún con mayonesa y maíz dulce sin acabar. El atún le había producido cierto ardor de estómago, cosa que Silvers estaba lejos de imaginar.
Читать дальше