Ian Rankin - Aguas Turbulentas

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La desaparición de una estudiante, Philippa Balfour ¿niña rica rebelde, hija de un banquero bien acomodado e influyente? conduce a la policía a dos posibles pistas: la primera relacionada con la aparición de una muñeca de madera en un minúsculo ataúd abandonado en un paraje rural, a poca distancia de la casa de los Balfour; la segunda, su participación en un juego de rol a través de Internet dirigido por un misterioso gurú cibernético. Dos posibles pistas que vinculan casos antiguos de asesinatos no resueltos con otros más recientes. La policía, de Lothian y Borders, se pone en marcha, mientras Rebus investiga los deslavazados antecedentes históricos de crímenes sin resolver y la agente Siobhan Clarke sigue la pista virtual del misterioso «Programador», cuyas enrevesadas claves acaban dirigiendo los pasos de la investigación. Las vidas, virtuales y reales, dependen ahora de una fracción de segundo.

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«Ah, Conor», exclamó agachando la cabeza para que los que pasaban por su lado no vieran las lágrimas que afloraban a sus ojos.

* * *

Siobhan hablaba por teléfono con Watson.

Me alegro de oírla, Siobhan.

– Bueno, señor, llamo para pedirle un favor, y perdone que turbe su paz y tranquilidad.

No crea que viene bien tanta paz y tranquilidad -replicó Watson riendo, aunque ella notó algo tras sus palabras.

– Es bueno seguir activo -añadió Siobhan, y enseguida hizo una mueca porque le sonó a respuesta de consultorio sentimental.

Sí, eso dicen -dijo él riendo de nuevo, ahora con menos naturalidad-. ¿Qué nueva ocupación me sugiere?

– No lo sé -respondió ella rebulléndose en la silla al advertir el rumbo que tomaba la conversación. Grant Hood estaba sentado frente a ella en aquel sillón de Rebus, que le parecía recuperado del despacho de Watson-. ¿El golf, quizá?

Hood frunció el entrecejo preguntándose de qué diablos hablaba.

Yo siempre he sostenido que donde esté un buen paseo… -dijo Watson.

– Ah, sí, pasear es bueno.

¿Verdad? Gracias por recordármelo.

Notaba el tono picajoso de Watson y no acababa de entender qué nervio sensible había tocado.

– En cuanto al favor… -empezó Siobhan.

Sí, mejor será que me lo pida rápido antes de que me ponga las zapatillas de deporte.

– Es una especie de clave para un acertijo.

¿De un revoltigrama?

– No, señor. Es algo relacionado con el caso de una desaparecida, Philippa Balfour; ella trataba de resolver ciertas claves y nosotros intentamos hacer lo mismo.

¿Y en qué puedo yo ayudarlos? -preguntó Watson, más calmado, con cierto interés.

– Pues bien, señor, la clave dice: «El maíz aparece donde acaba el sueño del masón», y pensamos que se refiere a alguien que pertenece a la logia masónica.

¿Les han dicho que yo era masón?

– Sí.

Watson guardó silencio un instante.

Espere un momento, que coja un bolígrafo -dijo al fin, y luego se hizo repetir la clave para apuntarla-. Masón, ¿con eme mayúscula?

– No, señor. ¿Es importante la diferencia?

Esto no lo sé con seguridad, pero lo normal sería verlo escrito con mayúscula.

– En ese caso, ¿habría que darle otra interpretación?

Un momento, no digo que esté mal. Tengo que pensarlo. ¿Puede esperar una media hora?

– Naturalmente.

¿Me llama desde Saint Leonard?

– Sí, señor.

Siobhan, no es necesario que siga llamándome «señor».

– Entendido…, señor. Lo siento, no puedo evitarlo -añadió sonriendo.

Bueno -dijo Watson algo más animado-, le llamaré en cuanto haya reflexionado sobre esto. ¿Aún no tienen ninguna pista clara sobre el caso?

– Estamos haciendo cuanto podemos, señor.

Sí, claro. ¿Qué tal le va a Gill Templer?

– Creo que está en su elemento.

Ella puede llegar donde quiera, Siobhan, mire lo que le digo. De Gill puede usted aprender mucho.

– Sí, señor. Espero su llamada.

Adiós, Siobhan.

– Va a estudiarlo -dijo a Grant, al tiempo que colgaba.

– Estupendo; el tiempo apremia.

– Pues bien, sabihondo, a ver tu gran idea.

Él la miró como aceptando el reto y alzó un dedo.

– En primer lugar, a mí me parece una cita de Shakespeare o algo así. -Alzó otro dedo-. Segundo, corny, es decir, «maíz», ¿se refiere a «pasado de moda» o tiene que ver quizá con el origen de la planta?

– ¿Te refieres a su procedencia?

Hood se encogió de hombros.

Siobhan agitó la cabeza desalentada, pero él alzó otro dedo.

– Tercero, pongamos que lo de masón se refiere al origen de la palabra; los francmasones o albañiles. ¿No será una lápida? Allí es donde acaban todos los sueños, en definitiva. Tal vez sea un tallo de maíz esculpido -añadió cerrando el puño-. Eso es todo lo que se me ocurre.

– Si es una lápida tendremos que saber de qué cementerio -repuso ella cogiendo el papel con la frase clave-. Aquí no hay ninguna referencia a un mapa o a una página…

Hood asintió con la cabeza.

– Es una clave distinta. No sé -dijo Grant.

Siobhan lanzó un resoplido y dejó el papel en la mesa.

– Cada vez es más difícil -reconoció-. ¿O es que se me embota el cerebro?

– Quizá sería mejor hacer una pausa -dijo él rebulléndose en el viejo sillón-. O darse por vencidos.

Siobhan miró el reloj. Era cierto; llevaban casi diez horas dándole vueltas. Habían perdido la mañana en el viajecito y aún tenía agujetas por la ascensión. Le asaltó la tentación de un buen baño con sales y una botella de Chardonnay…, pero sabía que por la mañana, al levantarse, estaría casi agotado el tiempo para resolver la clave. Suponiendo que Programador no se saltara las reglas del juego. Lo que le fastidiaba era que sólo sabría si lo hacía o no, si lograba resolver la clave a tiempo. No pensaba arriesgarse.

Por otra parte, se preguntaba si la visita a la Banca Balfour no había sido también una pérdida de tiempo… Ranald Marr y sus soldaditos, la información dada por David Costello, el ejemplar roto encontrado en su piso… Se preguntaba si el joven había querido insinuar algo sobre Marr, pero no se le ocurría qué era. Además, comenzaba a tener la sospecha de que todo aquel esfuerzo era inútil, que Programador estaba riéndose de ellos, que el juego no tenía nada que ver con la desaparición de Flip. Tal vez no fuera mala idea salir a tomar unas copas con las compañeras… Sonó el teléfono y lo cogió con ansia.

– Agente Clarke de Investigación Criminal -contestó.

Agente Clarke, aquí recepción. Tiene una visita.

– ¿Quién es?

Un tal señor Gandalf; es un tipo un poco raro -añadió la voz en tono más bajo-, como si se hubiera quedado colgado en la época hippy.

Siobhan bajó a la sala de visitas. Gandalf llevaba entre las manos un sombrero tirolés marrón oscuro y acariciaba la pluma. Iba con una cazadora de cuero marrón, la misma camiseta de Grateful Dead que llevaba en la tienda, pantalones de pana azul claro tan raídos como las sandalias.

– Hola -dijo Siobhan.

Él abrió los ojos sorprendido como si no la reconociera.

– Soy Siobhan Clarke -añadió ella tendiéndole la mano-. Nos vimos en su tienda.

– Sí, sí -musitó él mirándole la mano sin hacer gesto de estrechársela.

– ¿A qué se debe su visita, señor Gandalf? -preguntó ella bajando el brazo.

– Le dije que intentaría averiguar algo sobre Programador.

– Ah, sí-dijo Siobhan-. ¿Quiere subir conmigo? Podríamos tomar un café.

Él miró hacia la puerta por la que acababa de entrar y negó despacio con la cabeza.

– No me gustan las comisarías -replicó muy serio-. Dan malas vibraciones.

– Sí, lo comprendo -dijo Siobhan-. ¿Quiere que hablemos fuera? -añadió mirando a la calle. Aún era hora punta y pasaban muchos coches.

– Aquí cerca hay una tienda de unos conocidos…

– ¿Con buenas vibraciones?

– De primera -replicó Gandalf, animado de inmediato.

– ¿No estará ya cerrada?

Gandalf negó con un gesto.

– He visto que estaba abierta.

– Muy bien. Espere un momento -dijo Siobhan acercándose al mostrador, donde un agente en mangas de camisa vigilaba tras una luna de seguridad-. ¿Puede llamar al agente Hood para decirle que vuelvo dentro de diez minutos?

El agente asintió.

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