– Prefiero enseñártela.
Se oía mucho ruido de fondo en la comunicación y Siobhan se puso en pie.
– ¿Me hablas desde el móvil? -preguntó.
– Sí.
– ¿Dónde estás?
– Enfrente de tu casa.
Siobhan se acercó a la ventana y vio el Alfa de Grant en medio de la calle. Sonrió.
– Aparca. Mi timbre es el segundo por arriba.
Cuando acababa de llevar a la cocina los platos sucios sonó el portero automático. Comprobó que era Hood y pulsó la tecla para abrirle. Estaba esperándolo con la puerta abierta cuando él salvó los últimos peldaños.
– Perdona que sea tan tarde -dijo- pero no podía aguantármelo.
– ¿Quieres café? -preguntó ella cerrando la puerta.
– Sí, gracias; con dos terrones de azúcar.
Llevaron los cafés al cuarto de estar.
– Bonito piso. Me gusta -dijo él.
Se sentó junto a ella en el sofá y puso la taza en la mesita, luego sacó del bolsillo un plano de Londres.
– ¿Londres? -preguntó ella.
– He repasado todos los reyes posibles de la Historia y todo lo relacionado con la palabra «king» -explicó alzando la guía en cuya cubierta aparecía un mapa del metro de Londres.
– ¿La estación de King's Cross? -aventuró ella.
Él asintió con la cabeza.
– Mira.
Ella cogió la guía. Notó que Grant estaba nervioso.
– Seven fins high is king -dijo él.
– ¿Y tú crees que se refiere a King's Cross?
Grant se arrimó y señaló con el dedo la línea azul que cruzaba la estación.
– ¿No ves? -preguntó.
– No -respondió ella muy seria-. Explícamelo.
– Una parada más al norte de King's Cross.
– Highbury Islington.
– Una más.
– Finsbury Park… Seven Sisters.
– Ahora hacia atrás -dijo él casi saltando de impaciencia.
– No vayas a orinarte -replicó ella mirando el plano-. Seven Sisters… Finsbury Park… Highbury & Islington… King's Cross. -En aquel momento lo entendió y miró a Grant-. Enhorabuena -dijo.
Grant se inclinó y le dio un apretón del que ella se zafó. A continuación, él se levantó y dio una palmada.
– No podía creérmelo -explicó-. De pronto me vino la idea y dije: «Es la línea Victoria».
Ella asintió con la cabeza; efectivamente, se trataba de un tramo del metro de Londres.
– Pero ¿qué significa? -preguntó.
Él volvió a sentarse y se inclinó con los codos apoyados en las rodillas.
– Eso es lo que tenemos que averiguar.
Ella se apartó un poco de él y cogió el bloc y leyó.
– «La reina come delante del busto» -dijo mirándolo, pero él se encogió de hombros.
– ¿Habrá que encontrar la solución en Londres?
– No lo sé -respondió él-. ¿En el palacio de Buckingham? ¿En Queen's Park? Podría ser Londres -añadió encogiéndose de hombros.
– ¿Qué significan esas estaciones de metro?
– Todas ellas están en la línea Victoria -respondió él.
Se miraron el uno al otro.
– La reina Victoria -dijeron al unísono.
Siobhan tenía una guía de Londres comprada para un fallido fin de semana. Tardó un rato en encontrarla mientras Grant ponía en marcha el ordenador para iniciar una búsqueda en Internet.
– Podría ser el nombre de un pub -aventuró.
– Sí -dijo ella leyendo-. O el museo Victoria & Albert.
– O la estación Victoria, que también está en la misma línea y en donde hay asimismo una estación de autobuses con la peor cafetería de Inglaterra.
– ¿Hablas por experiencia?
– Fui algunos fines de semana en autobús en mis tiempos de estudiante y no me gustó -respondió pasando unas líneas de texto en la pantalla.
– ¿No te gustó el autobús o Londres?
– Ninguna de las dos cosas. Eso de bust ¿qué será?
– Lo más probable es que sea una escultura -dijo ella-. Quizás en Queen Victoria con un restaurante enfrente.
Trabajaron en silencio un buen rato hasta que a Siobhan comenzaron a escocerle los ojos y se levantó a hacer más café.
– Dos terrones -pidió Grant.
– Lo sé -dijo ella mirándolo inclinado sobre el ordenador moviendo una rodilla de arriba abajo. Quería pedirle disculpas por haber esquivado el apretón, para que no se lo tomara a mal, pero sabía que ya no venía al caso.
Cuando volvió con las dos tazas le preguntó si había encontrado algo.
– Sitios turísticos -respondió él cogiendo el café y dándole las gracias.
– ¿Por qué tiene que ser Londres? -preguntó ella.
– ¿Por qué lo dices? -dijo él, sin dejar de ver la pantalla.
– Por si fuera en algún lugar más cercano.
– Quizá Programador viva en Londres, pero no lo sabemos.
– Es verdad.
– ¿Y quién dice que Flip Balfour fuera la única que jugaba a este juego? Para mí que debe haber, o ha habido, algún sitio en la red en el que se pueda entrar si quieres participar en el juego. No todos los jugadores van a vivir en Escocia.
Siobhan asintió con la cabeza.
– Yo no sé si Flip sería lo bastante inteligente para dar con la clave -dijo.
– Claro que sí. Si no, no habría llegado al siguiente nivel.
– Pero a lo mejor éste es otro juego -alegó ella, y él la miró-. A lo mejor, éste es un juego sólo para nosotros.
– Ya se lo preguntaré a ese cabrón si logro dar con él.
Media hora más tarde, Grant consultaba una lista de restaurantes de Londres.
– No puedes hacerte una idea de la cantidad de calles y avenidas Victoria que hay en esta maldita ciudad, y en la mitad de ellas hay un restaurante con ese mismo nombre.
Se recostó en el sofá y estiró la espalda como si estuviera exhausto.
– Y eso que no hemos mirado los pubes -dijo Siobhan apartándose el pelo de la frente-. Además…
– ¿Qué?
– La primera parte de la clave la has acertado estupendamente, pero ahora estamos colgados mirando listas. ¿Es que él espera que vayamos a Londres y recorramos todos los cafés y puestos de patatas fritas buscando un busto de la reina Victoria?
– Por mí, que espere sentado -dijo Grant en tono despectivo.
Siobhan miró el libro de juegos de naipes. Había estado un par de horas consultándolo sin encontrar nada útil después de haberlo conseguido justo cinco minutos antes de que cerraran la biblioteca, gracias a dejar el coche mal aparcado en Victoria Street arriesgándose a una multa…
– ¿Victoria Street? -pensó en voz alta.
– Sí, pero ¿cuál? Hay docenas.
– Pero algunas están en Edimburgo.
– Sí, claro -añadió él mirándola.
Grant bajó a coger del coche el atlas del servicio de cartografía de Escocia este y central, lo abrió por el índice y pasó el dedo por la lista.
– Parque Victoria…; hay un Hospital Victoria en Kirkcaldy y, en Edimburgo, dos calles -dijo mirándola-. ¿Tú qué crees?
– Creo que en Victoria Street hay un par de restaurantes.
– ¿Y estatuas?
– Afuera no.
Grant miró el reloj.
– Ya no estarán abiertos, ¿verdad?
Siobhan negó con la cabeza.
– Es lo primero que haremos mañana -dijo-. El desayuno lo pago yo.
* * *
Rebus y Jean estaban en el salón Palm Court. Ella tomaba un vodka y él un Macallan de diez años. El camarero había dejado en la mesa una jarrita de agua, pero Rebus no la había tocado. Hacía años que no había entrado en el Hotel Balmoral, que en sus tiempos se llamaba North British y que desde entonces había cambiado un poco. Pero Jean no parecía muy interesada por el lugar, y menos después de lo que él le había contado.
– ¿Así que es posible que se trate de asesinatos? -preguntó Jean Burchill.
Las luces del local eran discretas y un pianista animaba el ambiente con melodías que Rebus recordaba, aunque dudaba de que Jean reconociese alguna.
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