«Sseñorita Teri: visita mi página personal, 100% no pornográfica (¡lo siento, chicos!).»
– «Sseñorita», ¿por qué? -preguntó Rebus.
– Tal vez porque las otras posibilidades ortográficas estaban cubiertas. Mi dirección de correo electrónico es «66Siobhan».
– ¿Porque había otras sesenta y cinco Siobhans antes que tú?
Ella asintió con la cabeza.
– Y eso que creía que tenía un nombre raro -comentó haciendo clic en el vínculo.
La página de Teri Cotter comenzó a cargarse. Se vio su foto con todas sus galas góticas y con el rostro enmarcado entre las manos con las palmas hacia afuera.
– Se ha dibujado una estrella de cinco puntas -comentó Siobhan.
Rebus comprobó que en ambas palmas tenía una estrella dentro de un círculo. No aparecieron más fotos, sino un texto explicativo sobre los gustos de Teri, el colegio al que iba y una invitación: «Puedes adorarme en Cockburn Street, casi todos los sábados por las tardes». Había también la opción de enviarle un mensaje con un comentario para su libro de visitas o recurrir a diversos enlaces, casi todos ellos para entrar en otros sitios góticos, uno de los cuales se llamaba «Entrada a la oscuridad».
– Eso es lo de la cámara conectada -dijo Siobhan, y probó en el enlace para cerciorarse.
En la pantalla volvió a aparecer en letras rojas ¡bienvenido a mi oscuridad! Con un segundo clic entraron en el dormitorio de la joven. Había cambiado de postura y ahora la vieron reclinada en la cabecera de la cama con las rodillas flexionadas juntas, sobre las que escribía en un cuaderno de hojas sueltas.
– Debe de estar haciendo los deberes -comentó Siobhan.
– A lo mejor es su libro de brebajes -dijo Rebus-. Los que entren en su página saben su edad, a qué colegio va y qué aspecto tiene.
– Y dónde encontrarla los sábados por la tarde -añadió Siobhan asintiendo con la cabeza.
– Es un pasatiempo peligroso -musitó Rebus.
Era una presa potencial para los cazadores.
– A lo mejor por eso le gusta.
Rebus volvió a restregarse los ojos. Se acordaba de la primera vez que la había visto, del comentario que le hizo sobre sentir envidia de Derek y Anthony y de la frase con la que se despidió: «Puede verme cuando le apetezca». Ahora entendía lo que había querido decir.
– ¿Tienes bastante? -preguntó Siobhan dando unos golpecitos en la pantalla.
Rebus asintió.
– ¿Primera impresión, sargento Clarke?
– Bien… «si» era amante de Herdman, y «si» él era celoso…
– Eso sólo tiene sentido si Anthony Jarvies conocía la página.
– Jarvies y Derek eran muy amigos; ¿qué posibilidades hay de que Derek no le dejara entrar en ella?
– Muy cierto. Habrá que comprobarlo.
– ¿Hablando otra vez con Teri?
Rebus asintió despacio con la cabeza.
– ¿Se puede entrar en el libro de visitas?
Pudieron, pero no encontraron nada de particular. Ni había comentarios evidentes de Derek Renshaw ni de Anthony Jarvies; sólo palabrerías de una serie de admiradores de la Sseñorita Teri, del extranjero en su mayor parte a juzgar por la redacción del inglés. Rebus miró a Siobhan mientras desenchufaba el portátil.
– ¿Comprobaste aquella matrícula? -preguntó.
Ella asintió con la cabeza.
– Fue lo último que hice antes de irme a casa. Era Brimson.
– Cada vez más, más curiosa…
– ¿Qué tal te apañas? -añadió Siobhan mientras cerraba el ordenador-. Para vestirte y desvestirte, me refiero.
– Bien.
– ¿No dormirás vestido?
– No -replicó él tratando de infundir al monosílabo cierto tono de indignación.
– Entonces, ¿podré verte mañana con camisa limpia?
– Deja de cuidarme como una madre.
– Podría prepararte la bañera -añadió ella sonriendo.
– Puedo hacerlo yo -replicó él aguardando a que ella le mirara-. Te lo juro.
– ¿Y que te mueras si es mentira?
La mención de la muerte recordó a Rebus su primer encuentro con Teri Cotter… cuando le preguntó detalles sobre los muertos que había visto, intrigada por el hecho de la muerte. Y ahora resultaba que tenía una página en la Red que era una invitación para mentes enfermas.
– Hay algo que quiero enseñarte -dijo Siobhan rebuscando en el bolso. Sacó un libro y le mostró la portada: I'm a Man, de Ruth Padel-. Es sobre música rock -añadió abriéndolo por una página marcada-. Escucha esto: «Los sueños heroicos comienzan en el dormitorio del adolescente».
– ¿En qué sentido?
– La autora habla sobre el modo en que los adolescentes se valen de la música rock como instrumento de rebelión. Quizá lo que hace Teri Cotter es valerse de su dormitorio. Y hay algo más -añadió buscando otra página-. «… La pistola es símbolo de la sexualidad masculina.» Para mí tiene sentido -dijo mirándole.
– ¿Quieres decir que Herdman estaba celoso?
– ¿Tú nunca has estado celoso? ¿No te has dejado llevar por la ira?
– Tal vez un par de veces -respondió Rebus tras pensarlo.
– Kate me habló de un libro titulado Los hombres malos hacen lo que los buenos sueñan. Quizá Herdman se dejó llevar demasiado lejos por la ira -añadió llevándose la mano a la boca para contener un bostezo.
– Ve a acostarte -dijo Rebus-. Mañana tendrás tiempo de sobra para tus aficiones psicoanalíticas.
Siobhan desenchufó el portátil y recogió los cables. Rebus la despidió y después se acercó a la ventana a comprobar que subía segura al coche. De repente, una figura de hombre se acercó a la ventanilla. Echó a correr escalera abajo saltando los escalones de dos en dos y empujó enardecido la puerta de la calle. El hombre hablaba a voces para hacerse entender por encima del ruido del motor y arrimaba algo contra el parabrisas: un periódico. Rebus le agarró del hombro sintiendo un intenso dolor en los dedos. Al darle la vuelta reconoció su cara.
Era el periodista Steve Holly. Comprendió que el periódico sería un ejemplar de la edición de la mañana.
– Precisamente el hombre a quien yo quería ver -dijo Holly zafándose de Rebus y sonriendo de oreja a oreja-. Es interesante comprobar cómo se visita el personal del DIC -añadió volviéndose hacia Siobhan, que había parado el motor y se bajaba del coche-. Habrá quien piense que es un poco tarde para charlar.
– ¿Qué es lo que quiere? -preguntó Rebus.
– Sus comentarios -respondió Holly enarbolando el periódico y mostrándole los titulares en la primera página: EL MISTERIO DEL POLICÍA EN LA CASA INCENDIADA -. De momento no vamos a dar ningún nombre. Queríamos saber si le interesaba dar su versión de los hechos. Tengo entendido que está suspendido de servicio activo y sometido a una investigación interna -añadió Holly, que había doblado el periódico y sacado una minigrabadora del bolsillo-. Eso no tiene buena pinta -dijo mirando las manos descubiertas de Rebus-. Las quemaduras tardan en curarse, ¿verdad?
– John… -dijo Siobhan para advertirle que no perdiera la cabeza.
Rebus apuntó con un dedo enrojecido al periodista.
– Apártese de los Renshaw. Si no los deja en paz, se las verá conmigo, ¿entendido?
– Entonces concédame una entrevista.
– Ni hablar.
Holly bajó la vista hacia el periódico que sujetaba en la otra mano.
– ¿Qué le parece el titular: «Policía huye del escenario del crimen», por ejemplo?
– A mis abogados les parecerá bien cuando presente una querella contra usted.
– Mi periódico está siempre dispuesto al juego, limpio, inspector Rebus.
– Entonces tiene un problema -replicó Rebus tapando la grabadora con la mano- porque yo nunca juego limpio -añadió furioso enseñando los dientes a Holly.
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