– ¡Basta, Gavin! -dijo Whiteread entre dientes.
El joven enmudeció y fue como si todo el puerto quedara en silencio.
– Eso no nos va a ayudar -dijo Bobby Hogan-. Que se lleven eso para analizarlo…
– Yo sí que sé quién necesita que lo analicen -farfulló Simms.
– …y mientras vamos a colaborar para determinar en qué medida afecta esto a la investigación. ¿Le parece? -añadió mirando a Whiteread, quien asintió con la cabeza con aparente satisfacción, aunque miró desafiante a Rebus. Éste le sostuvo la mirada y vio confirmados sus recelos.
«No confío en usted.»
Terminaron formando una caravana de coches camino del colegio Port Edgar. Había ya menos curiosos y nuevos equipos de noticias ante la verja, pero no vieron policías de uniforme patrullando para disuadir a los que querían entrar en el recinto. La cabina prefabricada ya no daba para más y habían instalado otro espacio para la investigación en un aula del colegio. Las clases no se reanudarían hasta dentro de unos días, pero la sala del crimen seguiría cerrada. La Policía se había acomodado en los pupitres de un aula donde se daban clases de geografía. En las paredes había mapas, gráficos de precipitaciones, fotos de tribus, murciélagos e iglúes. Algunos agentes estaban de pie, con las piernas separadas y los brazos cruzados. Bobby Hogan se situó delante de la pizarra junto a la cual había un panel con el rótulo de «Deberes» entre signos de admiración.
– Parece una indirecta para nosotros -comentó Bobby Hogan dándole unos golpecitos-. Gracias a los amigos de las Fuerzas Armadas -dijo señalando hacia Whiteread y Simms, que se habían quedado en la puerta-, el caso ha dado un vuelco. Un yate de navegación de altura y un cargamento de droga. ¿A qué nos enfrentamos?
– A un caso de contrabando, señor -dijo una voz.
– Permita que añada el dato -el que había tomado la palabra estaba al fondo del aula y era del Servicio de Aduanas- de que la mayoría del éxtasis que entra en el Reino Unido procede de Holanda.
– En ese caso habrá que echar un vistazo a los libros de navegación de Herdman para ver sus singladuras -dijo Hogan.
– Claro, pero los libros son fáciles de falsificar -replicó el de Aduanas.
– Y habrá que hablar con la División de Drogas para que nos informen sobre el tráfico de éxtasis.
– ¿Seguro que es éxtasis, señor? -preguntó uno con voz chillona.
– Desde luego pastillas para el mareo no son.
Se oyeron unas risas forzadas.
– Señor, ¿quiere esto decir que se hará cargo del caso la División de Drogas?
– No se lo puedo confirmar. Ahora lo que tenemos que hacer es centrarnos en cuanto hayamos descubierto hasta este momento -dijo Hogan mirando a los presentes para asegurarse de que le prestaban atención. El único que no le miraba era John Rebus, que observaba con el ceño fruncido a la pareja de la puerta-. También tendremos que peinar minuciosamente el yate para asegurarnos de que no ha quedado nada por descubrir. -Hogan vio que Whiteread y Simms intercambiaban una mirada-. ¿Alguna pregunta?
Hubo algunas pero las contestó rápido: un agente quería saber cuánto costaba un yate como el de Herdman, y por el director del puerto sabían que una embarcación de doce metros y seis camarotes como aquélla no valía menos de sesenta mil libras, y eso de segunda mano.
– La pensión no le llegaba para tanto -comentó Whiteread.
– Estamos comprobando varias cuentas bancarias y otros activos de Herdman -dijo Hogan, volviendo a mirar hacia Rebus.
– ¿Podemos intervenir en el registro del yate? -preguntó Whiteread.
Hogan no encontró motivo para negarse y se encogió de hombros. Al término de la reunión vio que Rebus estaba a su lado.
– Bobby, alguien pudo haber puesto esa droga en el yate -dijo casi en un susurro.
– ¿Para qué? -contestó Hogan mirándole.
– No lo sé, pero no me fío…
– Sí, eso ya lo has dejado bien claro.
– Con esto de la droga, el caso toma otro sesgo. Eso da pie a que Whiteread y su epígono sigan husmeando.
– A mí no me da esa impresión.
– No olvides que yo conozco bien a los militares.
– ¿No será que quieres saldar viejas cuentas? -replicó Hogan tratando de no alzar la voz.
– No es eso.
– ¿Qué, entonces?
– Si un individuo que ha entrado en el Ejército se mete en un lío, quienes menos se dejan ver son los militares, porque no quieren publicidad. -Iban por el pasillo y no había ni rastro de los dos investigadores del Ejército-. Y sobre todo porque no les interesa que les salpique el escándalo. Se mantienen al margen.
– ¿Y qué?
– Que la Horrible Pareja no se despega de este caso, así que tiene que haber algo más.
– ¿Algo más de qué? -replicó Hogan que, pese a sus esfuerzos, había alzado la voz haciendo que algunos se volvieran a mirarles-. Herdman, de alguna forma, compró ese yate.
Rebus se encogió de hombros.
– Hazme un favor, Bobby. Consigue el expediente militar de Herdman. -Hogan le miró-. Me apostaría algo a que Whiteread tiene una copia. Pídesela; dile que es por curiosidad. A lo mejor te la deja.
– ¡Por Dios, John!
– ¿No quieres saber el motivo que impulsó a Herdman a hacer lo que hizo? Si no me equivoco, me llamaste para averiguar eso -dijo Rebus mirando a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca que pudiera oírles-. La primera vez que vi a esos dos los encontré rebuscando en el cobertizo de Herdman, después fisgando en el yate y ahora los tenemos otra vez aquí. Es como si buscaran algo.
– ¿Qué?
– No lo sé -respondió Rebus meneando la cabeza.
– John… el Servicio de Expedientes Disciplinarios.
– ¿Y qué?
– ¿No podrías procurar…? No sé…
– ¿Crees que lo llevo algo lejos?
– Estás sometido a un gran estrés.
– Bobby, o crees que estoy a la altura del caso o no lo crees -replicó Rebus cruzando los brazos-. Di sí o no.
En ese momento volvió a sonar el móvil de Rebus.
– ¿No contestas? -preguntó Hogan, y Rebus negó con la cabeza.
– De acuerdo -dijo Bobby Hogan con un suspiro-. Hablaré con Whiteread.
– No le digas que te lo he insinuado yo ni te muestres muy interesado por el expediente. Dile simplemente que tienes curiosidad.
– Simple curiosidad -repitió Hogan.
Rebus le hizo un guiño y se alejó. Siobhan le esperaba en la puerta del colegio.
– ¿Vamos a hablar con James Bell? -le preguntó.
Rebus asintió con la cabeza.
– Pero primero, veamos si eres tan buen detective, sargento Clarke.
– Los dos sabemos que sí.
– Muy bien, listilla. Eres militar, con grado superior, y te envían desde Hereford a Edimburgo una semana aproximadamente. ¿Dónde te alojas?
Siobhan reflexionó al respecto mientras llegaban al coche. Al poner la llave de contacto miró a Rebus.
– ¿En el cuartel Redford? O en el castillo; allí también hay guarnición, ¿no?
Rebus asintió; eran respuestas bastante aceptables, pero no las consideraba acertadas.
– ¿A ti te parece que Whiteread es de las que prescinden de comodidades? Además, seguro que quiere estar cerca de la acción.
– Es cierto; en ese caso, en un hotel.
– Eso creo yo -dijo Rebus asintiendo con la cabeza-. Un hotel o una habitación con derecho a desayuno -añadió mordiéndose el labio inferior.
– En el Boatman's hay dos habitaciones de alquiler, ¿no es cierto?
Él asintió despacio con la cabeza.
– Sí, empecemos por allí.
– ¿Puedo preguntar por qué?
Rebus negó con la cabeza.
– Cuanto menos sepas, mejor. Te lo juro.
– ¿No crees que ya tienes bastantes líos?
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