La voz de Hood:
– En las que parece que el malo ha muerto…
– Y resucita; eso es. Y en ese momento vi que había gente en la puerta; me imagino que serían profesores. Debieron de quedarse horrorizados.
– ¿Y tú cómo estás, James? ¿Qué tal de ánimo?
– Si le digo la verdad, aún no he asimilado el golpe. Perdón por el juego de palabras. Nos han ofrecido apoyo psicológico, supongo que eso ayudará.
– Has tenido una experiencia terrible.
– ¿Verdad que sí? Algo para contar a mis nietos, supongo.
– Con qué frialdad habla -comentó Siobhan.
Rebus asintió.
– Te agradecemos mucho que hayas hablado con nosotros. ¿Te parece bien que te dejemos un bloc y un bolígrafo? Seguramente volverás a evocar la escena una y otra vez, y eso es positivo, es el modo de superarlo. Por eso quizá recuerdes algo que te interese anotar. Escribir los detalles es otra manera de superar la experiencia.
– Sí, lo entiendo.
– Y queremos hablar contigo otra vez.
La voz de Hood:
– Los periodistas también querrán. Tú verás si quieres hacer declaraciones, pero si prefieres yo puedo hacer de intermediario.
– No hablaré con nadie hasta dentro de un día o dos; pero no se preocupe, sé perfectamente cómo son los periodistas.
– Bien, gracias de nuevo, James. Creo que tus padres están esperando fuera.
– Oiga, en este momento me encuentro bastante cansado. ¿No podrían decirles que me he dormido?
Era el final de la cinta. Siobhan aguardó unos segundos y apagó el magnetófono.
– Final del primer interrogatorio. ¿Quieres escuchar otra? -preguntó señalando el archivador, pero Rebus negó con la cabeza.
– De momento no, pero me gustaría hablar con el chico -dijo-. Ha dicho que conocía a Herdman, y eso tiene su importancia.
– También ha dicho que no sabe por qué Herdman lo hizo.
– En cualquier caso…
– Estaba muy sereno.
– Tal vez por la impresión. Como dice Hood, tarda tiempo en superarse.
Siobhan le miró pensativa.
– ¿Por qué crees que no querría ver a sus padres?
– ¿Has olvidado quién es su padre?
– Ya, pero de todos modos… Cuando te sucede una cosa así, tengas la edad que tengas, tienes ganas de que te den cariño.
– ¿A ti te sucede? -replicó Rebus mirándola.
– A la mayoría de la gente… me refiero a la mayoría de la gente normal.
Llamaron a la puerta. Se entreabrió y el agente asomó la cabeza.
– No he podido conseguir los cafés -dijo.
– Ya hemos acabado. Gracias, de todos modos.
Entregaron la cinta al policía para que la guardara y salieron, parpadeando deslumbrados por la luz del día.
– James no nos ha aclarado mucho, ¿verdad? -dijo Siobhan.
– No -contestó Rebus que repasaba mentalmente la conversación con la esperanza de encontrar algo útil.
El único rayo de luz era que el chico conocía a Herdman. ¿Y qué? Mucha gente de la localidad conocía a Lee Herdman.
– ¿Vamos a la calle principal a ver si encontramos un café?
– Yo sé dónde podemos tomar uno -dijo Rebus.
– ¿Dónde?
– En el mismo sitio que ayer.
* * *
Allan Renshaw no se había afeitado desde la víspera. Estaba solo en casa porque Kate había ido a ver a unos amigos.
– No le conviene estar aquí encerrada conmigo -dijo mientras les hacía pasar a la cocina.
El cuarto de estar estaba igual. Las fotos seguían esperando a que alguien las mirase, las ordenase o las volviera a guardar en las cajas. Rebus vio más cartas de pésame encima de la repisa de la chimenea. Renshaw cogió un mando a distancia del brazo del sofá y apagó el televisor, en el que se veía un vídeo casero de la familia en vacaciones.
Rebus decidió no hacer comentarios. Renshaw tenía el pelo alborotado y Rebus se preguntó si habría dormido vestido. Renshaw se sentó desmadejado en una de las sillas de la cocina y dejó que Siobhan se ocupara del hervidor. Boecio estaba tumbado en la encimera, pero cuando fue a acariciarle el gato saltó al suelo y cruzó corriendo el cuarto de estar.
Rebus se sentó enfrente de su primo.
– Estaba preocupado por ti -dijo.
– Lamento haberte dejado anoche con Kate.
– No tienes por qué disculparte. ¿Qué tal duermes?
– Duermo demasiado -contestó él con sonrisa desmayada-. Supongo que es el modo de evadirme.
– ¿Cómo van los preparativos del entierro?
– Todavía no nos entregan el cadáver.
– Lo harán pronto, Allan. Ya verás cómo todo acaba pronto.
Renshaw alzó la vista hacia él con los ojos enrojecidos.
– ¿Lo prometes, John? -preguntó, y aguardó a que Rebus asintiera con la cabeza-. Entonces ¿cómo es que los periodistas no dejan de llamar por teléfono para hablar conmigo? Es como si creyeran que esto no va a terminar enseguida.
– Todo lo contrario. Por eso te molestan. Ya verás cómo dentro de un par de días tienen otra cosa en qué pensar. ¿Hay alguno en concreto a quien deseas que espante?
– Uno que habló con Kate no deja de fastidiarla.
– ¿Cómo se llama?
– Kate lo apuntó no sé dónde… -contestó Renshaw mirando en derredor como si el nombre estuviera a mano.
– ¿Junto al teléfono? -aventuró Rebus levantándose y yendo al pasillo.
El aparato estaba en una repisa junto a la puerta de entrada. Lo descolgó y, al no oír ningún sonido, vio que estaba desconectado; lo habría hecho Kate. Al lado había un bolígrafo, pero ningún papel. Miró en la escalera y vio un cuaderno. Había nombres en la primera página.
Volvió a la cocina y puso el cuaderno en la mesa.
– Steve Holly -dijo.
– Ése es -asintió Renshaw.
Siobhan, que estaba sirviendo el té, se detuvo y miró a Rebus. Conocían al tal Steve Holly, que trabajaba para un periódico sensacionalista de Glasgow y ya había resultado muy molesto en otras ocasiones.
– Hablaré con él -dijo Rebus sacando del bolsillo el analgésico.
Siobhan colocó las tazas y se sentó.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó.
– Sí -mintió Rebus.
– John, ¿qué te ha pasado en las manos? -preguntó Renshaw, pero Rebus meneó la cabeza.
– Nada, Allan. ¿Qué tal está el té?
– Bien -contestó su primo sin probarlo, y Rebus le miró pensando en la grabación magnetofónica y en la serenidad de James Bell.
– Derek no sufrió -dijo de forma pausada-. Seguramente ni se enteró.
Renshaw asintió.
– Si no me crees… pronto podrás preguntárselo a James Bell. Él te lo confirmará.
– Creo que no lo conozco -replicó Renshaw negando con la cabeza.
– ¿A James Bell?
– Derek tenía muchos amigos, pero creo que ése no era amigo suyo.
– Pero de Anthony Jarvies sí era amigo, ¿verdad? -preguntó Siobhan.
– Ah, de Tony sí, venía mucho por casa. Se ayudaban en los deberes y escuchaban música.
– ¿Qué clase de música? -preguntó Rebus.
– Jazz sobre todo. Miles Davis, Coleman no-sé-cuántos… No recuerdo los nombres. Derek decía que iba a comprarse un saxo tenor para aprender a tocarlo cuando fuera a la universidad.
– Kate dijo que Derek no conocía al hombre que lo mató. ¿Tú lo conocías, Allan?
– Le había visto en el pub. Era algo… solitario no es la palabra, pero estaba siempre con alguien. A veces desaparecía durante varios días. Iba a hacer montañismo o senderismo. O a lo mejor se iba en esa lancha que tenía.
– Allan… te voy a pedir una cosa, pero si no te parece bien me lo dices.
Renshaw le miró.
– ¿Qué?
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