Devolvió el teléfono a Siobhan y vio que Simms sujetaba una escalera de mano por la que trepaba Whiteread.
– Nos vamos -dijo en voz alta para que ella lo oyera-. Si no volvemos a vernos… créame que será un placer.
Aguardó a ver si ella decía algo, pero Whiteread ya había subido a la lancha y no parecía prestarle el menor interés. Simms subiendo por la escalera y miró hacia atrás.
– Me dan ganas de empujar la escalera y echar a correr -dijo Rebus a Siobhan.
– No creo que eso la detuviera, ¿no crees?
– Probablemente tengas razón -dijo él-. Whiteread, una cosa más antes de irnos -añadió alzando la voz-: ¡Gav le estaba mirando las bragas!
Al volverse para salir dirigió un gesto de contrición a Siobhan encogiendo los hombros, admitiendo que había sido una gracia muy burda. Burda, pero merecía la pena.
* * *
– Pero bueno, Bobby, ¿qué demonios pasa contigo? -dijo Rebus caminando por uno de los pasillos del colegio en dirección a lo que parecía una cámara acorazada antigua con su rueda y sus engranajes. Estaba abierta, al igual que una puerta de acero en el interior. Hogan miraba dentro-. Esos cabrones no tienen por qué entrometerse.
– John -dijo Hogan pausadamente-, creo que no conoces al director… -añadió señalando hacia la cámara, desde la cual un hombre de mediana edad les miraba en medio de un arsenal suficiente para iniciar una revolución-, el doctor Fogg… -añadió a modo de presentación.
Fogg cruzó la puerta de la cámara. Era un hombre fornido con mirada de antiguo boxeador; tenía una oreja hinchada, una enorme nariz y una cicatriz en una de las pobladas cejas.
– Eric Fogg -dijo estrechando la mano a Rebus.
– Perdone usted mi vocabulario, soy el inspector John Rebus.
– En un colegio se oyen cosas peores -replicó Fogg en un tono que indicaba que había repetido esa frase cientos de veces.
Siobhan se había acercado y estaba a punto de presentarse cuando vio el contenido de la cámara.
– ¡Dios mío! -exclamó.
– Eso he pensado yo -apostilló Rebus.
– Le estaba diciendo al inspector Hogan -dijo Fogg- que en casi todos los colegios privados hay algo similar.
– Para las FMC, ¿verdad, doctor Fogg? -dijo Hogan.
– Las fuerzas mixtas de cadetes -concedió Fogg asintiendo con la cabeza- del Ejército, la Marina y la Aviación. Desfilan todos los viernes. -Hizo una pausa-. Creo que un buen incentivo para los chicos es que ese día cambian el uniforme del colegio.
– Por otro más paramilitar -comentó Rebus.
– Hay armas automáticas, semiautomáticas y de diverso tipo -añadió Hogan.
– Probablemente disuadirían a un desvalijador.
– Le estaba diciendo al inspector Hogan -continuó Fogg- que si se activa el sistema de alarma del colegio, las Fuerzas de Policía saben de inmediato que han de dirigirse en primer lugar a la armería. Es un sistema de alerta que instalamos cuando el IRA y otros grupos robaban armas.
– ¿No me dirá que también guardan aquí la munición? -preguntó Siobhan.
Fogg negó con la cabeza.
– No, no hay munición en las instalaciones.
– Pero ¿las armas sí son reales? ¿No están desactivadas?
– Sí, son del todo reales -dijo el hombre mirando el interior de la cámara con cierto gesto de disgusto.
– ¿No son de su agrado? -preguntó Rebus.
– Mi opinión es que existe siempre cierto riesgo de que su empleo sobrepase su utilidad en nuestro caso.
– Una respuesta muy diplomática -comentó Rebus suscitando una sonrisa en el director.
– Pero Herdman no sacó de aquí el arma -dijo Siobhan.
Hogan negó con la cabeza.
– Ése es otro aspecto en el que espero que los investigadores militares puedan ayudarnos. Siempre que no podáis vosotros -dijo mirando a Rebus.
– Bobby, ten paciencia. Sólo llevamos aquí cinco minutos.
– ¿Usted da clase? -preguntó Siobhan a Fogg para evitar que los dos inspectores se enzarzasen en una discusión.
Fogg negó con la cabeza.
– Las daba de RME: religión, moral y educación.
– Para infundir en los adolescentes sentido moral. Eso debe de ser difícil.
– Aún no conozco a ningún joven que haya iniciado una guerra -dijo el hombre con voz que sonaba a falsa, otra respuesta preparada para una pregunta frecuente.
– Sólo porque no se es corriente entregarles armas de fuego -comentó Rebus volviendo a mirar aquella parafernalia bélica.
Fogg empezó a cerrar la puerta de la cámara.
– ¿No falta nada? -preguntó Rebus.
Hogan negó con la cabeza.
– Pero las dos víctimas pertenecían a las FMC -dijo.
Rebus miró a Fogg quien asintió con la cabeza.
– Anthony es un entusiasta… Derek, no tanto.
Anthony Jarvies, el hijo de juez. Su padre, Roland Jarvies, era un magistrado muy conocido en Escocia. Rebus había declarado probablemente quince o veinte veces en casos en que lord Jarvies presidía el tribunal con una agudeza que un abogado calificó de «mirada taladradora». Rebus no sabía muy bien qué era una mirada taladradora, pero se lo imaginaba.
– ¿Alguien ha comprobado las cuentas del banco de Herdman? -preguntó Siobhan.
Hogan la miró detenidamente.
– Su contable ha cooperado mucho. El negocio no iba mal.
– ¿No hay ningún ingreso que llame la atención? -preguntó Rebus.
– ¿Por qué? -replicó Hogan entrecerrando los ojos.
Rebus miró al director. No pretendía que él se diera cuenta, pero Fogg lo vio.
– Si les parece, yo… -dijo el hombre.
– No hemos terminado, doctor Fogg, si no le importa -dijo Hogan mirando a Rebus-. Estoy seguro de que cuanto diga el inspector Rebus quedará entre nosotros.
– Naturalmente -dijo Fogg enfático.
Terminó de cerrar la puerta y giró la rueda de la combinación.
– El año pasado -prosiguió Rebus hablando con Hogan-, una de las víctimas tuvo un accidente de tráfico. El conductor murió. Nos preguntamos si ha pasado demasiado tiempo para que persistiera un móvil de venganza.
– No explica por qué Herdman se suicidó acto seguido.
– Quizá fue una chapuza -dijo Siobhan cruzando los brazos-. Al ver que había alcanzado a otros dos chicos le entró pánico.
– Cuando hablas de un ingreso en la cuenta de Herdman, ¿te refieres a una cantidad importante reciente?
Rebus asintió.
– Ordenaré que lo averigüen. Lo único que hemos averiguado por la cuenta es que falta un ordenador.
– ¿Ah, sí?
Siobhan preguntó si no lo habría confiscado Hacienda.
– Podría ser -contestó Hogan-. El caso es que hay una factura y hemos hablado con la tienda que se lo vendió. Un equipo de última generación.
– ¿Crees que se deshizo de él? -pregunto Rebus.
– ¿Por qué iba a hacerlo?
Rebus se encogió de hombros.
– ¿Para ocultar algo? -sugirió Fogg, quien al ver cómo le miraban bajó la vista-. Perdonen que me haya permitido…
– No se disculpe usted -dijo Hogan-. Buena observación -añadió frotándose los ojos y volviéndose otra vez hacia Rebus-. ¿Algo más?
– Esos cabrones del Ejército -dijo Rebus, pero Hogan levantó la mano.
– Tienes que aceptarlos.
– Bobby, ésos no han venido a aclarar nada. Si acaso, todo lo contrario. Quieren ocultar el pasado de Herdman en las SAS, por eso van de paisano. Y esa Whiteread…
– Escucha, lamento que entorpezcan tu labor.
– O que nos pisoteen hasta enterrarnos -le interrumpió Rebus.
– John, esta investigación nos supera, ¡tiene muchas derivaciones! -replicó Hogan alzando la voz imperceptiblemente temblorosa-. ¡No necesito más putos problemas!
– Bobby, modera tu lenguaje -dijo Rebus muy serio mirando de reojo a Fogg.
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