Ian Rankin - Una cuestión de sangre

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Un antiguo miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército irrumpe en un acto de locura en un colegio privado del norte de Edimburgo, mata a dos alumnos de diecisiete años y acto seguido se suicida. Tal como dice el inspector Rebus «No hay misterio» salvo en el móvil. Interrogante que le conduce al corazón de una pequeña localidad conmocionada por la tragedia. Rebus, que también ha servido en el Ejército, fascinado por la figura del asesino, comprueba que una investigación militar del caso entorpece la suya. Al ex comando no le faltaban amigos ni enemigos: desde personajes públicos hasta jóvenes góticos de atuendo negro y oscuros habitantes de la pequeña localidad cuyas vidas transcurren en un trasfondo de secretos y mentiras. Pero Rebus tiene que hacer también frente a sus propios apuros. Un malhechor, que acosa a su amiga y colega Siobhan Clarke, aparece muerto en su casa tras un incendio cuando el mismo Rebus acaba de salir del hospital con las manos totalmente quemadas.

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Rebus y Siobhan se miraron con sonrisa de complicidad. Siobhan tenía las notas relativas a James Bell y Rebus comenzó a repasarlas mientras ella sacaba la cinta y la introducía en el magnetófono.

Tenía dieciocho años, era hijo del diputado del Parlamento escocés Jack Bell y de su esposa Felicity, que trabajaba en la administración del teatro Traverse. Vivían en Barnton; James pensaba ingresar en la universidad para estudiar Políticas y Económicas; era un «alumno capaz», según el informe del colegio: «James es reservado y no siempre sociable, pero sabe ser encantador». Y prefería el ajedrez a los deportes.

– Probablemente inmune al proselitismo de las FMC -musitó Rebus.

Minutos después escuchaban la voz de James Bell.

Los policías que efectuaban el interrogatorio se identificaron: inspector Hogan y agente Hood. Muy astuto implicar a Grant Hood que, siendo el oficial de relaciones con la prensa para aquel caso, necesitaba conocer la versión del superviviente. Parte serviría como bocados para los periodistas a cuenta de favores; convenía tener a la prensa bien predispuesta y al mismo tiempo mantenerla lo más controlada posible, y para alejarla de James Bell la harían pasar por Grant Hood.

La voz de Bobby Hogan mencionó la fecha y la hora, lunes por la tarde, y el lugar del interrogatorio: Urgencias del Royal Infirmary. Bell estaba herido en el hombro izquierdo. Era una herida limpia con entrada y salida sin tocar el hueso; la bala había ido a alojarse en la pared.

¿Te encuentras en condiciones de hablar, James?

Creo que sí… pero me duele mucho.

Claro, no lo dudo. A efectos de la grabación eres James Elliot Bell, ¿correcto?

– Sí.

– ¿Elliot? -preguntó Siobhan.

– Es el apellido de soltera de la madre -contestó Rebus consultando las notas.

No había mucho ruido de fondo; debía de ser una habitación privada del hospital. Se oyó un carraspeo de Grant Hood y el chirrido de una silla; probablemente porque Hood, micrófono en mano, la arrimaba a la cama lo más posible. Hogan y el muchacho se alternaban el micrófono, no siempre a tiempo, de forma que a veces una de las voces sonaba amortiguada.

Jamie, ¿puedes contarnos qué sucedió?

Me llamo James, por favor. ¿Pueden darme agua?

Ruido del micrófono rozando las sábanas y de agua vertiéndose en un vaso.

Gracias.

Una pausa hasta que dejaron el vaso en la mesilla. Rebus se acordó de su torpeza en el hospital al dejar caer el vaso que Siobhan había recogido al vuelo. El lunes por la noche, igual que James Bell, él también estaba hospitalizado.

Estábamos en el descanso de media mañana. Tenemos veinte minutos y estábamos en la sala común.

¿Era allí donde solías ir?

Sí, mejor que fuera.

Pero no hacía mal día…

Yo prefiero quedarme dentro. ¿Cree que podré tocar la guitarra cuando salga de aquí?

No lo sé -dijo Hogan-. ¿Podías tocarla antes?

Ha estropeado el chiste a un paciente. Debería darle vergüenza.

Lo siento, James. Bien, ¿cuántos estabais en la sala?

Tres. Tony Jarvies, Derek Renshaw y yo.

¿Y qué hacíais?

Teníamos puesta música… y creo que Jarvies hacía unos deberes y Renshaw leía el periódico.

¿Así os llamabais entre vosotros? ¿Por los apellidos?

Casi siempre.

¿Erais amigos los tres?

Amigos, amigos, no.

Pero pasabais muchos ratos juntos en esa sala.

La sala la usan más de doce alumnos. -Pausa-. ¿Trata de preguntarme si fue a por nosotros deliberadamente?

Es algo que consideramos.

¿Por qué?

Porque era el momento del recreo y había muchos chicos fuera…

¿Y sin embargo entró en el colegio y luego a la sala común antes de empezar a disparar?

Serías un buen policía, James.

No es de las primeras confesiones en mi lista de opciones.

¿Conocías al asesino?

– Sí.

¿Sabías quién era?

Sí, Lee Herdman. Muchos le conocíamos. Algunos habíamos ido a cursillos de esquí acuático con él. Era un tío interesante.

¿Interesante?

Por su pasado. A fin de cuentas estaba entrenado para matar.

¿Eso te dijo él?

Sí, que había estado en las Fuerzas Especiales.

¿Conocía él a Anthony y a Derek?

Es muy posible.

A ti sí te conocía.

Habíamos coincidido socialmente.

En ese caso, tal vez te preguntes lo mismo que nosotros.

¿Se refiere a por qué lo hizo?

– Sí.

He oído que las personas que han tenido un pasado así muchas veces no se adaptan a la sociedad, ¿no es cierto? Les sucede algo que los empuja hasta el borde.

¿Tienes idea de qué fue lo que impulsó a Lee Herdman hasta el borde?

– No.

Se hizo un largo silencio seguido del roce del micrófono en las sábanas y se oyó un murmullo, como si los dos policías intercambiaran impresiones. Luego sonó la voz de Hogan:

Bien, James, cuéntanos… Estabais en la sala…

Yo acababa de poner un cedé. Los tres teníamos gustos musicales distintos. Al abrirse la puerta creo que ni me molesté en volverme a mirar, oí una explosión tremenda y Jarvies cayó al suelo. Yo estaba en cuclillas delante del equipo de música, me incorporé y, al volverme, vi aquel pistolón. Quiero decir, no estoy diciendo que fuera enorme, pero me lo pareció al ver que apuntaba a Renshaw… Detrás del arma había una persona, pero en realidad no la veía…

¡Por el humo?

No… no recuerdo haber visto humo. No podía dejar de mirar al cañón… Estaba paralizado. Oí la segunda explosión y Renshaw se desmoronó como un muñeco y quedó hecho un ovillo en el suelo.

Rebus se percató de que acababa de cerrar los ojos. No era la primera vez que imaginaba la escena.

A continuación me apuntó a mí.

¿Y entonces viste quién era?

Sí, supongo que sí.

¿Dijiste algo?

No lo sé… tal vez abriera la boca para decir algo. Creo que debí de hacer algún movimiento, porque cuando sentí el tiro… bueno, a mí no me mató, ya ven. Fue como un empujón muy fuerte que me tiró hacia atrás.

¿ Y él no había dicho nada hasta ese momento?

Ni palabra. Pero tenga en cuenta que los oídos me silbaban.

No me extraña, en una sala pequeña como ésa. ¿Ya oyes bien?

Todavía siento un zumbido, pero se me pasará.

¿Así que él no dijo nada?

Yo no le oí decir nada. Estaba en el suelo, esperando a que me matara. Y en ese momento sonó la cuarta detonación y por un segundo… creí que era el tiro de gracia para mí; pero al oír que un cuerpo se desplomaba, de algún modo me di cuenta…

¿Y qué hiciste?

Abrí los ojos. Como los tenía a ras del suelo vi su cuerpo detrás de las patas de la silla con el arma todavía en la mano. Comencé a levantarme; el hombro ni lo sentía aunque sabía que sangraba, pero no podía apartar la vista del arma. Ya sé que es absurdo, pero no hacía más que pensar en una de esas películas de terror, ¿me entiende?

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