– ¿Dónde encontraron el arma? -preguntó Rebus cruzando la puerta.
– En ese armarito, debajo del banco de trabajo.
Rebus miró y vio que en el suelo había un candado limpiamente cortado. El armario estaba abierto y dentro había una serie de taladros y llaves para tuercas.
– Supongo que no encontraremos gran cosa -dijo Siobhan.
– Seguramente no -añadió Rebus.
Pero no por ello disminuía su interés y su curiosidad por ver lo que aquel lugar podía revelarle sobre Lee Herdman; de momento, el detalle de que Herdman era un trabajador minucioso que lo dejaba todo limpio. A juzgar por su piso, no era tan detallista en su vida íntima pero, desde luego, profesionalmente, era concienzudo. Lo que encajaba con su pasado en el Ejército, donde, por muy descuidada que sea tu vida, no dejas que influya en el servicio. Rebus había conocido militares cuyo matrimonio se estaba derrumbando y sin embargo mantenían impecable su arma, quizá porque, como decía un sargento mayor, «el Ejército es, con mucho, lo mejor».
– ¿Tú qué crees? -preguntó Siobhan.
– Se diría que esperaba una visita de inspección del Ministerio de Higiene.
– Me da la impresión de que las barcas valen más que su piso.
– Ya lo creo.
– Signo de doble personalidad.
– ¿Ah, sí?
– Vida íntima caótica y todo lo contrario en el trabajo. Un piso barato con cuatro trastos y lanchas caras…
– Cháchara de psiquiatra aficionada -restalló una voz a sus espaldas.
Procedía de una mujer robusta de unos cincuenta años peinada con moño y con el pelo tan estirado hacia atrás que parecía una prolongación del rostro. Vestía traje sastre negro, zapatos negros sencillos, blusa color caqui y un collarcito de perlas. Del hombro le colgaba una mochila de cuero. La acompañaba un hombre alto y fornido que tendría la mitad de sus años, con el pelo negro cortado a cepillo y que permaneció quieto con los brazos caídos y las manos juntas. Vestía traje oscuro, camisa blanca y corbata azul.
– Usted debe de ser el inspector Rebus -dijo la mujer adelantándose enérgicamente dispuesta a darle la mano e imperturbable cuando Rebus no correspondió a su gesto. Bajó un poco la voz-. Me llamo Whiteread y éste es Simms -dijo clavando la mirada en Rebus-. Por lo que me comentó el inspector Hogan, imagino que vienen del piso…
No entendieron lo que dijo a continuación porque entró bruscamente en el cobertizo esquivando a Rebus, y dio una vuelta alrededor de la lancha neumática examinándola con ojos expertos.
«Tiene acento inglés», pensó Rebus.
– Yo soy la sargento Clarke -saltó Siobhan.
Whiteread la miró fijamente y le dirigió una fugaz sonrisa.
– Sí, claro -dijo.
Mientras, Simms había entrado y repetido su nombre a guisa de presentación y, volviéndose hacia Siobhan, repitió el proceso acompañándolo de un apretón de manos. Tenía también acento inglés y voz inexpresiva, su cortesía era pura formalidad.
– ¿Dónde encontraron el arma? -preguntó Whiteread y, al advertir en ese momento el candado cortado, asintió con la cabeza respondiendo a su propia pregunta, se acercó al armario y se acuclilló ágilmente, remangándose la falda por encima de las rodillas.
– Subfusil Mac 10. Un modelo conocido porque se atasca mucho -dijo levantándose y estirándose la falda.
– Mejor que muchos equipos del Ejército -comentó Simms, que después de presentarse se había situado entre Rebus y Siobhan, muy estirado, con las piernas levemente separadas y las manos juntas delante del cuerpo.
– ¿Les importaría mostrarnos su identificación? -dijo Rebus.
– El inspector Hogan sabe que estamos aquí -contestó Whiteread displicente.
Estaba examinando el banco de trabajo. Rebus se acercó a ella lentamente.
– Le he dicho que me muestre su identificación -dijo.
– Lo he oído perfectamente -replicó ella, desviando su atención hacia una pequeña oficina situada en la parte posterior del cobertizo. Fue hasta el cuarto con Rebus pegado a sus talones.
– Salga de aquí -dijo él-. Lárguese inmediatamente.
Ella no respondió. En la oficina había también un enorme candado que había sido forzado. La puerta estaba cerrada y precintada con cinta de la Policía.
– Además, su compañero ha utilizado la palabra «equipo» -insistió Rebus mientras ella desprecintaba la puerta y miraba en el interior de la oficina.
Era un pequeño despacho con una mesa, una silla y un archivador y, en una estantería, un aparato que debía de ser una radio emisora y receptora. No se veía ningún ordenador, fotocopiadora ni fax. Los cajones de la mesa estaban abiertos y revueltos. Whiteread cogió un montón de papeles y comenzó a hojearlos.
– Ustedes son militares -dijo Rebus rompiendo el silencio-. Aunque vayan de paisano se nota que son militares. Que yo sepa, en las SAS no hay mujeres; así que ¿qué puede ser usted?
– Alguien que puede ayudar -replicó ella volviendo enérgicamente la cabeza hacia él.
– Ayudar, ¿en qué?
– En un asunto como éste -respondió ella volviendo a interesarse en los papeles-. Para que no vuelva a suceder.
Rebus la miró. Siobhan y Simms seguían junto a la puerta.
– Siobhan, llama a Bobby Hogan de mi parte. Quiero que me diga qué sabe de estos dos.
– Sabe que hemos venido -dijo Whiteread sin levantar la cabeza-. Incluso me dijo que tal vez nos encontrásemos con usted. ¿Cómo sabía si no su nombre?
– Llámale -repitió Rebus a Siobhan, que tenía el móvil en la mano.
Whiteread volvió a meter los papeles en un cajón y lo cerró.
– Usted no llegó a ingresar en el regimiento, ¿verdad, inspector Rebus? -dijo Whiteread volviéndose despacio hacia él-. Por lo que me han dicho, no pudo con el entrenamiento.
– ¿Por qué no va de uniforme? -replicó Rebus.
– Porque a algunos les impresiona -contestó Whiteread.
– ¿Sólo por eso? ¿No será que quieren evitar publicidad negativa? -dijo Rebus con una sonrisa despectiva-. No está nada bien que uno de los suyos cometa una barbaridad, ¿verdad? Y lo que menos les interesa es que se sepa que perteneció al regimiento.
– Lo hecho, hecho está. Si podemos evitar que vuelva a ocurrir, tanto mejor -replicó ella. Hizo una pausa y se puso frente a él. Era treinta centímetros más baja pero su igual por lo demás-. ¿Qué inconveniente ve en ello? -añadió devolviéndole la sonrisa. Si la de Rebus había sido fría, la de ella fue de hielo-. Usted se vino abajo y no lo logró. Aunque no tiene por qué frustrarle, inspector Rebus.
A Rebus le pareció entender «frustrado» en vez de «frustrarle». Quizá fuera su acento o tal vez hubiera intentado un juego de palabras.
Siobhan había establecido comunicación pero Hogan tardaba en ponerse al habla.
– Deberíamos echar un vistazo a la lancha -dijo Whiteread a su compañero, pasando entre Rebus y la puerta.
– Ahí hay una escalera -dijo Simms.
Rebus trató de identificar su acento: Lancashire o Yorkshire quizás. Del de Whiteread no estaba seguro; le parecía de los Home Counties del sur de Inglaterra o algo así, una especie de inglés genérico como el de los colegios elegantes. Además, también advirtió que Simms no parecía a gusto en su atuendo ni en su papel. Quizás hubiera por medio un conflicto de clases o fuese la primera vez que se encontraba en una situación como aquélla.
– Por cierto, yo me llamo John -dijo Rebus dirigiéndose a él-. ¿Y usted?
Simms miró a Whiteread, quien exclamó:
– ¡Vamos, díselo!
– Gav… Gavin.
– ¿Gav para los amigos y Gavin en la faena? -aventuró Rebus cogiendo el teléfono que le tendía Siobhan.
– Bobby, ¿por qué demonios permites que dos payasos de las fuerzas armadas de Su Majestad se entrometan en nuestro caso? -Hizo una pausa para escuchar-. He usado la palabra con intención, Bobby, porque están metiendo la nariz en la lancha de Herdman. -Otra pausa-. No, no se trata de eso ni mucho menos… -Nueva pausa-. Bien, de acuerdo, Vamos para allá.
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