– ¿Pero?
– Pero nada. Tal vez sí, tal vez no.
– ¿Tenía motivos?
– Claro. -Sin darse cuenta empezó a morderse las uñas-. Por lo del Negrita y el modo en que se echó tierra sobre la responsabilidad de T-Bird Oil… y ahora lo del hundimiento de la plataforma. Tenía motivos económicos de sobra.
– ¿Le amenazó Mitch con denunciarlo a los medios de comunicación?
Ella se retiró un trozo de uña de la lengua.
– No; creo que primero intentó chantajearle. Callárselo todo a cambio de que T-Bird eliminara Bannock de una manera ecológica.
– ¿Todo?
– ¿Cómo?
– Ha dicho callárselo «todo», como si hubiese algo más.
– No -replicó y negó con la cabeza sin mirarle.
– Joanna, le voy a hacer una pregunta: ¿por qué no acudió usted a los periódicos o intentó chantajear a su padre? ¿Por qué tuvo que ser Mitch?
– Él tenía agallas -contestó ella mientras se encogía de hombros.
– ¿Es cierto?
Volvió a encogerse de hombros.
– ¿Algo más?
– Mire, por lo que veo… a usted no le importa atormentar a su padre… y cuanto más público haya mejor. Dirige las manifestaciones, se las arregla para salir en la tele… mientras que si divulgara quién es sería más eficaz. ¿A qué viene tanto secreto?
Su rostro recobró la expresión infantil, siguió mordiéndose las uñas; las rodillas juntas. La trencita le caía entre los ojos como si quisiera resguardarse tras ella y llamar la atención al mismo tiempo… Un juego pueril.
– ¿A qué viene tanto secreto? -repitió Rebus-. A mí me parece que es precisamente porque se trata de algo personal entre usted y su padre, algo parecido a un juego privado. Le gusta la idea de torturarle y causarle preocupación por el temor de que vaya a hablar. -Hizo una pausa-. Yo creo que manipuló a Mitch.
– ¡No!
– Le utilizó para llegar hasta su padre.
– ¡No!
– Lo que significa que él tenía algo que le pareció útil. ¿Qué podría ser?
– ¡Fuera de aquí! -exclamó ella levantándose.
– Algo que les unía a los dos.
Ella se tapó las orejas con las manos y sacudió la cabeza.
– Algo de su pasado…, de la infancia de ambos. Algo como un juramento de sangre. ¿Hasta dónde llegaron, Jo? Entre usted y su padre… ¿hasta dónde se remonta el pasado?
Ella rodeó la mesa y le dio una fuerte bofetada. Rebus no demostró que le había dolido.
– Vaya con la pacifista -dijo restregándose la mejilla.
Ella volvió a sentarse sobre el montón de revistas y se pasó la mano por la cabeza retorciendo nerviosa una trencita.
– Tiene razón -dijo en voz tan baja que Rebus apenas la oyó.
– ¿Sobre Mitch?
– Sobre Mitch -contestó, propiciando al fin su recuerdo y asumiendo la pena. A sus espaldas la luz arrancaba destellos de las fotos-. Era muy nervioso cuando nos conocimos. Nadie se acababa de creer que saliéramos juntos. Como el día y la noche, decían. Pero se equivocaban. Tardó bastante, pero una noche se abrió a mí. -Alzó la mirada-. ¿Conoce su infancia?
– Huérfano -dijo Rebus.
Ella asintió con la cabeza.
– Y el internado. -Hizo una pausa-. Lo violaron. Me dijo que a veces había pensado en confesarlo, decírselo a la gente, pero que al cabo de tanto tiempo… no sabía si iba a servir de algo. -Sacudió la cabeza con los ojos llorosos-. Era la persona menos egoísta que he conocido. Pero estaba amargado, y, Dios, yo sé muy bien lo que es sentir eso.
Rebus comprendió lo que insinuaba.
– ¿Su padre?
Ella lanzó un bufido.
– Dicen de él que es «una institución» en la industria del petróleo. Yo sí que estuve en una institución… internada… -Suspiró hondo sin fingimientos-. Y violada.
– Cielo santo -musitó Morton.
Rebus sentía latir su corazón y tuvo que hacer un esfuerzo para no alzar la voz.
– ¿Cuánto tiempo, Jo?
Ella alzó la mirada furiosa.
– ¿Cree que le consentí que me la metiera dos veces? Me largué en cuanto pude. Y no he dejado de correr durante años; pero luego pensé: qué coño, yo no tengo de qué avergonzarme. Yo no tengo nada que ocultar.
Rebus asintió con la cabeza.
– Por eso existía un vínculo entre usted y Mitch.
– Exacto.
– ¿Y le contó a él su historia?
– A cambio de la suya.
– ¿Y le reveló quién era su padre? -Ella comenzó a asentir con la cabeza, pero se detuvo y tragó saliva-. ¿Y chantajeaba a su padre con la historia del… incesto?
– No lo sé. Murió antes de que yo pudiera averiguarlo.
– ¿Pero su intención era hacerlo?
– Supongo -respondió ella encogiéndose de hombros.
– Jo, creo que tendrá que hacer una declaración. No ahora; después. ¿De acuerdo?
– Me lo pensaré. -Tras una pausa añadió-: No se puede demostrar nada, ¿verdad?
– Aún no.
«Quizá nunca», se dijo para sus adentros. Se levantó y Morton siguió su ejemplo.
Afuera había aumentado el jolgorio en torno al fuego. Había velas temblonas dentro de faroles chinos colgados de los árboles. Ahora los rostros parecían como calabazas naranjas. Joanna Bruce les contempló marchar desde la puerta, inclinada sobre la mitad inferior. Rebus se volvió a decirle adiós.
– ¿Va a seguir acampada aquí?
– A saber -respondió ella alzando los hombros.
– ¿Le gusta lo que hace?
Ella reflexionó un instante.
– Es nuestro modo de vida.
Rebus sonrió y siguió caminando.
– ¡Inspector! -Rebus se volvió y vio que el kohl le chorreaba por las mejillas-. ¿Si todo es tan maravilloso por qué la vida es una mierda?
Rebus no supo qué contestar.
– Que el sol no la pille llorando -replicó por decir algo.
Durante el camino de vuelta trató de contestar a la pregunta, pero no pudo. Quizá todo era cuestión de equilibrio, causa y efecto. Donde hay luz tiene que haber oscuridad. Sonaba a sermón. Probó con un mantra de su propia cosecha: So What? [20] de Miles Davis. Pero no parecía venir muy a cuento.
Nada a cuento.
– ¿Por qué no lo denunció? -preguntó Morton frunciendo el ceño.
– Porque por lo que a ella atañe no tiene nada que ver con nosotros. Ni siquiera tuvo nada que ver con Mitch; para ella fue una simple metedura de pata.
– Más bien parece que le invitaron.
– Más valía que hubiera rehusado.
– ¿Crees que fue obra del mayor Weir?
– No estoy seguro. Ni siquiera sé si importa. No nos lleva a ninguna parte.
– ¿Qué quieres decir?
– El mayor se encuentra en ese infierno privado que ella ha construido para los dos. Él sabe que ella está ahí manifestándose contra todo lo que él aprecia… Ese es el castigo y la venganza. Algo a lo que ninguno de los dos puede escapar.
– Padres e hijas, ¿eh?
– Padres e hijas -aceptó Rebus.
Faltas pasadas que difícilmente se olvidan…
Estaban agotados cuando llegaron al hotel.
– ¿Una partida de golf? -dijo Morton.
Rebus se echó a reír.
– Yo de lo único que sería capaz es de un té y unos bocatas.
– Me parece buena idea. Te espero en mi habitación dentro de diez minutos.
Les habían arreglado la habitación y había otra vez chocolatinas en la almohada y un albornoz limpio. Rebus se cambió enseguida y telefoneó a recepción por si había mensajes. No preguntó al llegar, pues no quería que Morton se enterara.
– Sí, señor -trinó la recepcionista-. Tengo uno para usted. -A Rebus le dio un vuelco el corazón: ella no se había largado sin más-. ¿Quiere que se lo lea?
– Sí, por favor.
– Dice: «En Burke's media hora después del cierre. Probé a otra hora, en otro sitio, pero no estaba». Sin firma.
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