Mientras escribo esto (junio de 1996) la espera prosigue. Pero ahora se tiene la impresión de que la policía y su equipo científico fracasarían -de hecho, ya han fracasado- en la búsqueda de pruebas incontrovertibles. Pero hay quien piensa que el mal ya está hecho y que John Irvine Mclnnes seguirá siendo para algunos el sospechoso número uno; y es cierto que su historial, comparado con el perfil psicológico de John Biblia trazado en su momento, constituye una lectura apasionante.
Pero subsiste igualmente una duda sustancial, parte de ella basada en el perfil del delincuente. ¿Dejará un asesino en serie de matar para suicidarse once años después? Un periódico plantea que John Biblia «se asustó» por la investigación, lo que le impidió volver a matar, pero según un experto en la materia, cuando menos, esto no cuadra con el perfil esbozado. Está, además, la testigo ocular en quien el inspector jefe Joe Beattie tanto confiaba. Irvine Mclnnes formó parte de una rueda de identificación pocos días después del tercer asesinato y la hermana de Helen Puttock no lo reconoció. Había ido en taxi con el asesino, había visto a su hermana bailar con él y ambas pasaron horas en su compañía. En 1996, ante unas fotos de John Irvine Mclnnes, repitió lo mismo: el hombre que mató a su hermana no tenía las orejas tan prominentes de Mclnnes.
Pero hay otras cuestiones: ¿Diría el asesino su auténtico nombre de pila? ¿Era verdad lo que contó a las dos hermanas durante el trayecto en taxi? ¿Habría optado por matar a la tercera víctima a sabiendas de que había un testigo presencial? Hay muchos, entre ellos miembros de la policía e innumerables personas como yo, a quienes no convence un análisis comparativo del ADN. Para nosotros, John Biblia sigue libre y, como se demostró por los casos de Robert Black y Frederick West, no es el único.
***
[1] Cruzó con el Escort la capital desierta, sus calles flanqueadas por casas a precios de seis cifras. En la actualidad, vivir en Edimburgo era un lujo. Podía costarte cuanto tenías. Trató de no pensar en lo que había hecho, en lo que Brian Holmes había hecho. Del It's a Sin [1] de los Pet Shop Boys, que le vino a la cabeza, pasó sin transición al So What? [2] de Miles Davis. Se dirigió dudoso hacia Craigmillar, pero cambió de idea. No, se iría a casa con la esperanza de que no hubiese periodistas al acecho. Al regresar siempre llevaba la noche pegada y tenía que frotársela y lavársela, como si fuera un viejo adoquinado que pisan todos a diario. A veces era mejor quedarse por las calles o dormir en la comisaría. Había noches en que no paraba de dar vueltas en coche, no por Edimburgo, sino por Leith, la zona de putas y maricones, por el muelle, en ocasiones por South Queensferry y el puente Forth, luego cruzaba Fife por la M90, hasta más allá de Perth, y llegaba a Dundee, daba la vuelta y regresaba, por lo general ya cansado; paraba en un arcén y se dormía en el coche. Recordó que iba en un automóvil de la comisaría y no en el suyo. Que vinieran a recogerlo si les hacía falta. Al llegar a Marchmont no encontró aparcamiento en Arden Street y acabó dejándolo en una línea amarilla. No había periodistas; ellos también necesitaban dormir. Subió por Warrender Park Road hasta su tienda favorita de patatas fritas: las raciones eran generosas y también vendían pasta dentífrica y papel higiénico. Volvió despacio sobre sus pasos. La noche era propicia. Cuando se hallaba a mitad de la escalinata del edificio sonó el busca.
«Qué lástima.»
[2] Cruzó con el Escort la capital desierta, sus calles flanqueadas por casas a precios de seis cifras. En la actualidad, vivir en Edimburgo era un lujo. Podía costarte cuanto tenías. Trató de no pensar en lo que había hecho, en lo que Brian Holmes había hecho. Del It's a Sin [1] de los Pet Shop Boys, que le vino a la cabeza, pasó sin transición al So What? [2] de Miles Davis. Se dirigió dudoso hacia Craigmillar, pero cambió de idea. No, se iría a casa con la esperanza de que no hubiese periodistas al acecho. Al regresar siempre llevaba la noche pegada y tenía que frotársela y lavársela, como si fuera un viejo adoquinado que pisan todos a diario. A veces era mejor quedarse por las calles o dormir en la comisaría. Había noches en que no paraba de dar vueltas en coche, no por Edimburgo, sino por Leith, la zona de putas y maricones, por el muelle, en ocasiones por South Queensferry y el puente Forth, luego cruzaba Fife por la M90, hasta más allá de Perth, y llegaba a Dundee, daba la vuelta y regresaba, por lo general ya cansado; paraba en un arcén y se dormía en el coche. Recordó que iba en un automóvil de la comisaría y no en el suyo. Que vinieran a recogerlo si les hacía falta. Al llegar a Marchmont no encontró aparcamiento en Arden Street y acabó dejándolo en una línea amarilla. No había periodistas; ellos también necesitaban dormir. Subió por Warrender Park Road hasta su tienda favorita de patatas fritas: las raciones eran generosas y también vendían pasta dentífrica y papel higiénico. Volvió despacio sobre sus pasos. La noche era propicia. Cuando se hallaba a mitad de la escalinata del edificio sonó el busca.
«¿Y qué?»
[3] «Es tonto llorar.»
[4] «No mires atrás.»
[5] «Atrapado.»
[6] «Viviendo en el pasado.»
[7] Knots and Crosses (1987) es el título de la primera novela de la serie protagonizada por el inspector Rebus.
[8] «Hundido.»
[9] «En el fuego.»
[10] «Sólo Dios sabe.»
[11] «Más problemas cada día.»
[12] «Un sueño no realizado.»
[13] «John, sólo estoy bailando.»
[14] «Viejo pero cochino.»
[15] Juego de palabras a partir de dos zonas geográficas de Escocia: las Highlands, «Tierras Altas» y las Lowlands «Tierras Bajas».
[16] «Callejón sin salida.»
[17] «Prefiero ser el malo.»
[18] «Exilio en Main Street.»
[19] El asesinato de la hermana George (1968), la controvertida película de Roben Aldrich.
[20] «¿Y qué?»
[21] «Viviendo en el pasado.»