Jethro Tull: Living in the Past [21] . Hacía tiempo que Rebus era un esclavo de eso. Por culpa del trabajo. Como policía, vivía en el pasado de la gente: crímenes cometidos antes de haber nacido; recuerdos de testigos de los que uno se apropia. Se había convertido en historiador y la condición se había infiltrado en su vida privada. Fantasmas, pesadillas, ecos.
Pero quizás ahora tenía una oportunidad. Como Jack, que había sabido empezar de nuevo. Semana de buenas noticias.
Sonó el teléfono y lo cogió la camarera; hizo un gesto a Rebus con la cabeza y se lo pasó.
– Diga.
– Te he llamado antes a casa y he decidido probar en tu segundo hogar.
Era Siobhan. Rebus se irguió.
– ¿Qué has averiguado?
– Un nombre: Martin Davidson. Estuvo en el Fairmount tres semanas antes del asesinato de Judith Cairns. Su cuenta se cargó a la empresa, LancerTech. Está en Altens, en las afueras de Aberdeen. Diseñan elementos de seguridad para las plataformas y cosas por el estilo.
– ¿Has hablado con ellos?
– En cuanto supe el nombre. No te preocupes, que a él no le mencioné. Sólo les hice un par de preguntas genéricas y la recepcionista me dijo que era la segunda persona en dos días que preguntaba lo mismo.
– ¿Y quién era la otra persona?
– Me dijo que de la Cámara de Comercio.
Guardaron silencio.
– ¿Y Davidson concuerda con lo de Robert Gordon?
– Dio unos cursillos a principios de año. Su nombre formaba parte de la plantilla.
Una relación sólida. Para Rebus era como un puñetazo. Aferraba el aparato muy tenso.
– Hay más -decía Siobhan-. Ya sabes que los hombres de negocios suelen alojarse siempre en hoteles de una misma cadena. Bien, el Fairmount tiene otro establecimiento aquí, y Martin Davidson de LancerTech se alojó en él la noche en que asesinaron a Angie Riddell.
Rebus volvió a ver su foto: Angie. Esperaba que por fin descansara en paz.
– Siobhan, eres genial. ¿Se lo has contado a alguien más?
– Sólo a ti. Fuiste tú quien me dio la información.
– Era una simple corazonada. Podía haber quedado en nada. El mérito es tuyo. Escucha, explícale a Gill Templer, que es tu jefa, lo que me has dicho a mí y que ella lo pase al equipo de John Biblia. Sigamos el reglamento.
– ¿Es él, verdad?
– Tú haz correr la noticia y no te dejes arrebatar el mérito. Luego, ya veremos, ¿vale?
– Sí, señor.
Colgó y le contó a Morton lo que acababa de saber. Permanecieron en la barra tomándose los zumos y mirando al espejo. Despacio, primero, y luego con nerviosismo, Rebus fue el primero en decir lo que los dos pensaban.
– Tenemos que ir allí, Jack. Necesito ir.
Jack Morton le miró asintiendo con la cabeza.
– ¿Conduces tú o conduzco yo?
En el listín telefónico de Aberdeen de British Telecom figuraban dos Martin Davidson. Pero era viernes por la tarde y lo más probable es que aún estuviera en el trabajo.
– No es seguro que vayamos a encontrarle en Altens -dijo Morton.
– De todos modos, vamos.
Durante todo el camino lo único que pensaba Rebus era que tenía que ver a Martin Davidson, no necesariamente hablar con él; sólo clavarle la vista encima. Verle. Quería ese recuerdo.
– A lo mejor está trabajando en la oficina o en el Centro de Seguridad en el Mar -insistió Morton-. A saber si está en Aberdeen.
– De todos modos, vamos -repitió Rebus.
El polígono industrial de Altens estaba al sur de Aberdeen y así lo señalaba el indicador de la A92. A la entrada había un plano y por él se guiaron para llegar hasta LTS, Lancer Technical Support. Llegaron hasta un punto en que una fila de coches bloqueaba la carretera. Rebus bajó a ver qué pasaba y ojalá no lo hubiera hecho. Eran coches de policía, sin rótulo, pero se oían los sonidos de sus radios. Siobhan había pasado la información y el resultado no se había hecho esperar.
Un policía de paisano fue hacia él.
– ¿Qué demonios hacen aquí?
Rebus se encogió de hombros con las manos en los bolsillos.
– ¿Observador… oficioso? -dijo.
El inspector jefe Grogan entrecerró los ojos. Pero su mente estaba en otra parte y no tenía tiempo para discutir, ni ganas.
– ¿Está ahí? -preguntó Rebus, señalando con la cabeza el edificio de LTS, la clásica nave industrial sin ventanas de techo ondulado.
Grogan negó con la cabeza.
– Hemos venido a todo gas, pero por lo visto hoy no ha ido a trabajar.
– ¿De permiso? -preguntó Rebus con el ceño fruncido.
– No ha avisado. Llamaron desde la centralita a su casa, pero no contesta.
– ¿Van ahora para allá?
Grogan asintió.
Rebus no le preguntó si podían ir con ellos, porque se lo habría negado. Pero una vez estuviera en marcha la caravana, nadie iba a percatarse de que había un coche de más al final de la cola.
Volvió a subir al Peugeot y, mientras Morton daba marcha atrás, le explicó lo que harían. Jack Morton aparcó un momento para aguardar a que los coches de policía dieran la vuelta para salir del polígono y a continuación ellos fueron detrás.
Tomaron dirección norte hacia Dee por Anderson Drive, cruzando ante otros edificios de la Universidad Robert Gordon y diversas sedes de empresas petroleras hasta salir de Anderson Drive, pasar ante la Summerhill Academy e internarse en la maraña urbanizada de las afueras con sus zonas verdes.
Un par de coches abandonó la caravana, probablemente para dar un rodeo y llegar a la casa de Davidson por la dirección opuesta, bloqueando su posible huida. Vieron las luces de los coches al frenar y detenerse en una calle. Se abrieron las portezuelas y comenzaron a apearse policías. Breve entrecruce de instrucciones y órdenes de Grogan señalando a izquierda y derecha. Casi todos dirigían sus miradas a una casa con las cortinas de las ventanas echadas.
– ¿Crees que ha huido? -dijo Morton.
– Vamos a ver -dijo Rebus desabrochándose el cinturón de seguridad y abriendo la portezuela.
Grogan enviaba a unos agentes a las casas contiguas, unos para que indagasen y otros para que rodeasen la casa del sospechoso.
– Esperemos que no sea una persecución endemoniada -musitó Grogan.
Vio a Rebus pero sin percatarse del todo de su presencia.
– Los hombres están preparados, señor.
La gente había salido de las casas preguntándose qué sucedía. Rebus oyó a lo lejos la campanilla de un vendedor de helados.
– Unidad de respuesta armada preparada, señor.
– No creo que haga falta.
– Tiene toda la razón, señor.
Grogan estornudó, se pasó un dedo por la nariz y escogió a dos hombres para que le acompañasen a la puerta del sospechoso. Tocó el timbre y todos contuvieron la respiración. Volvió a llamar.
– ¿Qué se ve por atrás?
Respuesta por la radio:
– Están echadas las cortinas y no se oye ningún ruido.
Igual que por delante.
– Que llamen a un juez y pidan una orden de registro.
– Muy bien, señor.
– Y mientras tanto que echen la puñetera puerta abajo.
El oficial asintió con la cabeza, hizo una señal y abrieron el maletero del coche, un auténtico repertorio de herramientas de construcción. Sacaron la maza y con tres golpes estuvo la puerta abierta. Diez segundos después pedían una ambulancia a gritos. Y diez segundos después alguien sugirió que mejor un coche funerario.
Morton era un buen policía: en el maletero de su coche llevaba todo lo necesario para abordar el escenario de un crimen, incluidos chanclos, guantes y toda clase de monos de plástico de esos que te hacen parecer un condón ambulante. Los agentes estaban fuera de la casa para no contaminar el escenario, apiñados en la puerta tratando de ver algo. Cuando Rebus y Morton se abrieron paso nadie se lo impidió, pues los tomaron por miembros de la policía forense y entraron sin problema.
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