– Tenemos que cazar a ese monstruo -dijo Rebus, haciéndose eco de la última frase del artículo.
Estrujó el periódico y cogió el café. Al bajar la vista a la mesa vio de soslayo la cara de Vanessa Holden y tuvo la impresión de conocerla de algo, de algún lugar en que se hubieran cruzado sus miradas. Le tapó el pelo con la mano, pero era una foto antigua y quién sabe si no había cambiado de peinado. Trató de imaginarse el rostro con más años. Ancram, ausente, hablaba con su sicario y no advirtió el respingo de Rebus al recordar por fin aquel rostro.
– Tengo que llamar por teléfono -dijo levantándose.
El teléfono público estaba cerca de la entrada y se veía desde la mesa. Ancram dio su consentimiento con un movimiento de cabeza.
– ¿Qué problema tiene ahora? -inquirió.
– Es domingo y tendría que haber ido a la iglesia. Para tranquilidad del cura.
– Este beicon es más fácil de tragar que eso -replicó Ancram hincando el tenedor en el tocino; pero no le impidió ir al teléfono.
Rebus marcó el número con la esperanza de que le alcanzase la calderilla. Tarifa dominical reducida y, además, en la jefatura de policía de Grampian descolgaron de inmediato.
– El inspector jefe Grogan, por favor -dijo sin quitar ojo a Ancram.
Pero el restaurante estaba lleno de domingueros con niños y no podía oírle.
– Lo siento, está ocupado en este momento.
– Es sobre la última víctima de Johnny Biblia. Llamo desde un teléfono público y tengo poco dinero.
– Un momento, por favor.
Treinta segundos; Ancram le miraba frunciendo el ceño.
– Al habla el inspector jefe Grogan.
– Soy Rebus.
Suspiro de Grogan.
– ¿Qué coño quiere?
– Hacerle un favor.
– No me diga.
– Podría ser el broche de oro de su carrera.
– Escuche, si está gastándome una broma…
– No es ninguna broma. ¿Oyó lo que dije sobre Eve y Stanley Toal?
– Lo oí.
– ¿Piensa tomar medidas?
– Tal vez.
– No deje de tomarlas…, hágame ese favor.
– ¿Y en contrapartida me hace usted su favor de primera división?
– Exacto.
Tos de Grogan para aclararse la garganta.
– De acuerdo.
– ¿De verdad?
– Yo cumplo lo que prometo.
– Escuche, entonces. Acabo de ver una foto de la última víctima de Johnny.
– ¿Y?
– Esa cara la conozco.
Un silencio.
– ¿De dónde?
– Una noche, en el momento en que Lumsden y yo salíamos del Burke's entraba ella.
– ¿Y qué?
– Que iba del brazo de alguien que conozco.
– Conoce usted a mucha gente, inspector.
– Lo que no quiere decir que yo esté relacionado con Johnny Biblia. Pero sí que puede estarlo el hombre que le daba el brazo.
– ¿Y acaso sabe cómo se llama?
– Hayden Fletcher; trabaja de relaciones públicas en T-Bird Oil.
Grogan tomaba nota.
– Bien; lo comprobaré.
– No olvide su promesa.
– ¿He prometido algo? No me acuerdo.
La comunicación se cortó y Rebus pensó en estrellar el receptor contra la pared, pero Ancram le miraba y además había niños cerca embobados ante un escaparate de juguetes, planeando ya un ataque al bolsillo de sus padres. Así que colgó como Dios manda y volvió a la mesa. El chofer se levantó para marcharse sin dirigirle una sola mirada, de lo que dedujo que cumplía órdenes.
– ¿Todo bien? -dijo Ancram.
– Positivo. -Se sentó frente a él-. Bueno, ¿cuándo empieza la inquisición?
– En cuanto encontremos una cámara de tortura libre. -Ambos sonrieron-. Mire, Rebus, a mí me importa un rábano lo que pasara hace veinte años entre su amigo Geddes y ese Spaven. No es la primera vez que veo malhechores injustamente incriminados; no se les puede acusar de lo que uno está convencido y se les trinca por otra cosa que no han hecho. -Alzó los hombros-: Son cosas que pasan.
– Corrió el rumor de que eso fue lo que sucedió con John Biblia.
Ancram negó con la cabeza.
– No creo. Pero, mire, el meollo del asunto es si su colega Geddes se obsesionó con Spaven y le empapeló… con ayuda de usted, a sabiendas o no… Bien, ¿sabe lo que eso significa?
Rebus asintió con la cabeza incapaz de expresarlo: hacía semanas que le atosigaban. Y lo que vendría.
– Significa -siguió Ancram- que el verdadero asesino quedó impune. Nadie ha tratado de dar con él y anda por ahí tan campante. -Sonrió y se recostó en el asiento-. Mire, voy a decirle una cosa sobre Tío Joe. -Rebus le escuchaba con atención-. Probablemente está implicado en narcotráfico. Es un buen negocio y no es de extrañar que quiera su tajada. Pero en Glasgow hace años que todo quedó atado, por lo que en vez de embarcarse en una guerra con la competencia, pensamos que lo que ha hecho ha sido echar sus redes allende.
– ¿Hasta Aberdeen?
Ancram asintió.
– Estamos confeccionando un dossier previo a un operativo de vigilancia conjunta con la brigada de allí.
– Y todas las vigilancias anteriores han fallado.
– En ésta se ha montado un doble dispositivo y si alguien da el soplo a Tío Joe sabremos de dónde proviene la filtración.
– ¿Para cazar a Tío Joe o al soplón? Puede salir bien… si no va usted por ahí diciéndoselo a todo el mundo.
– En usted tengo confianza.
– ¿Por qué?
– Porque si no sería capaz de joderlo todo.
– ¿Sabe que no es la primera vez que se me propone abandonar y dejar las cosas a los demás?
– ¿Y?
– Pues que generalmente es porque hay algo que ocultar.
– Esta vez no -replicó Ancram negando con la cabeza-. Pero sí tengo algo que ofrecer. Como le he dicho, a mí el caso Spaven no me interesa, pero profesionalmente no me queda más remedio que cumplir con mi obligación. Ahora bien; hay maneras y maneras de realizar un informe. Podría minimizar su intervención en ese asunto dejándole totalmente al margen. No le estoy diciendo que abandone ninguna investigación, sino que la aparque durante una semana.
– ¿Para que el asunto se enfríe y dé tiempo a un par de suicidios y muertes accidentales más, por ejemplo?
Ancram hizo un gesto de irritación.
– Cumpla con su obligación, inspector jefe -dijo Rebus-, que yo cumpliré con la mía.
Se puso en pie, cogió el periódico con la noticia sobre Johnny Biblia y se lo guardó en el bolsillo.
– El trato que le propongo -siguió Ancram conteniendo su furia- es ponerle alguien de vigilancia permanente o la suspensión de empleo.
– ¿Ése? -dijo Rebus basculando el pulgar hacia la ventana.
Afuera el chofer fumaba apaciblemente un pitillo al sol.
Ancram negó con la cabeza.
– Alguien que le conoce mejor.
Rebus pronunció el nombre un segundo antes que Ancram.
– Jack Morton.
Estaba ya esperándole delante de casa. Los sumideros tragaban el agua del lavado de coches de los vecinos. Jack se había pasado la espera dentro del coche con el cristal de la ventanilla bajado y el periódico abierto por la página de crucigramas. Pero en esos momentos estaba fuera tomando el sol cruzado de brazos. Llevaba una camisa de manga corta, vaqueros gastados y zapatillas deportivas blancas y nuevas.
– Siento fastidiarte el fin de semana -dijo Rebus bajando del coche de Ancram.
– Ya sabe -dijo éste a Morton-, no le pierda de vista. Si va a cagar, compruébelo por el ojo de la cerradura, y si dice que va a tirar la basura, le acompaña, ¿entendido?
– Sí, señor.
El policía-chofer preguntó a Rebus dónde aparcaba el Saab y éste le indicó las dobles líneas amarillas más adelante. Seguía en el parabrisas el tarjetón de policía de Grampian y Rebus no tenía ninguna prisa por quitarlo. Ancram se apeó y abrió el maletero. El chofer entregó a Rebus las llaves del Saab, sacó el equipaje y fue a ponerse al volante del coche de su jefe ajustando el asiento y el retrovisor. Rebus y Morton les miraron alejarse.
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