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Mo Hayder: El latido del pájaro

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Mo Hayder El latido del pájaro

El latido del pájaro: краткое содержание, описание и аннотация

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En un desguace medio abandonado cercano al Millenium Dome, en el este londinense, la policía realiza el macabro descubrimiento de cinco cadáveres de mujeres terriblemente mutilados. Las muertas estaban relacionadas con un pub de striptease de Greenwich y eran toxicómanas. El hecho de que todos los cuerpos presenten las mismas espeluznantes amputaciones, hace pensar que su asesinato ha sido obra de una mente perturbada, de un maníaco obseso pero que posee conocimientos médicos. El recién ascendido inspector Jack Caffery es uno de los principales encargados de resolver el caso. A pesar de su cautela y profesionalidad, la compleja investigación que está llevando a cabo su equipo se verá entorpecida por Mel Diamond, un policía empecinado en inculpar a un hombre de raza negra que trapichea con drogas. Pero Caffery está convencido de que su colega ha errado el tiro y de que deben buscar al culpable en el Sr. Dunstan, un tenebroso centro médico cercano al local nocturno en el que trabajaban las víctimas. El círculo de sospechosos se va estrechando en torno del que parece ser el presunto homicida, un joven que abandonó la carrera de Medicina años atrás y que padece serios trastornos psicológicos. Sin embargo, poco después aparece otro cadáver… ¿Se trata de otro criminal que le está imitando? ¿Fue realmente Harteveld el único causante de las muertes? ¿Hasta cuándo va a durar la angustia?

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Pero en primavera, poco antes de empezar a perder su atractivo para Jack, Verónica cambió de estrategia. Decidió tomárselo en serio y atarle corto. Una noche hizo que se sentara y le habló con seriedad sobre lo mucho que había sufrido antes de conocerse: había perdido dos años de su adolescencia luchando contra un cáncer.

La estratagema surtió efecto. Sintiéndose de pronto con la soga al cuello él no supo cómo poner fin a su relación.

¡Qué vanidoso eres, Jack!, se decía a sí mismo. ¡Como si seguir con ella pudiera compensarla de su dolor! ¡Qué engreído puedes llegar a ser!

Mientras él pensaba todo eso, Verónica, en la cocina, apoyando su fina barbilla contra el pecho, desmenuzó una ramita de menta, Jack se sirvió otro whisky y se lo bebió de un trago.

Se lo diría esa misma noche. Tal vez durante la cena…

En una hora todo estaba listo. Verónica encendió todas las luces y puso en el patio espirales antimosquitos.

– Beicon y ensalada de alubias salpicadas, gambas con salsa de soja y, de postre, sorbete de mandarina. ¿Soy o no soy la mujer perfecta?

– Sacudió la melena y por un momento dejó ver la carísima perfección de sus dientes-. No obstante, tómalo como un ensayo general para la fiesta que pensamos ofrecer.

Él lo había olvidado completamente. La fiesta.

Ella le dio un leve codazo mientras pasaba a su lado llevando una cazuela le creuset repleta de patatas. Las cristaleras del salón que daban al jardín estaban abiertas de par en par.

– Creo que esta noche será mejor que cenemos aquí y no en el comedor.

– Dejó de hablar y miró con ceño su arrugada camiseta y su revuelto pelo oscuro-. ¿No crees que deberías vestirte para cenar?

– ¿Bromeas?

– Bueno- respondió ella poniéndose la servilleta sobre las rodillas-, podría ser agradable.

– No- dijo él mientras se sentaba-. No puedo ensuciar mi traje. Me han asignado un caso… Vamos, Verónica, pregúntame de qué se trata. Interésate por algo que no sea mi vestuario.

Pero ella siguió sirviéndole patatas.

– Tienes más de un traje, ¿no es así? Papá te mandó uno gris.

– Está en la tintorería.

– ¡Oh, Jack, deberías habérmelo dicho! Hubiera podido recogerlo.

– Verónica…

– De acuerdo. -Levantó las manos-. Lo siento. No volveré a mencionarlo. -En el recibidor sonó el teléfono-. ¿Quién será? -Ensartó una patata-. ¡Como si no lo supiera!

Caffery apartó la silla y se levantó.

– Dios… -suspiró ella soltando el tenedor-. Realmente tienen un sexto sentido. ¿No puedes dejar que siga sonando?

– No.

Fue al recibidor y descolgó el auricular.

– ¿Sí?

– No me lo digas: estabas durmiendo.

– Te dije que no podría.

– Ya.

– Vale. ¿Qué pasa?

– Estoy aquí de nuevo. El comisario jefe ha traído un equipo. Uno de los investigadores ha descubierto algo.

– ¿Equipo?

– GPR.

– ¿GPR? Eso… -Caffery se interrumpió.

Verónica le empujó al pasar por su lado y subió por la escalera cerrando tras ella la puerta de la habitación. Jack se quedó en el estrecho recibidor mirándola fijamente.

– ¿Sigues ahí, Jack?

– Sí, perdona. ¿Qué me estabas diciendo? GPR, ¿tiene algo que ver con estudio del suelo?

– Georadar.

– Ya. -Caffery hizo un agujerito en la pared con la amoratada uña de su pulgar-. ¿Así que hay algo más?

– Sí, lo hay -dijo Maddox con tono grave-. Cuatro más.

– Mierda. -Se pasó la mano por la nuca.

– ¿Enterrados más abajo o qué?

– Acaban de empezar a sacarlos.

– ¿Dónde vas a estar?

– En el astillero. Podemos ir con ellos hasta Devonshire Drive.

– ¿El depósito?

– Exacto. Krishnamurti ya ha empezado con el primero. Esta noche ofrecerá una sesión continua en nuestro honor.

– De acuerdo. Te veré allí dentro de treinta minutos.

Verónica estaba en el dormitorio del piso de arriba con la puerta cerrada. Caffery se vistió en la habitación de Ewan, miró por la ventana para comprobar si había movimiento en casa de Penderecki al otro lado de la vía del tren. Nada. Anudándose la corbata, se asomó al dormitorio.

– Tenemos que hablar. Cuando vuelva…

Verónica estaba sentada en la cama tapada con la manta hasta el cuello, aferrando un frasco de píldoras.

– ¿Qué es eso?

Ella levantó la vista hacia él con hosquedad.

– Ibuprofén. ¿Por qué?

– ¿Qué estás haciendo, Verónica?

– Me duele la garganta.

– ¿La garganta?

– Eso he dicho.

– ¿Desde cuando?

– No lo sé. -Verónica abrió el frasco, sacó dos píldoras y le miró.

– ¿Vas a algún sitio agradable?

– ¿Por qué no me dijiste que te dolía la garganta? ¿No deberías hacerte un análisis?

– No te preocupes. Tienes cosas más importantes en que pensar.

– Verónica…

– ¿Qué quieres?

Jack se quedó en silencio por un momento.

– Nada.

Terminó de anudarse la corbata y se dirigió a la escalera.

– No te preocupes por mí -dijo ella mientras él se iba-. No te esperaré despierta.

CAPÍTULO 3

Dos y media de la madrugada, Caffery y Maddox esperan en silencio en la sala de autopsias alicatada en blanco. Cinco mesas de disección de aluminio. Cinco cadáveres rajados del pubis hasta la carótida, despellejados, dejando al descubierto las costillas veteadas con grasa y músculo. Un líquido goteando en las cazoletas puestas debajo de los cuerpos.

Caffery reconocía esa atmósfera gélida, ese olor a desinfectante mezclado con el inconfundible hedor de las vísceras. Pero eran cinco. Cinco. Etiquetados y fechados el mismo día. Nunca había visto nada igual. Los forenses, enfundados en sus batas verdes, se movían rutinariamente. Una de ellos le sonrió tendiéndole una mascarilla.

– Sólo un momento, caballeros -les saludó Krishnamurti desde la mesa de disección más alejada.

El cuero cabelludo del cadáver había sido separado del cráneo hasta la cavidad nasal y apartado de forma que pelo y cara colgaban como una húmeda máscara de caucho hasta el cuello. Krishnamurti sacó los intestinos y los depositó en un recipiente de acero.

– ¿Hay alguien por ahí?

– Yo.

Un delgado forense apreció a su lado.

– Bien, Martin. Péselos, extiéndalos y coja muestras. Paula, ya he terminado, puede coserlo. No suture encima de las heridas. Vamos, caballeros… -Apartó la lámpara halógena, retiró su visera de plástico y, con los guantes puestos y goteando, se dio la vuelta hacia Maddox y Caffery con las manos extendidas.

Delgado, de alrededor de cincuenta años, de ojos de un intenso color castaño, y barba cana cuidadosamente recortada, Krishnamurti era un hombre bien parecido.

– Menudo despliegue, ¿verdad?

Maddox asintió.

– ¿Ya sabemos la causa de la muerte?

– Creo que sí. Y, si estoy en lo cierto, también hemos encontrado algo muy interesante. -Señaló la puerta de la sala-. Entomología les dará más datos, pero puedo adelantarles algunas cosas: la primera que encontraron fue la última en morir. Llamémosla la número cinco. Murió hace apenas una semana. En cuanto al resto debemos remontarnos a un mes atrás, luego cinco semanas y otro mes y medio. La primera debió de morir alrededor de diciembre, pero el tiempo transcurrido entre los asesinatos se fue reduciendo. Hemos tenido suerte, los factores climáticos no han influido demasiado y los cuerpos se han conservado bastante bien.

Señaló un lastimoso amasijo de carne ennegrecida dispuesta sobre la segunda mesa de disección.

– Ésta es la primera. El desarrollo de los huesos confirma que todavía no había cumplido los dieciocho. Hay algo parecido a un tatuaje en su brazo izquierdo. Tal vez sea el único elemento para identificarla. Eso o la odontología. Prosigamos. -Alzó un dedo-. Cuando las trajeron todas iban maquilladas. Muy maquilladas. Claramente visible, incluso después de haber estado enterradas durante tanto tiempo. Sombra de ojos, lápiz de labios. El fotógrafo lo ha registrado con detalle.

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