Hugo Ardiles - Regreso Al Tíbet

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Aprendí inglés a disgusto (prefería el francés que hablaba mi madre) y mi padre me había enviado a estudiar filosofía, religión hindú y yoga con un swami importante de la ciudad. Ese swami me desagradaba: mi deseo profundo era estudiar budismo y él me disuadía diciendo que los budistas eran ateos y magos negros. Había aprendido con él todo lo que me permitía mi disgusto, pero en los últimos tiempos asistía a sus clases sólo por la posibilidad que tenía después de ellas de encontrarme a escondidas con una chica muy joven, de quien estaba enamorado, para hacer el amor a las disparadas.

Ella pertenecía también a una familia encumbrada, educada sólo entre mujeres que no le permitían tener relación con gente de afuera y mucho menos con hombres, según las costumbres indias. Y aparecía ante mi vista una gran sala de su casa. con enormes alfombras de colores sobre las que estaban sentadas varias mujeres jóvenes, hablando entre ellas o estudiando con profesoras mayores. A un costado de esa habitación percibía muebles de estilo inglés, algunos tapados con telas blancas. En las ventanas, grandes cortinados que llegaban hasta el suelo.

El lugar de nuestros encuentros era, en cambio, un galpón de depósito que quedaba cerca del "ashram" de mi swami. Furtivamente entrábamos allí y después de un rato de amor nos íbamos, por separado, cada uno a su casa. Y me veía caminando por las calles, triste y solo, entre multitud de gente de la ciudad, con quienes no tenía trato alguno y que en el fondo despreciaba.

En una oportunidad, después que ella se había ido. se me cayeron encima unos grandes cajones del depósito que me produjeron una fractura cervical. Quedé cuadripléjico. No podía mover las piernas y sólo un poco las manos. Y me veía acostado en una chaiselong, en el año 1847, a los treinta años de edad, en una terraza de la mansión de mi padre, cuidado por una enfermera que me trataba con dureza y frialdad.

Asistí a mi muerte en esa terraza, solo. En el momento de la separación de mi cuerpo se me presentó el recuerdo de mi madre que había muerto por un cáncer de mama cuando yo tenía catorce años. Durante los últimos dos años de su vida, durante su enfermedad, no había tenido casi oportunidad de estar con ella. Vivía aislada, deprimida, y yo la espiaba desde la puerta entreabierta. Un sirviente se me acercó para decirme que debía vestirme de manera adecuada para asistir a sus funerales. Así me enteraba de su muerte. Pude contemplar después la ceremonia funeraria y ver a mi padre, más interesado en sus visitantes que en mí. Yo permanecía silencioso, reprimiendo mi dolor: los hombres no debían llorar.

Cuando terminó este recuerdo sentí la presencia de mi guía que me daba explicaciones: en la vida anterior yo había sido monje budista en un monasterio en el Tíbet. Por eso mi rechazo a la India y al hinduismo, mi deseo insatisfecho de aprender budismo y el desamor por mi swami. Este, sin embargo, según mi guía, me había iniciado en la devoción y el amor a Dios. y me había enseñado muchas cosa importantes sobre yoga, que yo no había aprovechado del todo. Por ejemplo, había aprendido con él la manera de morir, gracias a lo cual podía conservar la conciencia clara en ese momento.

Mi terapeuta, sin darse cuenta nuevamente, me sacó de este encuentro con mi Maestro, para seguir la técnica, como la vez anterior.

Quedé muy impresionado por esta regresión de la India. Creía en la evolución del ser de una vida a otra y por lo tanto no podía entender la utilidad de esa vida para mi ulterior evolución. Durante las semanas que siguieron a la regresión se agolpaban continuamente en mi cabeza los recuerdos de esas escenas. Me veía caminando deprimido por las calles de una ciudad que me disgustaba. Sentía la tristeza y el abandono con los que había vivido allí. Tenía nostalgias de esos encuentros de amor a escondidas con esa chica ardiente y huidiza.

Por otro lado, esta regresión me hacía comprender algunas características de mi vida presente: por ejemplo, a pesar de que me había dedicado al yoga. de haber leído tantos libros sobre el tema, de aplicar técnicas yoguis en el instituto que dirigía, nunca había querido viajar a la India. En muchas oportunidades me habían invitado a visitar lugares importantes relacionados con el yoga y el hinduismo, pero siempre me había negado a conocer ese país, cuya filosofía por otro lado admiraba tanto.

Asimismo, durante toda mi actividad en yoga nunca había tenido ningún contacto con swamis o profesores de yoga hindúes. En cambio, desde chico siempre había deseado conocer el Tíbet. Me despertaba también una curiosidad especial todo lo relacionado con el budismo, sin haber podido ponerme en contacto con este hasta 1983, cuando el lama Sherab Dorye vino por primera vez a la Argentina, enviado por el Dalai Lama ante el pedido de Carlos Martínez Bouquet. [5]

En la siguiente reunión de ateneo mensual comenté la experiencia de esa re gresión, pidiendo a mis compañeros que me ayudaran a comprender cuál era el significado de esa vida tan llena de dificultades y aparente-mente sin ningún lo gro. Les decía que si aceptábamos la "ley del karma" [6]en mis vidas anteriores a esa de la India debía haber hecho cosas muy negativas para merecer tales resultados, castigos sin duda: quedar paralítico y morir a consecuencia de ello a temprana edad, sufrir tanto abandono por parte de mis padres, tener la oportunidad de disponer de un swami que me enseñara personalmente y no aprovecharlo. Todo esto me resultaba confuso y necesitaba ayuda para entenderlo.

También hablé acerca de mi Maestro que desde hacía mucho tiempo me enseñaba mentalmente y me dirigía en muchos de mis actos. Él había tenido enorme influencia en momentos cruciales de mi vida. Con pudor confesé que sentía que el Maestro que me hablaba era Jesús y les expliqué que en dos regresiones había estado a punto de conectarme con él. Los dos terapeutas me habían sacado de esa situación, impidiendo tal encuentro.

Vinculaba estos dos hechos entre sí porque había algo más que no entendía: si realmente esa vida en la India era un castigo, ¿me encontraría al morir con un Maestro que salía a mi encuentro con amor? ¿Merecía yo tal acogida después de la muerte?

Pablo, uno de mis compañeros, psiquiatra, intervino diciendo que no le parecía "una vida tan terrible "como yo la calificaba. Desde el punto de vista de trascendencia espiritual podía tener un profundo significa-do que se nos escapaba por el momento.

Él nos recordó que habíamos hecho un trato con María Julia, nuestra profesora, de usar su sistema solamente con fines terapéuticos y no para satisfacer una curiosidad personal o para dedicarnos a la investigación sobre la reencarnación hasta no tener más experiencia como terapeutas. Esta técnica era esencialmente psicoterapéutica y muy diferente de algunas experiencias hechas por parapsicólogos, en las que al paciente se le relata lo que el terapeuta puede ver o saber por ser él mismo un clarividente que lee en el inconsciente de su paciente. Por otro lado, a Pablo le parecía que para mí eran muy importantes las dos cuestiones planteadas: entender lo de la India y saber algo más sobre mi guía podían serme de enorme importancia vi-tal. Creía entonces que tendría sentido terapéutico encontrarme con mi Maestro o intentar descifrar el significado de esa vida en la India. Finalmente se postuló como terapeuta para que yo lograra alguno de esos dos propósitos.

Al comienzo de la sesión sentí que me separaba de mi cuerpo y flotaba en el aire a la altura de las cabezas de los que me rodeaban. Como esta sensación es común cuando uno asiste a su propia muerte en una regresión, Pablo me preguntó "si mi cuerpo estaba muerto o vivo". Contesté que evidentemente vivía, puesto que estaba allí, en la sala, mirándolos a ellos sentados a mi alrededor.

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