Hugo Ardiles - Regreso Al Tíbet

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Encontré también una explicación al hecho de que todo lo que leía sobre yoga me resultaba conocido y cuando enseñaba algo o daba una conferencia, iba aprendiendo a medida que hablaba, como si me surgiera de adentro. A veces sentía que inventaba lo que luego encontraba en algún escrito sobre yoga.

Quedé profundamente agradecido hacia Pablo que me ayudó a vivir todo esto y hacia María Julia por habernos facilitado esta maravillosa técnica: el redescubrimiento de nuestros objetivos de vida gracias a la comprensión de las tendencias actuales equivocadas, recuerdos kármicos de nuestros errores en existencias pasadas.

Comprendí que el pecado cristiano no es más que el uso inadecuado de nuestra energía y nuestra libertad. y el llamado castigo, sólo laconsecuencia inevitable, el resultado lógico de las acciones realizadas de manera equivocada.

Recordé además que en el budismo existen tres ramas:

• El Hinayana ("Pequeño Vehículo"), el budismo del meditador solitario, el camino del monje. Se busca la liberación personal mediante las experiencias meditativas, a través de las cuales uno ad-quiere enseñanzas o guías para sus propias vidas. El budismo zen tiene que ver con esta modalidad, en la que la meditación es la más importante técnica usada para lograr la iluminación. Posteriormente tendrá uno que poner el conocimiento adquirido y su evolución personal al servicio de los demás seres, como enseña la siguiente rama.

• El Mahayana ("Gran Vehículo"). Se busca también la liberación personal pero a través del amor y la compasión como medio para ayudar a todos los seres sensibles. La vida de uno está dedicada al servicio de todos los que nos necesiten. Uno está consagrado a la ayuda, a la enseñanza y al servicio de la sociedad. Es el camino de los lamas, quienes se ponen así al servicio de aquellos, religiosos o laicos, que busquen mejorar sus vidas o quieran crecer como seres humanos a través de esta filosofía.

• La tercera rama es el Vajrayana ("Camino Corto"), donde a través de visualizaciones, mantras y rituales se logran rápidamente las fuerzas superiores de la mente y del espíritu. El budismo tibetano está basado principalmente en estas prácticas, mediante las cuales se adquieren poderes sobrenaturales o más allá de las posibilidades del común de los humanos. El uso de estos poderes tiene que estar volcado al servicio de todos los seres sensibles como principal camino de evolución. En el budismo, en general, esta idea de ayudar a todos los seres sensibles, aunque se trate de animales o vegeta-les, ha generado un sentimiento ecológico muy particular entre los budistas, con el que el adepto trata de impregnar toda su vida e influir en su derredor como principal colaboración para el mundo.

Sin duda. el lama de mi viaje astral enseñaba el Mahayana (del amor y la compasión) y en cambio yo practicaba el Hinayana (de la meditación solitaria).

Quedé además muy conmovido por el recuerdo de mi vida en el Tíbet que explicaba mi gran atracción, desde chico, por ese país. También era de enorme valor haberme podido poner en contacto con ese ser tan querido que yo llamaba mi Maestro. Durante muchos días después de esa regresión las imágenes reaparecían en cualquier momento del día y sentía gran felicidad volver a visualizarlas.

En otras regresiones posteriores aparecieron imágenes de algunos momentos de mi vida como monje, agradables, llenos de paz pero solitarios. Me vi caminando lentamente por corredores y callejuelas del monasterio; circulaban a mi alrededor monjes más jóvenes que me miraban, me respetaban y me dejaban pasar sin hablarme. Finalmente vi cómo ese monje, viejo, de cabellos blancos y larga barba, moría con un fuerte dolor en el pecho pero en paz, solo, en su habitación.

Me subyugaba la idea de que encontraría en vida a mi Maestro. Cada vez que aparecía un lama por Buenos Aires pensaba que él sería posiblemente aquél que había visto durante mi viaje astral. De Francia enviaron dos lamas tibetanos para que se quedaran en la Argentina, pero no pude conocerlos y finalmente se fueron porque "no estaban dadas las condiciones en nuestro país". De nuevo sentí que me había ilusionado inútilmente.

En septiembre de 1990 hice un retiro de meditación con el lama Thrangu Rinpoché, venido de Kathmandú, Nepal, y allí, por primera vez, me surgió el deseo de viajar al Tíbet. En una de las meditaciones con él se me presentó claramente la orden de viajar al Tíbet al año siguiente, en 1991. Tenía que ir a buscar el monasterio donde había estado como monje "para cerrar un ciclo de vida".

Esa orden interna fue muy fuerte aunque no era claro el objetivo. Se lo comenté al lama Thrangu y este me dijo que sin duda debía hacer ese viaje y que cuando pasara por Kathmandú fuera a visitarlo. También lo comenté con Kamala Ditela, una compañera hindú que estaba en el retiro y esta me indicó que me pusiera en contacto con Irene, otra compañera de budismo: ella estaba proyectando un viaje similar. Omití por pudor el comentario sobre "la orden de buscar mi monasterio". Evidentemente no estaba convencido de lo que iba a hacer ni de que mis regresiones fueran totalmente verdaderas. Me enfrentaba nuevamente con la falta de fe que caracteriza a nuestracultura. ¿Por qué necesitamos tantas comprobaciones para aceptar lo que en algún momento nos pareció tan real?

Hablé con Irene Wtinschenmeyer quien me comentó que el lama Chögyal Rinpoché (a quien yo conocía por haber hecho varios retiros con él en Buenos Aires) la había invitado a ir con él al Tíbet en junio del año siguiente. Yo podría ir también si al lama le parecía adecuado. Tendríamos que ir primero a la India en mayo a buscar al lama Chögyal en el monasterio Tashi Yong, donde vivía. Desde allí viajaríamos con él a Kathmandú para pasar al Tíbet en junio. Yo debía escribirle pidiéndole autorización y luego conseguir la visa en el consulado chino para entrar en el Tíbet.

Era sorprendente que, en el mismo día en que se me presentaba la idea del viaje ya tuviera toda esa información. Desde ese día comencé a comentar a mis amigos que viajaría al Tíbet en junio de 1991, para irme comprometiendo con mis propias palabras. El viaje me parecía todavía lejano e imposible.

En enero de 1991 fui a visitar a Raquel Ramponi, otra amiga de budismo, cuando me enteré que ella también tenía deseos de hacer ese viaje. Acordamos que podríamos proyectarlo juntos. Ninguno de los dos había estado antes en la India. Nos apoyaríamos mutuamente y siendo dos, podríamos resolver las dificultades con más facilidad. Cuando estábamos hablando de esto llegó a visitar a Raquel otra compañera, Viviana, que había llegado de la India el día anterior, después de haber pasado unos días precisamente en el monasterio Tashi Yong. Nos contó que había comenzado a construir una casita detrás del monasterio para poder hacer retiros con los lamas de allí. Si su casa estaba lista para la fecha de nuestro viaje se la ofrecía a Raquel para vivir. Yo podría ocupar la casita de al lado, de otra compañera nuestra. ¡Ya tenía dónde vivir en Tashi Yong!

Además, Raquel me comentó que si íbamos en mayo, nos encontraríamos en Delhi con Gerardo Abboud, el presidente de una de las sociedades de budismo tibetano en Buenos Aires y amigo nuestro. Estar con él en la India resultaría maravilloso, ya que Gerardo había vivido quince años allí y hablaba hindi y tibetano (él era el traductor cuando venían lamas a dar enseñanzas). Gerardo podría guiar en todo lo necesario a dos viajeros sin experiencias corno nosotros.

Sin embargo, me seguía asustando la idea del viaje y, al mismo tiempo, me daba una alegría enorme poder proyectarlo. Los caminos se allanaban y todo parecía más fácil de lo que había supuesto el primer día.

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