Jeffery Deaver - La estancia azul

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Jeffery Deaver explora en La Estancia Azul el siniestro territorio del suspense en la red. El asesino del relato responde al apodo de Phate, pero su verdadero nombre es Jon Patrick Holloway. Aparentemente no es más que un hacker, un inofensivo pirata informático. Pero su mente perversa ha ideado un programa llamado Trapdoor, el cual le permite asaltar los ordenadores de sus víctimas potenciales, apoderarse de todos los archivos que contienen información de carácter personal y, de este modo, iniciar un juego macabro cuyo objetivo final es la eliminación del usuario elegido. Para atrapar a este peligroso psicópata, la policía recurre a la ayuda de Wyatt Gillette, un hacker experto que cumple un año de condena en la cárcel por un delito informático menor. Es preciso actuar deprisa, pues los terribles asesinatos se suceden uno tras otro, y nadie en la red está a salvo.

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Sesenta segundos.

Bishop estaba angustiado a más no poder. Pensó en Wyatt Gillette, alguien cuyo único crimen había sido andar tropezando un poco para escapar de una infancia vacía. La mayoría de los chavales que Bishop había atrapado (del East Bay, de Haight) eran asesinos sin remordimientos que al poco tiempo se paseaban libres. Y Wyatt Gillette no había hecho otra cosa que seguir el camino por el que Dios y su propia brillantez le habían guiado y, por culpa de esto, tanto él como la mujer que amaba y la familia de ella iban a sufrir terriblemente.

No quedaba tiempo. Shawn mandaría la señal de confirmación en cualquier momento.

¿Podía hacer algo para frenar a Shawn?

¿Podría tratar de prenderle fuego?

Podía hacer un fuego cerca de la ventilación. Fue hasta el escritorio y removió todo en busca de un mechero y cigarrillos.

Nada.

Entonces algo se le pasó por la mente.

¿Qué?

No podía recordarlo con exactitud, parecía un recuerdo de hacía siglos: algo que Gillette había dicho cuando entró en la UCC por vez primera.

Había mencionado la palabra fuego.

Haz algo con eso…

Miró el reloj. Era la hora del asalto. Los dos ojos verdes que le quedaban a Shawn brillaban sin compasión.

Haz algo…

Fuego.

… con eso.

¡Sí! De pronto Bishop dio la espalda a Shawn y miró frenéticamente por la estancia. ¡Allí estaba! Corrió hacia una pequeña caja gris con un botón rojo en el centro: el conmutador de fuga del corral de dinosaurios.

Golpeó el botón con la palma de la mano.

En el techo comenzó a sonar una alarma atronadora y los vapores del halón empezaron a descender, con un siseo penetrante, desde las cañerías de arriba, y a aflorar desde debajo de la máquina, envolviendo a ambos (al humano y al que no lo era) en una fantasmal neblina blanca.

* * *

El agente de operaciones especiales Mark Little ojeaba la pantalla del ordenador de la furgoneta de control.

CÓDIGO ROJO: ‹Arce›

Éste era el código de visto bueno para el asalto.

– Imprímelo -le dijo Little al agente técnico. Luego se volvió hacia George Steadman-: Confirma si «arce» nos da luz verde para el asalto con protocolo cuatro.

El agente consultó un librillo con el sello del Departamento de Justicia y la palabra «Confidencial» escrita en grandes letras de molde.

– Confirmado.

– Vamos a entrar -les radió Little a tres francotiradores que cubrían todas las puertas-. ¿Se divisa a algún objetivo a través de las ventanas?

Todos respondieron que no.

– Vale. Si alguno aparece armado por la puerta, lo tiráis al suelo. De un disparo en la cabeza, para no darles tiempo a que aprieten ningún botón detonador. Si no parecen armados, guiaos por vuestro propio juicio. Pero os recuerdo que el protocolo de asalto es de nivel cuatro. ¿Queda claro?

– Del todo -respondió uno de los francotiradores y todos los demás lo confirmaron.

Little y Steadman dejaron la furgoneta de control y corrieron hasta donde estaban apostados sus equipos en el atardecer nublado. Little se metió en un callejón con los ocho oficiales que comandaba: el equipo Alfa. Steadman iba con el suyo, el Bravo.

Little escuchó lo que le comunicaba el equipo de Búsqueda y Vigilancia:

– Jefe del equipo Alfa, los infrarrojos muestran calor humano en el salón y en la sala. También en la cocina, pero puede ser el horno.

– Roger -entonces Little anunció por su radio-. Yo iré con Alfa y cubriremos la parte derecha de la casa. Vamos a echar unas cuantas granadas detonadoras: tres en la sala, tres en el salón y tres en la cocina, con intervalos de cinco segundos. Al tercer estallido Bravo entra por delante y Charlie por detrás. Cubriremos zonas de fuego cruzado desde las ventanas laterales.

Steadman y el jefe del tercer equipo confirmaron sus instrucciones.

Little se puso los guantes, el gorro y el casco, pensando en el montón de armas automáticas, granadas de mano y chalecos antibalas que había sido robado.

– Vale -dijo-. El equipo Alfa delante. Vamos poco a poco. Cubrios todo lo que podáis. Y estad a punto para encender las velitas.

Capítulo 00101101/ Cuarenta y cinco

Dentro de la residencia de los Papandolos (la casa de los limones, la casa de las fotografías, la casa de la familia), Wyatt Gillette pegaba la cara a las cortinas de encaje que recordaba haber visto bordar a la madre de Elana un otoño. Desde esta nostálgica posición de ventaja vio cómo los hombres del FBI comenzaban a entrar.

Centímetro a centímetro, con cuidado.

Miró en el cuarto contiguo, detrás de él, y vio a Elana tumbada boca abajo que le pasaba el brazo a su madre por los hombros. Cerca tenía a Christian, su hermano, quien tenía la cabeza erguida y miraba a Gillette a los ojos con inmenso odio.

No había nada que pudiera decirles que fuera adecuado y siguió en silencio, volviéndose de nuevo hacia la ventana.

Ya había decidido qué iba a hacer: de hecho, lo había decidido antes pero deseaba pasar los últimos momentos de su vida con la mujer que amaba.

Lo irónico del caso es que Phate le había dado la idea.

Tú eres el héroe con defectos. Defectos que lo meten en líos. Vaya, y al final harás algo heroico y los salvarás y el público llorará por ti…

Iba a salir con los brazos en alto. Bishop le había dicho que no se fiarían de él y que pensarían que era un suicida que llevaba una bomba o que escondía un arma. Phate y Shawn lo habían dispuesto así para que la policía se esperase lo peor. Pero los agentes también eran humanos: podían vacilar. Y, si lo hacían, podrían creerlo y dejar que salieran Elana y su familia.

Pero en cualquier caso nunca llegarás al nivel último del juego.

Y aunque no lo hiciera (si le disparaban y lo mataban) registrarían su cuerpo y verían que estaba desarmado y podrían pensar que los de dentro accederían a rendirse sin problemas. Y luego descubrirían que todo había sido un terrible error.

Miró a su mujer. Pensó que incluso entonces estaba preciosa. Ella no alzó la vista y él se sintió mejor por eso: no podría haber soportado la carga de su mirada.

Temeroso de que cuando saliera un francotirador pudiera ver a Elana o a su familia e interpretar mal cualquier gesto y abrir fuego, decidió apagar todas las luces de la planta baja. Mientras entraba en el estudio para hacerlo, se fijó en un viejo clónico de IBM. Wyatt Gillette pensó en todas las horas que había pasado on-line en los últimos días. Si no podía llevarse el amor de Elana a la tumba, al menos lo acompañarían los recuerdos de las horas pasadas en la Estancia Azul.

Con cuidado, lentamente, temeroso de que por la ventana lo viera un francotirador, fue apagando las restantes luces de la casa.

* * *

Los agentes del equipo Alfa reptaban lentamente hasta la casa de estuco de las afueras: un escenario nada grato para llevar a cabo este tipo de operaciones. Mark Little mandó al equipo Alfa que se cubriera tras un macizo de rododendros erizados de púas a unos seis metros al oeste de la casa.

Hizo una señal con la mano a tres de sus hombres de cuyos cinturones colgaban las potentes granadas detonadoras. Corrieron a posicionarse bajo las ventanas de la sala, de la cocina y del salón y quitaron las anillas a las granadas. Se les unieron otros tres que llevaban barras para romper los cristales de las ventanas, y así permitir que sus compañeros lanzaran sus granadas dentro.

Los hombres miraban a Mark Little en espera de que éste hiciera con la mano la señal de seguir adelante.

Y entonces algo crepitó en el auricular del casco de Little.

– Jefe del equipo Alfa, tenemos un despacho de emergencia desde una línea terrestre. Es el AEM de San Francisco.

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