– Así que dispararán gas lacrimógeno -murmuró Gillette-. Romperán las puertas y si alguien se mueve es hombre muerto.
– Algo parecido -replicó Bishop, tras una pausa.
– ¿Gillette? -preguntó Elana-. Dime qué está pasando.
– ¡Diles a todos que se echen al suelo en el salón! -gritó él-. ¡Ahora mismo! ¡Al suelo!
Él se volvió y atisbo por la ventana. Podía ver cómo dos grandes furgones negros se adentraban por el callejón a unos quince metros. En la distancia también se oía un helicóptero.
– Escucha, Wyatt, el FBI no llevará a cabo el ataque si no tiene una confirmación final de Washington. Eso forma parte del protocolo de asalto. ¿Hay alguna forma de apagar la máquina de Shawn?
– Dile a Tony que se ponga.
– Aquí estoy -dijo Mott.
– ¿Estás dentro del sistema del FBI?
– Sí, podemos ver la pantalla. Shawn está haciéndose pasar por el Centro de Operaciones Tácticas de Washington, y envía órdenes. El agente de operaciones especiales de aquí está respondiendo con normalidad a todo ello.
– ¿Dónde está el ordenador del FBI? ¿En Washington?
– No, se encuentra en su oficina local de San Francisco.
– ¿Podrías rastrear la llamada hasta Shawn?
– No contamos con una orden -dijo Mott-, pero voy a llamar a un contacto en Pac Bell. Dame un par de minutos.
Fuera se oía el sonido de los pesados furgones. El helicóptero estaba cada vez más cerca.
Gillette podía oír el gemido histérico de la madre de Elana en la habitación contigua, y las palabras de enfado de su hermano. Elana no decía nada. Él vio cómo ella se santiguaba y lo miraba sin esperanzas para luego hundir la cabeza en la moqueta al lado de su madre.
«Señor, ¿qué he hecho?»
Unos minutos más tarde Bishop volvió a ponerse al aparato.
– Pac Bell está llevando a cabo el rastreo. Es una línea terrestre. Ellos han limitado la oficina central y la han permutado: así han llegado a la conclusión de que él se encuentra en algún lugar al oeste de San José, cerca del Boulevard Winchester. Donde estaba el almacén de Phate.
– ¿Crees que se halla en el edificio de Productos Informáticos de San José? -preguntó Gillette-. Quizá ha podido volver a entrar después de que lo precintaseis.
– O tal vez está en algún sitio cercano: allí hay un montón de viejos almacenes. Estoy en la UCC, lo tengo sólo a diez minutos -dijo el detective-. Voy para allá ahora mismo. Mierda, ojalá supiéramos qué aspecto tiene Shawn.
A Gillette se le ocurrió una idea. Tal como le sucedía cuando programaba, empleó esta hipótesis contra los hechos conocidos y contra las leyes de la lógica.
– Tengo algo al respecto -dijo.
– ¿Sobre Shawn?
– Sí. ¿Dónde anda Bob Shelton?
– En casa.
– Llama para averiguarlo.
– Vale. Te telefoneo cuando esté en el coche.
Unos minutos más tarde sonaba el teléfono de los Papandolos y Gillette contestaba. Frank Bishop llamaba otra vez mientras se dirigía a toda velocidad hacia Winchester por San Carlos.
– Bob tendría que estar en casa -dijo Bishop-, pero no está. Nadie contesta. Aunque si crees que Bob es Shawn te equivocas.
Mientras por la ventana se veía pasar un nuevo coche patrulla seguido de un furgón militar, Gillette contestó:
– No, Frank. Escúchame: Shelton asegura que no sabe nada de ordenadores, que los odia, pero en casa tiene esa CPU.
– ¿Ésa qué?
– Ese disco duro que vimos: es un tipo de hardware que sólo usaba la gente que sabía de programación o que llevaba tablones de anuncios en la red.
– No sé -replicó Bishop-. Quizá sea una prueba de algún caso o algo así.
– ¿Ha trabajado con anterioridad en algún caso que tuviera que ver con la informática?
– Bueno, la verdad es que no…
Bishop no dijo nada más y Gillette prosiguió:
– Y desapareció un buen rato mientras tú hacías una redada en la casa de Phate en Los Altos. Tuvo tiempo de enviar ese mensaje sobre el protocolo de asalto y de dar tiempo a Phate para que escapara. Y no olvides que fue gracias a él que Phate pudo meterse en ISLEnet y obtener las direcciones y las órdenes tácticas del FBI. Shelton dijo que se había conectado on-line para informarse sobre mí. Pero ¿y si en realidad estaba dejándole a Phate la contraseña y la dirección del ordenador de la UCC para que éste pudiera infiltrarse en ISLEnet?
– Pero Bob no es un tipo que ande con ordenadores.
– Dice que no lo es. Pero ¿puedes estar seguro de ello? ¿Te pasas mucho por su casa?
– No.
– ¿Qué es lo que hace por las noches?
– Suele quedarse en casa.
– ¿No sale nunca?
– No -respondió Bishop.
– Eso es comportamiento de hacker.
– Mira, lo conozco desde hace tres años.
– Ingeniería social.
– Imposible. Espera, tengo una llamada por la otra línea.
Mientras estaba en llamada en espera, Gillette husmeó por la ventana. Aparcado cerca de allí podía ver lo que parecía un camión de movimiento de tropas. En los arbustos al otro lado de la calle se advertía movimiento. Policías vistiendo ropas de camuflaje corrían de una hilera de setos a otra. Daba la impresión de que fuera había más de cien policías.
Bishop volvió a ponerse.
– Pac Bell ha localizado el lugar desde el que Shawn ha pirateado al FBI. Está otra vez en el edificio de Productos Informáticos de San José. Ya casi he llegado allí. Te llamaré cuando haya entrado.
Frank Bishop llamó pidiendo refuerzos y luego aparcó el coche en el aparcamiento al otro lado de la calle; el almacén parecía no tener ventanas pero Bishop no quería exponerse a que Shawn pudiera advertir su presencia allí.
Agazapado, avanzó tan rápido como pudo hasta llegar al almacén, sintiendo un dolor inmenso en las sienes y en la nuca.
No se creía la deducción de Gillette sobre Bob Shelton. Pero, al mismo tiempo, tenía que considerar si podía ser cierta o no. Shelton había sido el compañero de Bishop más hermético: no sabía nada de él. El enorme policía pasaba todas las noches en casa, eso era cierto. Como también lo era el que no se relacionaba con otros policías. Y aunque Bishop poseía conocimientos básicos sobre ISLEnet, no podría haber efectuado el tipo de búsqueda sobre Gillette que Shelton había llevado a cabo. Y rememoró que Shelton se había presentado voluntario en este caso; y Bishop recordó haberse preguntado por qué querría este caso antes que el MARINKILL.
Pero nada de esto importaba en ese momento. Tanto si Bob Shelton como cualquier otro era Shawn, a él sólo le quedaban nueve minutos antes de que Mark Little y el equipo federal de operaciones especiales hicieran su entrada. Empuñó su pistola, se pegó a la pared cercana a la plataforma de carga y se detuvo a escuchar. No se oía nada dentro. Vio que la cinta de precintado de la policía seguía puesta, pero también podía haber sucedido que Shawn entrara por cualquiera de las otras puertas.
Abrió la puerta con violencia y se adentró por el pasillo, la oficina y hasta el mismo interior del almacén. Estaba oscuro y parecía desocupado. Se topó con un montón de luces en lo alto y fue encendiendo los interruptores con la zurda mientras su mano derecha sostenía la pistola. La severa iluminación alcanzó a la totalidad del espacio y pudo ver con claridad que éste estaba vacío.
Salió para ver si había algún cobertizo u otro edificio que Shawn pudiera estar utilizando. Pero no había ninguna estructura que estuviera conectada al almacén. Mientras estaba a punto de volver por donde había venido se dio cuenta de un factor: el almacén parecía desde el exterior mucho más grande que de lo que era en su interior.
Siete minutos.
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