– ¿Anda todo el mundo parapetado, con munición suficiente y un antibalas encima? -preguntó Little a Steadman.
– Sí. Los tres equipos y los francotiradores están listos para acceder a su posición. Las calles están bajo control. Los helicópteros de Travis están en el aire. Los bomberos están a la vuelta de la esquina.
Little asentía mientras escuchaba estas palabras. Vale, todo parecía en su sitio. Entonces, ¿por qué estaba tan preocupado?
No estaba seguro. Quizá era la desesperación de la voz de ese tipo: el que decía que era de la policía estatal. Se llamaba Bishop, o algo parecido. Chillaba que alguien había pirateado los ordenadores del FBI y había ordenado un ataque contra un grupo de inocentes.
Pero el protocolo dispuesto en Washington les había advertido de que los chicos malos se harían pasar por agentes para anunciar que toda la operación era un malentendido. El ROE había informado de que los asesinos asegurarían formar parte de la policía estatal. «Además», pensaba Little, «¿cómo van a piratear los ordenadores del FBI? Es imposible. La página web abierta al público, vale. ¿Pero el seguro ordenador de operaciones especiales? Nunca».
Miró el reloj.
Faltaban ocho minutos.
– Consigue la confirmación amarilla -le dijo a uno de los técnicos que estaba sentado frente a un ordenador.
El hombre tecleó:
DE: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA
R: DOJ TAC OP CENTER, WASHINGTON, D. C.
RE:DOJ DISTRITO NORTE CRUFORNIA,OPERACIÓN 139-01:
¿CONFIRMAN CÓDIGO AMARILLO?
Dio a Return .
Había tres niveles en los códigos de operaciones de fuerzas especiales. Verde, amarillo y rojo. El verde aprobaba la aproximación de los agentes hasta el lugar donde se llevaría a cabo la operación. El amarillo aprobaba que se prepararan para el asalto y que se pusieran en posición. El rojo controlaba el mismo asalto.
DE: DOJ TAC OP CENTER, WASHINGTON, D. C.
R: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA
RE: DOJ DISTRITO NORTE CRUFORNIR,OPERACIÓN 139-01:
CÓDIGO AMARILLO: ‹ROBLE›
– Imprímelo -le dijo Little al técnico de comunicaciones.
– Sí, señor.
Little y Steadman comprobaron la palabra del código y vieron que «roble» era correcta. Se aprobaba que los agentes se desplegaran en torno a la casa.
En cualquier caso, dudaba al oír una y otra vez la voz de Bishop resonando en su cabeza. Pensó en los niños que murieron en Waco. A pesar del protocolo de asalto cuatro, que regía que en este tipo de operaciones y con este tipo de criminales no era apropiada la intervención de negociadores, Little se preguntaba si no debería llamar a alguien de San Francisco, donde el FBI tenía un excelente negociador de asedios con el que ya había trabajado con anterioridad. Quizá…
– ¿Agente Little? -le interrumpió el técnico de comunicaciones, ojeando su pantalla-. Hay un mensaje para usted.
Little se inclinó para leerlo.
URGENTE URGENTE URGENTE
DE: DOJ THE DP CENTER, WASHINGTON, D. C.
R: FUERZAS ESPECIRLES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA
RE: DOJ DISTRITO NDRTE CALIFORNIR, OPERACIÓN 139-01:
INFORMANTE CONFIDENCIAL AFIRMA QUE LOS SOSPECHOSOS MARINKILL ENTRARON EN RESERVA MILITAR SAN PEDRO LAS 15:40 DE HOY Y ROBARON GRAN CANTIDAD DE ARMAS AUTOMATICAS, GRANADAS DE MANOS Y ANTIBALAS.
AVISAR AGENTES FUERZAS ESPECIALES DE DICHA SITUACIÓN
Conque ésas tenemos, pensó Little, desterrando de su mente cualquier idea de un negociador. Miró al agente Steadman y le dijo:
– Pasa la voz, George. Todo el mundo en posición. Entramos en seis minutos.
Capítulo 00101100 / Cuarenta y cuatro
Frank Bishop caminaba alrededor de Shawn.
El armazón era de algo más de un metro cuadrado y estaba formado por gruesas planchas de metal. En la parte trasera tenía unas aberturas de ventilación que expulsaban bocanadas de aire caliente, fumaradas tan visibles como el vaho en un día de invierno. El panel frontal no consistía en otra cosa que en tres luces verdes, indicadores que de vez en cuando se apagaban para mostrar que Shawn trabajaba a destajo para llevar a cabo las instrucciones postumas de Phate.
El detective había tratado de llamar a Gillette pero la línea no funcionaba. Tenía el horrible presentimiento de que el FBI podía haber empezado el asalto antes, aunque sabía que el procedimiento de los SWAT implicaba silenciar todos los teléfonos donde se localizaba el asalto antes de que entraran los agentes.
Llamó a Tony Mott a la UCC. Les habló a él y a Linda Sánchez sobre la máquina y les dijo que Gillette pensaba que había algo concreto que se podía hacer. Pero el hacker no había tenido tiempo suficiente para decírselo. «¿Alguna idea?»
Lo discutieron. Bishop pensaba que podía tratar de apagar la máquina para suspender la transmisión del código de confirmación desde Shawn hasta Little. Por el contrario, Tony Mott pensaba que en ese caso habría una segunda máquina en algún otro lugar que no sólo enviaría el código de confirmación sino que, habiendo conocido que Shawn había sido apagado, podría estar programada para hacer aún más daño: y causar algo así como una congestión en el ordenador de algún controlador aéreo. Pensaba que era mejor tratar de infiltrarse en Shawn y tomar su directorio raíz.
Bishop no estaba en contra de la tesis de Mott, pero le explicó que allí no había ningún teclado. Y que, además, no tenían más que unos pocos minutos y no había tiempo para descifrar contraseñas y tratar de hacerse con el control de la máquina.
– Voy a apagarla -dijo.
Pero el detective no podía hallar ninguna forma obvia de hacerlo. Mott le dijo que algunos ordenadores no tienen interruptores de encendido y apagado: y que se controlan exclusivamente por medio de software. Buscó un panel de acceso que le permitiera encontrar los cables de corriente bajo las gruesas planchas de madera del suelo, pero no encontró ninguno.
Miró el reloj.
Dos minutos para el asalto. No había tiempo para salir a buscar cajas de empalmes.
Y así, de igual manera a como había hecho seis meses atrás en un callejón de Oakland cuando Tremain Winters lo apuntara a él y a otros dos policías más con una Remington del doce, el detective sacó con calma su arma reglamentaria y disparó tres proyectiles al torso de su adversario.
Pero, al contrario de lo que sucedió con los disparos que acabaron con la vida del jefe de la banda, estas balas cubiertas de cobre se convirtieron en pequeños guisantes que rebotaron contra el suelo. La piel de Shawn no se resintió casi nada.
Bishop se acercó un poco más, se puso de tal manera que las balas no le rebotaran y vació el cargador frente a las tres luces de indicación. Una de las luces verdes se apagó pero no pareció que ese fusilamiento tuviera ningún efecto en la operación que Shawn llevaba a cabo. El vapor seguía saliendo de las aberturas de ventilación, en medio del frío reinante.
– Acabo de descargar un cargador en la máquina -gritó Bishop por el teléfono móvil-. ¿Sigue on-line?
Tuvo que incrustarse el teléfono en la oreja, pues los disparos lo habían dejado medio sordo, para oír al joven policía de la UCC, quien le comunicaba que Shawn seguía funcionando.
«Mierda…»
Cargó el arma y vació otro cargador por las aberturas de ventilación. Esta vez un rebote le alcanzó el dorso de la mano y le marcó un estigma astroso en la piel. Se limpió la sangre en los pantalones y se acercó el teléfono.
– Lo siento, Frank -repitió Mott, sin esperanzas-. Esa máquina sigue viva y coleando.
El policía miró la caja, lleno de frustración. Bueno, si a uno le da por jugar a ser Dios y crear una nueva vida, pensó, es lógico que trate de hacerla invulnerable.
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