¿El Agente Especial al Mando Jaeger? ¿Para qué llamaba ahora?
– Pásamelo -susurró en el pequeño micrófono.
Se oyó un clic.
– Agente Little -la voz no le era familiar-. Soy Frank Bishop. Policía estatal.
– ¿Bishop? -era ese puto poli que lo había llamado antes-. Dígale a Henry Jaeger que se ponga.
– No se encuentra aquí, señor. Mentí. Tenía que ponerme en contacto con usted. No cuelgue. Tiene que hacerme caso.
Bishop era el que pensaban que podría ser uno de los delincuentes dentro de la casa que trataba de distraerlos.
– Bishop… ¿Qué quiere? ¿Sabe en qué líos se va a meter por haberse hecho pasar por un agente del FBI? Voy a colgar.
– ¡No! ¡No lo haga! Pida una reconfirmación.
– No voy a oír más de esa mierda sobre hackers.
Little observó la casa. Todo estaba en calma. En momentos asi la sensación era extraña: exultante, aterradora y aletargante al mismo tiempo. Y, como todos los agentes de operaciones especiales, sentía el desasosiego de pensar que uno de los asesinos tenía los pelos de punta mientras apuntaba a un blanco humano a dos centímetros del antibalas.
– He detenido al asesino que pirateó el sistema y he apagado su ordenador -dijo el policía-. Le garantizo que no recibirá confirmación.
– Ése no es el procedimiento.
– Hágalo de todos modos. Si entra ahí siguiendo un protocolo de asalto cuatro se arrepentirá toda su vida.
Little se detuvo. ¿Cómo conocería Bishop que estaban operando con un protocolo de asalto cuatro? Sólo podía saberlo alguien del equipo o que tuviera acceso al ordenador del FBI.
El agente vio que su segundo, Steadman, le hacía señas apuntando al reloj y a la casa.
– Por favor -la voz de Bishop era de pura desesperación-. He puesto mi trabajo en juego.
El agente vaciló y luego murmuró:
– Claro que lo ha hecho, Bishop -devolvió su arma al hombro y cambió a la frecuencia del equipo de operaciones especiales-. A todos los equipos, continúen en posición. Repito, continúen en posición. Si les disparan autorizo que tomen las represalias pertinentes.
Volvió al puesto de control corriendo. El técnico de comunicaciones lo miró sorprendido:
– ¿Qué sucede?
En la pantalla, Little podía ver el código de confirmación del ataque.
– Confirma de nuevo el código rojo.
– ¿Por qué? No lo necesitamos si…
– ¡Ahora! -sentenció Little. El hombre tecleó.
DE: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA
R: DOJ TAC OP CENTER, WASHINGTON, D.C.
RE: DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA, OPERACIÓN 139-01:
¿CONFIRMAN CÓDIGO ROJO?
Un mensaje:
‹Por favor, espere›
Esos minutos podían dar a los asesinos la oportunidad de prepararse para el asalto o de llenar la casa de explosivos para un suicidio colectivo que se llevaría a una docena de sus hombres.
‹Por favor, espere›
Esto tardaba demasiado.
– Olvídalo -le dijo al técnico de comunicaciones, disponiéndose a salir por la puerta-. Vamos a entrar.
– Espere -dijo el agente-. Aquí pasa algo -señaló la pantalla-: Eche un vistazo.
DE: DOJ TAC OP CENTER, WASHINGTON, D. C.
R: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA
RE:DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA,OPERACIÓN 139-01:
‹NO HAY INFORMACIÓN. POR FAVOR, COMPRUEBE EL NÚMERO DE LA OPERACION›
– El número era correcto. Lo comprobé -dijo el hombre.
– Vuélvelo a enviar -dijo Little.
El agente volvió a teclear y dio a Enter .
La respuesta:
DE: DDJ TAC OP CENTER. WASHINGTON, D. C.
R: FUERZAS ESPECIALES, DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA
RE: DOJ DISTRITO NORTE CALIFORNIA, OPERACIÓN 139-01:
‹NO HAY INFORMACIÓN. POR FAVOR, COMPRUEBE EL NÚMERO DE LA OPERACIÓN›
Little se sacó el verdugo negro y se secó la cara. ¿Qué era esto?
Agarró el teléfono y llamó al agente del FBI que llevaba el territorio cerca de la reserva militar San Pedro, a unos cuarenta y cinco kilómetros de donde se encontraban. El agente le informó de que no tenía conocimiento de que se hubiera producido ningún ataque. Little dejó caer el teléfono y volvió a mirar la pantalla.
Steadman corrió hasta la puerta de la furgoneta.
– ¿Qué demonios sucede, Mark? Estamos esperando demasiado. Si queremos entrar debemos hacerlo ya.
Little seguía mirando la pantalla.
‹NO HAY INFORMRCIÓN. POR FRVOR, COMPRUEBE EL NÚMERO DE LA OPERACIÓN›
– Mark, ¿vamos o no?
El comandante señalaba la casa. En ese momento habían tenido tal demora que sus ocupantes estarían sospechando que pasaba algo, ya que no funcionaban los teléfonos. Los vecinos habrían llamado a la policía local debido a las tropas que había en el vecindario y los escáneres de la policía que tenían los periodistas habrían oído las llamadas. Los helicópteros de la prensa se presentarían en unos minutos y lo trasmitirían en directo por lo que los asesinos podrían presenciarlo todo en pocos minutos.
De pronto se oyó una voz en la radio:
– Jefe uno, equipo Alfa, le habla francotirador tres. Hay un sospechoso en la entrada. Varón blanco, veintitantos años. Manos alzadas. Tengo blanco mortal. ¿Disparo?
– ¿Tiene armas? ¿Explosivos?
– Nada que sea visible.
– ¿Qué hace?
– Camina lentamente. Se ha dado la vuelta para enseñarnos la espalda. No se ven armas. Pero puede llevar algo bajo la camisa. Pierdo el blanco en diez segundos por las hojas de los árboles. Francotirador dos, apunta al objetivo en cuanto pase el arbusto.
– Roger -dijo otra voz.
– Lleva un artefacto encima, Mark -dijo Steadman-. Todos los informes decían lo mismo: que tratarían de llevarse a tantos de nosotros como les sea posible. Ese tipo activará la carga y el resto saldrá del fondo disparando.
‹NO HAY INFORMRCIÓN. POR FRVOR, COMPRUEBE EL NÚMERO DE LA OPERACIÓN›
– Jefe del equipo Bravo número dos, ordene al sospechoso que se tire al suelo.-dijo Mark Little por el micrófono-. Francotirador dos, si el sujeto no besa el suelo en cinco segundos, dispare.
– Sí, señor.
Un segundo después oían por el altavoz:
– ¡Le habla el FBI! Tírese al suelo boca abajo y extienda los brazos. ¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora!
NO HAY INFORMACIÓN…
El agente llamó:
– Está en el suelo, señor. ¿Lo cacheamos y lo arrestamos?
Little pensó en su mujer y en sus dos hijos y dijo:
– No, yo mismo lo haré -agarró el micrófono-: A todos los equipos, retírense. -Se volvió hacia el técnico de comunicaciones-: Ponme con el subdirector en Washington -señaló con el dedo los mensajes conflictivos: los que daban el visto bueno y los de «No hay información» que estaban en la pantalla-. E infórmame con total exactitud de cómo ha pasado esto.
Capítulo 00101110 / Cuarenta y seis
Mientras yacía sobre la hierba y olía a suciedad, a lluvia y a un apagado aroma a lilas, Wyatt Gillette observó con ojos parpadeantes las luces que lo enfocaban. Vio cómo se le acercaba un joven agente impetuoso y afilado que le apuntaba a la cabeza con un arma muy grande.
El agente lo esposó y lo cacheó, para relajarse solamente cuando Gillette le pidió que contactara a un policía estatal llamado Bishop, quien podía confirmar que el sistema informático del FBI había sido pirateado y que la gente que estaba dentro de la casa no era sospechosa del caso MARINKILL.
Entonces el agente ordenó a la familia de Elana que saliera de la casa. Ella, su madre y su hermano salieron muy lentamente con los brazos en alto. Los esposaron y los cachearon y, aunque no se les trató de forma ruda, se les veía en los rostros desolados que sufrían tanto por la indignidad y el terror de la situación como si les hubieran infligido algún tipo de castigo físico.
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