Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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Notifíquese que no se emprendan más acciones con respecto a Martin Rogerson.

Asunto: Edward Townsend

· Ordenadores en proceso de registro. Tiempo estimado de investigación: 2-3 semanas.

· Niega haber filmado a Laura Biddulph/FrannyGough/mujeres/menores con fines pornográficos.

· Niega cualquier vinculación con la difusión de pornografía por internet.

· Niega haber secuestrado a Amy con fines de extorsión/chantaje/rescate.

Prosiguen los interrogatorios.

Inspector Jefe Tyler

Capítulo 31

Lunes, 30 de julio de 2001

Transcurrieron veinticuatro horas antes de que la policía pudiera confirmar la verdadera identidad del hombre linchado -cabo Arthur Miller, veterano de la Segunda Guerra Mundial y viudo-, pero por sorprendente que parezca la prensa tardó en hacerse eco de dicha información. En las horas siguientes al Sábado Sangriento se apresuraron a dar cuenta de los acontecimientos, y tomaron la negativa oficial a dar a conocer un nombre como corroboración de lo que se rumoreaba en las calles de Acid Row. La víctima era un pederasta.

Sin embargo, incluso los directores de los periódicos sensacionalistas se mostraron reacios a publicar las ediciones del lunes con el titular ajusticiado un soldado tomado por un pervertido sexual, por temor a que se considerara que aprobaban el linchamiento como método de actuación contra los desviados. La mayoría se decantó por otros más anodinos, como «Tragedia de un antiguo soldado» o «Víctima mortal de un asesinato aleatorio».

Los editorialistas se lanzaron a escribir en cuanto el Ministerio del Interior británico confirmó que se había realojado de manera anónima en Humbert Street a un delincuente sexual fichado para evitar la vigilancia parapolicial. Se emitió un mandamiento judicial para impedir que se revelara su nombre en interés de la seguridad pública, pero sobre los detalles de su condena no pesaba tal restricción, pues el Ministerio del Interior deseaba recalcar que la policía local había obrado debidamente al afirmar que no era peligroso.

Varios sectores de la prensa esgrimieron este hecho como prueba de que, si le hubieran «desenmascarado» en virtud de lo que estipulaba la ley de Megan estadounidense, los sucesos del llamado Sábado Sangriento no habrían tenido lugar. Fue la reserva que lo rodeaba lo que había provocado el amotinamiento de la multitud. De haberse hecho público su nombre y la naturaleza de su delito, los habitantes de Acid Row habrían sabido que era poco probable que un hombre reservado, condenado por delitos menores contra muchachos de dieciséis y diecisiete años, representara una amenaza para sus hijos pequeños.

Otros argumentaban con tono enérgico que revelar la identidad o dirección de un pedófilo significaba exponerse a la clase de odio observado en los incidentes del Sábado Sangriento. El individuo en cuestión ya había sido víctima de un acoso constante hasta verse obligado a abandonar la urbanización donde residía, pese a que los detalles de su condena se habían anotado junto a su fotografía. El problema era la palabra «pederastía». Para la mentalidad de la mayoría de la gente dicho término era sinónimo de depravación, y muy pocos estaban dispuestos a distinguir entre hombres inadaptados que solo buscaban mantener contacto con un menor, y psicópatas que llegaban a herir y matar a niños por placer.

Los políticos trataron de evitar el asunto echando la culpa de los disturbios a la cultura actual de la droga.

Por el contrario, la respuesta -«democrática»- de la opinión pública fue inequívoca. Cuando se supo que un viejo soldado turbado había sido brutalmente asesinado al ser confundido con un pervertido, acudió gente de todas partes para cubrir las entradas de Acid Row con un manto de flores.

Pero durante las veinticuatro horas en que creyeron que se trataba de una bestia sexual nadie depositó ni una sola flor.

MARTES, 2 DE OCTUBRE DE 2001

(dos meses más tarde)

Capítulo 32

Martes, 2 de octubre de 2001.

Urbanización Bassindale

Eileen Hinkley dijo que Jimmy estaba montando un numerito cuando este sacó de una bolsa de plástico una manta de viaje de vivos colores, le cubrió las rodillas y la remetió por los lados de la silla de ruedas.

– Es un regalo -dijo él, antes de desaparecer en el dormitorio de la anciana y mirar dentro de los armarios.

– Si buscas algo que robar pierdes el tiempo -le advirtió ella a voces con tono alegre-. La única cosa de valor que poseo es mi anillo de pedida… y tendrás que rebanarme el dedo para quitármelo.

Jimmy volvió al salón con una colección de sombreros en las manos.

– Ya lo sé -repuso-. Me di cuenta la primera vez que la vi. -Sostuvo en alto una boina-. ¿Qué le parece este? ¿No? Este otro. -Desechó los demás dejándolos en el sofá y colocó un sombrero de fieltro marrón sobre el cabello cano y lacio de la anciana ladeándolo con un aire desenfadado-. Perfecto.

– ¿Por qué tengo que llevar sombrero? -inquirió Eileen con recelo, mientras Jimmy hacía girar la silla de ruedas para empujarla después en dirección a la puerta de entrada.

– Fuera hace frío.

Habían limpiado y pintado el ascensor desde que la agente Hanson había manchado de sangre el suelo del mismo. Uno seguía sin saber cómo se lo encontraría, y los jóvenes del lugar continuaban utilizándolo como retrete los fines de semana, pero los vecinos del bloque habían elaborado una lista de turnos de limpieza y el ascensor olía con más frecuencia a desinfectante que a orina. También se observaban otros pequeños cambios. Alguien había importado unas macetas al vestíbulo, y las colillas solían barrerse con regularidad. No tardarían en empezar a verse alfombrillas y cortinas, pensaba a menudo Jimmy.

El joven empujó la silla a través del portal para sacar a Eileen a aquella borrascosa tarde de octubre.

– ¿Adónde vamos? -preguntó ella sujetándose el sombrero.

– No muy lejos.

La anciana se remetió la manta bajo los muslos.

– ¿Te he dicho que Wendy Hanson vino a verme el otro día?

– ¿La policía?

– Sí. Va a volver a la universidad para formarse como maestra de parvulario. Dice que cree que se llevará mejor con los menores de cinco años.

– ¿Y será así o qué?

La anciana soltó una risita.

– Me imagino que no. Se morirá de miedo en cuanto empiecen a pelearse. Ha visto demasiadas películas. Tiene la idea de que los niños pequeños son angelitos y que la corrupción no empieza a darse hasta el instituto.

– ¿Sigue yendo a ver al viejo que le pegó?

Eileen hizo un gesto de desaprobación.

– Es una masoquista… dice que es un enfermo de Alzheimer en toda regla… que ni siquiera la reconoce… pero siente que tiene el deber para con él de pasar una hora a la semana en el hogar de ancianos. ¿Alguna vez has oído semejante estupidez? El viejo casi la mata, y ella cree que tuvo la culpa por alterarlo. Tendría que haberse hecho monja. El martirio y la santidad le llaman.

Jimmy esbozó una sonrisa burlona.

– Ya la han timado bien. Corre el rumor de que el abogado del viejo lo internó en un hospital psiquiátrico para evitar que lo llevara a juicio. Vamos, que si de verdad hubiera tenido Alzheimer, no habría podido meterla en el ascensor y pegar el letrero de averiado en la puerta. Es de cajón.

Pasaron por delante del economato, también pintado de nuevo y reformado. Habían plantado árboles jóvenes en la nueva zona peatonal que habían creado delante y abierto más tiendas -subvencionadas con dinero público-, lo que confería a la zona un aire de prosperidad social inconcebible hasta entonces. Eileen comentó lo bonito que empezaba a verse el lugar antes de ladear la cabeza al oír el sonido de máquinas excavadoras a lo lejos.

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