Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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– ¿Qué cariño? ¿Qué le hace pensar que Martin se echaría atrás por un vídeo? Todo el mundo sabe que Amy le importa un bledo.

– Por eso usted no deja de decirlo -murmuró el inspector-, y si lo repite lo suficiente hasta puede que convenza a un jurado. Pero con Laura no funcionará. Nadie creerá que ella no quiere a su hija. -Apuntó al hombre con un dedo-. Por eso voy a perseguirle. Por hacer creer a una niña ya de por sí insegura que su madre no la quiere. He hablado con esa mujer largo y tendido… le he sacado sus pequeños secretos… la he visto sufrir… la he oído culparse. Y le juro por Dios que no he disfrutado del espectáculo. Laura sabe que es imperfecta… sabe que a Amy le gustaría que fuera distinta… pero eso no da derecho a un gilipollas como usted a manipular los sentimientos de su hija.

Capítulo 30

Sábado, 28 de julio de 2001.

Interior del nº 23 de Humbert Street

Sophie se arrodilló junto al cuerpo tendido boca abajo de Jimmy. Le habían cercenado el tercio superior de una oreja, pero estaba vivo. Yacía con medio cuerpo dentro de la cocina, farfullaba para sí con la cara pegada al suelo y un hilillo de baba le salía de la boca. En el piso de abajo no había nadie. La puerta del cuarto trasero se encontraba abierta, pero el único ruido que se oía en el interior de la casa parecía proceder del piso de arriba. Risas y voces cantando.

Sophie alcanzó a entender algunas palabras: «… we are the champions… we are the champions… we are the champions of the world…»

Unas pisadas resonaban en el suelo como si se tratara de un desfile militar. ¿Estarían celebrando algo? ¿O bajando por la escalera? Lo ignoraba. Giró el cuerpo de Jimmy y le dio un manotazo en la cara.

– ¡Levántate, imbécil! -le gritó tan alto como se atrevió en la oreja que le sangraba-. ¡Soy Sophie! Mel necesita ayuda.

Jimmy abrió los ojos y ella le abofeteó de nuevo.

– Márchese -masculló el hombre-. Estoy cansado.

Esta vez Sophie lo agarró por los hombros y lo zarandeó.

– Mel está en apuros -dijo con urgencia-. Necesito que vengas conmigo. Hay gente arriba. ¿Entiendes?

El movimiento hizo que a Jimmy le doliera la cabeza, y se llevó la palma de una mano a la oreja cercenada.

– ¡Oh, mierda! ¡Me cago en Dios!

– ¡Despierta de una vez! -exclamó Sophie dándole otra bofetada-. ¡Estoy harta de que los hombres pierdan el conocimiento delante de mí!

Jimmy se incorporó de golpe, mientras volvían a su memoria los recuerdos… Wesley… el machete… el soldado. Miró alrededor.

– ¿Dónde está Wesley?

– Arriba -respondió Sophie. Le cogió de la mano y le instó a ponerse en pie-. Tenemos que irnos.

– ¿Y el viejo?

– A salvo -contestó ella pensando que se refería a Franek-. Vamos… vamos. -Le azuzó para que recorriera el pasillo en dirección a la puerta de entrada-. Harry ha dicho que Mel ha caído arrollada por la gente. Tenemos que sacarla de ahí. Me preocupa el bebé. Tendrás que llevarla a cuestas.

Sophie tuvo un terrible presagio al tender la mano para quitar el pestillo, pues le hizo recordar la última vez que había estado junto a aquella puerta, cuando podría haber salido pero no lo hizo porque el hijo de un paciente dijo gracias y ella se detuvo para dedicarle una sonrisa. Se volvió acongojada hacia Jimmy

– Tengo miedo -confesó.

– Ya -dijo él-, yo también. -La cogió del brazo y tiró de ella para que se pusiera a su espalda-. Tengo un mal presentimiento -masculló-. Está todo más silencioso que en un puto velatorio.

Sophie se aferró a la chaqueta de Jimmy.

– ¿Qué deberíamos hacer?

Jimmy respiró hondo e hizo girar el pestillo.

– Prepárese para correr -le advirtió al tiempo que procedía a abrir la puerta.

Centro de mando. Filmación desde el helicóptero de la policía

La policía pudo calcular al segundo cuánto tiempo tardó la brutalidad del linchamiento en transformar la risa en conmoción. Casi todos los rostros miraban hacia arriba, a la ventana desde la que Wesley se pavoneaba exhibiendo su presa. Un anciano con los pantalones cortos caídos por los tobillos, con un reguero de sangre corriéndole por las piernas y una soga al cuello. La expresión de sus caras hablaba por sí misma. Caras de entusiasmo. De diversión. ¿Acaso entendían lo que ocurría? ¿Lo aprobaban? ¿Es que el cine les había hecho inmunes a la realidad?

¿Quién sabía?

El paso a la conmoción fue igualmente intenso. Tal vez pensaran que se trataba de un maniquí que Wesley había lanzado como si tal cosa por la ventana para hacerlo bailar de una cuerda, porque una oleada de risas recorrió sus rostros. Poco después las risas se tornaron en desconcierto. Algunos siguieron viendo cómo Wesley se pavoneaba, pero la mayoría apartó la mirada. Se produjo una embestida espontánea desde el centro hacia fuera. Una chica cayó de rodillas y se puso a vomitar en la acera. En la periferia del tumulto, la gente empezó a dispersarse en dirección a las vías de salida.

La gente no tuvo la culpa. Ellos no habían pedido al chico negro que se comportara como un maníaco. Lo que había hecho estaba muy mal, pero ¡qué coño… no era más que un jodido pederasta!

Exterior del nº 23 de Humbert Street

Gaynor alzó la cara empapada en sudor para mirar a Jimmy, pero no cesó en su empeñó por reanimar a Colin, bombeándole el corazón con los brazos rectos.

– Uno… dos… tres… cuatro… cinco… -Se inclinó para insuflarle aire por la boca-. Creemos que Mel está viva… tres… cuatro… cinco… -Otra respiración-. Ayudadnos, por favor… tres… cuatro… cinco.

Sophie se arrodilló junto a la mujer negra que sostenía la muñeca de Melanie entre los dedos.

– La hemos recuperado -dijo la señora mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas-. ¿Ve? Es como en Urgencias. Respira. Tiene pulso. Eso es que está bien, ¿verdad?

Sophie puso los dedos sobre el cuello de la joven.

– Sí -respondió-. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! Gracias. Gracias. -Volvió la cara surcada de lágrimas hacia Jimmy-. Habla con ella, cielo. Dile lo mucho que la quieres. Cuanto antes hagas que vuelva en sí, mejor. Haz que te escuche. Es tu voz la que oye siempre, Jimmy. La de nadie más. Nunca se cansa de decirme lo mucho que te quiere.

Jimmy se hincó de rodillas y puso una mano sobre el rostro de su mujer.

– Ayude a Gaynor -indicó a Sophie-. Col también es su hijo.

Pero Colin estaba muerto.

LUNES, 30 DE JULIO DE 2001

INFORME

De: Inspector Jefe Tyler

Para: Comisario Hamilton

Fecha: 30/07/01

Asunto: Cargos en relación con el secuestro de Amy Biddulph/ Rogerson

Señor:

La información actualizada es la siguiente:

· No existen pruebas de incesto contra Martin Rogerson. Tanto Laura como Amy niegan que semejante relación íntima tuviera lugar. Laura ha confirmado el interés del hombre por la pornografía blanda.

· Rogerson reconoce que si Townsend le hubiera amenazado con enviar cintas de su hija «posando ante la cámara» a sus compañeros y clientes puede que «se hubiera mostrado más flexible» a la hora de postergar el fracaso de Townsend. «Un hombre de mi posición no puede permitirse el lujo de protagonizar un escándalo». Curiosamente, la idea de ver las imágenes expuestas en internet le preocupaba menos. «Nadie sabría de quién se trataba».

· Rogerson reconoce estar disgustado y enfadado por lo que Townsend animaba a hacer a Laura ante la cámara. «Estaba celoso. Nunca hizo eso para mí». Laura admite haberle dado las cintas. «Quería herirle».

· Parece claro que Rogerson siempre ha estado más interesado por su esposa que por su hija.

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