Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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– Creemos que el señor Townsend podría estar relacionado con la desaparición de Amy.

– Eso es imposible -negó Rogerson con rotundidad.

– ¿Por qué?

– Lleva fuera del país desde el martes.

Tyler lanzó una mirada al móvil.

– ¿Acaso acaba de hablar con él? ¿Estará él en esa reunión que tendrá lugar dentro de dos horas?

Rogerson negó con la cabeza.

– No estoy dispuesto a hablar de los negocios de mi cliente, inspector, no sin la presencia de la autoridad apropiada.

– ¿Así que la reunión tiene que ver con los negocios del señor Townsend?

El abogado cruzó los brazos sin decir nada. Tyler lo observó un instante.

– ¿Se encargó usted de los dos divorcios del señor Townsend?

– ¿Qué importancia tiene eso?

– Solo se lo pregunto para confirmar que actuó usted en representación suya, señor.

Rogerson no contestó.

– Está bien. -El inspector jefe se puso en pie-. A falta de Townsend, la única persona que puede confirmar dicho dato es su primera esposa, pero me temo que eso implicará otra larga espera mientras intento ponerme en contacto con ella.

Rogerson le hizo señas con impaciencia para que tomara asiento.

– Sí, yo lo representé. Eso es todo lo que estoy dispuesto a decir. Si tiene más preguntas relacionadas con mi cliente, deberá hacérselas directamente a él.

– Así lo haremos en cuanto lo localicemos -repuso Tyler, que volvió a ocupar su asiento-. ¿Sabe dónde está, señor Rogerson?

– No.

– ¿Tiene algún número que podamos llamar para ponernos en contacto con él?

El hombre se humedeció los labios.

– No. En el único número que tengo no contestan.

Tyler se preguntó si estaría mintiendo, pero decidió no continuar de momento por aquel camino.

– Las preguntas están relacionadas con usted, señor Rogerson, y con lo que usted sabía sobre su cliente. Edward Townsend grabó una serie de vídeos sumamente cuestionables de sus hijastras que llevaron al menos a una de sus esposas a sospechar que era un pederasta. Como abogado suyo, usted conocía la existencia de dichas cintas. ¿Le importaría explicarme por qué, en tales circunstancias, permitió que su hija viviera con él?

Esta vez Rogerson había perdido la calma. Se tomó su tiempo para contestar.

– No voy a hacer ningún comentario al respecto, simplemente diré que su versión de los hechos es tan cuestionable como usted afirma que eran esos presuntos vídeos.

– Entonces ¿por qué -prosiguió Tyler, implacable- insistió usted en que la niña volviera a su cuidado cuando Townsend se cansara de ella, en el supuesto de que así ocurriera? -Tyler vio cómo las facciones del otro hombre se suavizaban-. ¿Acaso la tenía Townsend de prestado, señor Rogerson?

El abogado cogió el móvil y se lo guardó en el bolsillo de la americana.

– Usted no tiene razón alguna para plantearme este tipo de preguntas, inspector, y yo no tengo intención de responder. Le aconsejo que establezca primero una serie de hechos antes de intentarlo de nuevo por ese camino.

– Creo que tengo razones poderosas -repuso Tyler con suavidad-. Lo bastante poderosas de hecho para detenerle, en caso de que intentara escapar. -Ahora le tocaba contraatacar-. Su cliente, Edward Townsend, abandonó Mallorca ayer a las seis de la mañana, y un coche similar al suyo fue visto en Portisfield siete horas después con una niña que concordaba con la descripción de Amy en el asiento del pasajero. ¿Le importaría hacer algún comentario al respecto?

El hombre abrió la boca un momento, pero fuera lo que fuese lo que pensaba decir se lo guardó para sí. Rogerson parecía impresionado, incluso para la mirada inclemente de Tyler.

– Townsend tiene un interés sumamente morboso por las chicas jóvenes… sobre todo por su hija. Pensamos que usted lo sabía antes de que Amy fuera a vivir con él. Sus inclinaciones lo llevan a filmar vídeos de preadolescentes desnudas. Dispone de varias direcciones de correo electrónico (todas ellas codificadas), y solo permite el acceso a la dirección de sus negocios legales. Esta semana, se encontraba en Mallorca filmando a una doble de Amy, y alguien llamado Martin le telefoneó el jueves. La conversación fue tan confidencial que la joven no logró oír nada, pero tras la llamada Townsend regresó a Inglaterra. ¿Le importaría explicarme lo que le dijo a Townsend, señor Rogerson? En especial, todo lo relacionado con Amy

Rogerson se quedó un momento pensativo.

– Esto es ridículo. Va tras una pista totalmente equivocada. Aun en el caso de que yo fuera ese Martin del que habla usted, ¿cómo iba a decir nada de mi hija si llevo meses sin verla?

– ¿Niega haber telefoneado a Edward Townsend a Mallorca?

– Niego rotundamente estar relacionado de algún modo con la desaparición de mi hija.

Tyler tomó nota de la respuesta, propia de un político.

– No trate de jugar conmigo, señor Rogerson -le advirtió con dureza-. Estamos hablando de la vida de una niña… de la vida de su propia hija, para ser más exactos. ¿Ha hablado con Townsend en las últimas veinticuatro horas, ya sea en persona o por teléfono?

El hombre tardó unos segundos en contestar.

– He intentado ponerme en contacto con él -respondió-, pero tiene el móvil apagado o sin batería. -Interpretó acertadamente la expresión del otro hombre-. No tenía, ni tengo razón alguna para creer que Amy esté con él -aseguró con firmeza-. Deseaba hablar de negocios con él.

A Tyler no le resultaba tan fácil interpretar la expresión de Rogerson. ¿Sería aquella otra respuesta evasiva, cuando habría valido con un simple «No»?

– ¿Qué negocio?

– Que yo sepa, solo tiene uno. Etstone, su empresa constructora.

– Creemos que podría tener negocios en internet. ¿Sabe algo de ellos?

Rogerson frunció el ceño.

– No.

– ¿Sabía usted que regresó a Inglaterra ayer por la mañana?

– No.

– ¿Cuándo esperaba que volviera?

Un ligero titubeo.

– No creo que me comentara la fecha de su regreso.

Eso era mentira, pensó Tyler.

– A nosotros nos consta que había reservado un vuelo de vuelta para el próximo sábado.

El hombre apartó la mirada.

– Eso no lo sabía.

Tyler cambió de táctica repentinamente.

– Amy realizó una serie de llamadas a cobro revertido hace dos semanas a alguien a quien llamaba «Em». ¿Se trataba de usted, señor Rogerson?

– No.

– ¿Sabe de quién podría tratarse?

– Ni idea. Como ya he dicho en varias ocasiones, llevo meses sin verla y sin hablar con ella.

– Su esposa ha conjeturado que se refería a «Ed», porque su hija se come las des al hablar. ¿Se dio cuenta de si Amy hacía eso cuando vivía con usted?

– No.

– ¿Qué quiere decir?, ¿que no se fijó o que no lo hacía? -preguntó Tyler.

– Ambas cosas. Por exigencias de mi trabajo la encontraba en la cama cuando llegaba a casa, pero de haberla oído hacer eso la habría corregido.

– ¿Estaba unido a su hija, señor Rogerson?

– No mucho. Era la niña de mamá.

Tyler asintió, como si la afirmación le pareciera razonable.

– ¿Y por qué amenazaba con llevársela? -inquirió-. ¿Por qué amedrentó a Laura con una batalla por la custodia?

Rogerson respiró hondo por la nariz.

– Ya he contestado a esa pregunta dos veces… una vez anoche y otra antes de la rueda de prensa.

– Contéstela una vez más, por favor.

Rogerson echó de nuevo un vistazo al reloj conteniendo a duras penas su irritación.

– El acuerdo al que llegamos Laura y yo establecía que en retribución a la falta de trabas por mi parte ante el modo en que se llevó a Amy el pasado mes de septiembre ella se comprometía, en caso de que las circunstancias cambiaran, a aceptar que el tema de la custodia se resolviera en los tribunales… dando prioridad a los deseos de Amy. Me pareció razonable y responsable que la niña tuviera la oportunidad de pronunciarse al respecto.

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