Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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– Entonces le recomiendo que hable con Laura. Como ya ha determinado con gran acierto en los últimos diez minutos, mi contacto con Amy ha sido insignificante desde que nació. -Rogerson apoyó la palma de las manos en la mesa, preparándose para levantarse.

Tyler clavó un dedo en la mesa.

– Quédese donde está -le ordenó con tono tajante-. Aún no he terminado con usted.

Rogerson desoyó su orden.

– Ya lo creo que ha terminado -replicó, y se puso en pie de golpe-, a menos que pueda presentar pruebas de todo lo que ha mencionado. -Y dicho esto, se dispuso a marcharse.

Tyler se levantó del asiento.

– Deténgase, por favor, señor Rogerson. Voy a arrestarle por conspiración e incitación a cometer actos deshonestos con menores. Tiene derecho a permanecer callado pero cualquier cosa que omita…

El abogado se volvió hacia él, con una expresión desagradable en el rostro.

– Es usted quien debería detenerse -replicó moviendo de nuevo el dedo como un garrote-. Insisto en que dichos cargos se expliquen debidamente antes de que se atreva a tomar semejante medida.

– … en un interrogatorio podrá usarse en su contra ante un tribunal. Todo lo que diga podrá ser presentado como prueba. -Tyler lo intimidó de nuevo con la mirada-. Como resultado de su detención, la policía podrá ejercer su derecho a registrar todas las propiedades que ocupe y los bienes sobre los que tenga control… incluyendo los documentos personales y el disco duro de su ordenador. ¿Ha entendido lo que le he dicho?

El rostro del hombre carecía de expresión, salvo por un tic que provocaba el parpadeo incontrolable del párpado izquierdo. Rogerson optó por guardar silencio. Tyler esbozó una leve sonrisa al tiempo que tendía la mano.

– Su móvil, por favor.

Nº 9 de Humbert Street

Jimmy escuchaba cada vez más consternado lo que Harry Bonfield estaba instándole a hacer. De hecho, se trataba de entrar en el número 23 por la puerta trasera y negociar la liberación de Sophie. Ya fuera por sus propios medios o bien haciéndose con el móvil de Sophie para que se iniciara un diálogo entre los Hollis, Harry Bonfield y la policía.

– ¿Sigue ahí? -preguntó Harry al ver que Jimmy no decía nada.

– Sí, sí, estoy pensando. -Otra pausa-. Vale, así es como yo lo veo. Tienen a un psicópata y a un pervertido cagados de miedo porque la mitad de la urbanización está a las puertas de su casa, y lo único que puede impedir que acaben hechos picadillo es esa doctora que han tomado como rehén. Si los tipos no han hecho lo más sensato, que sería utilizarla como portavoz, es porque tienen pensado sacarla por delante y ponerle un cuchillo en el cuello si alguien entra de sopetón en la casa. Además, puede que ya la hayan violado, ya sea porque son tan degenerados que no pueden controlarse, o porque cuanto más asustada esté, menos posibilidades habrá de que intente ponerse a salvo cuando se vean acorralados. ¿Qué le parece el resumen?

– Muy acertado, diría yo.

– Bien, ¿y en qué cambia la cosa si entro yo? No veo qué diferencia puede haber en que entre un tío o mil. Los Hollis van a ponerse nerviosos igualmente, y la señora va a acabar con el cuchillo en el cuello de todas todas. Yo no tengo ni puta idea de cómo va toda esta mierda, doctor. Si la cago, pueden cargarse a su amiga. ¿Está seguro de que no sería mejor esperar a la pasma?

Volvió a oírse una conversación de fondo.

– Ken Hewitt dice que la policía antidisturbios ha recibido órdenes de abstenerse de asaltar las barricadas para evitar que se prenda fuego a las casas situadas junto a las vías de entrada. Hay dos brigadas rodeando los campos colindantes al muro que cerca la parte trasera de la urbanización, pero calculan que necesitarán una hora más para formar una unidad lo bastante numerosa para llevar a cabo un ataque eficaz. Usted es nuestra mejor baza, Jimmy. -Harry hizo una pausa-. Usted es nuestra única baza. No quiero presionarle más de lo que ya lo he hecho, pero desde el helicóptero nos acaba de llegar la información de que algunos jóvenes congregados en Humbert Street han empezado a lanzar cócteles molotov a la casa de los Hollis. De momento, se han visto frenados por un pequeño cordón de gente que intenta proteger la casa, pero no parece que vayan a poder resistir demasiado.

– ¿Quién forma ese cordón?

– Mujeres, en su mayoría. -Harry dejó de hablar para prestar atención a Ken Hewitt-. Las encabeza una chica embarazada, alta y rubia.

– ¡Mierda!

– ¿Esa es su Melanie?

– Eso parece.

– Entonces debería ir en su ayuda -propuso Harry de inmediato-. Es lo que esperaría Sophie… y yo también.

Jimmy no dijo nada.

– Creo que se ha ido -anunció la voz de Harry al otro lado de la línea.

– ¡Hostia, doctor, no me agobie! Estoy pensando. ¿No tengo derecho o qué? -Jimmy no esperaba una respuesta, así que no dio tiempo a contestar a su interlocutor-. Bien, esto es lo que voy a hacer. Olvídese de las negociaciones. En vez de eso les voy a hacer una propuesta a esos cabrones que no van a poder rechazar. ¿Cree que Sophie tendrá cojones para venir conmigo si les ofrezco protegerlos y sacarlos de la urbanización? Mire, me parece que los ánimos se calmarían antes si la gente lograra entrar en la casa y la encontrara vacía. Lo único que harán en tal caso es destrozarla.

– ¿Cómo los sacará de la urbanización?

– Yendo al encuentro de los polis que vienen por detrás. -Jimmy tomó aire, tembloroso, lo que indicó cuan asustado estaba a los que le escuchaban al otro lado de la línea-. Será más seguro moverse por la urbanización que intentar dar la vuelta por las barricadas. Toda la acción está concentrada arriba, hacia la carretera principal, y no habrá mucha gente que conozca el careto de estos cabrones. Pareceremos simplemente tres tipos y una chica de camino a casa. ¿Qué le parece?

Sonaba raro, incluso a sus oídos, pero Harry se limitó a decir:

– Es mejor que cualquier cosa que se nos haya podido ocurrir a nosotros. Buena suerte.

Jimmy devolvió él teléfono a la señora Carthew y echó a correr escalera abajo en dirección al jardín.

Jefatura de Policía de Hampshire

– El tipo guarda los números por las iniciales -señaló el sargento de Tyler mientras recorría el menú del móvil de Rogerson, apuntando rápidamente letras y cifras-. Será mejor que esté en lo cierto en cuanto a él, jefe. Como se equivoque, nos sacará hasta el último penique y a usted le harán tomarse unas vacaciones.

– No me equivoco -afirmó Tyler mirando por encima del hombro-. No viste la cara que puso cuando le dije que nos incautaríamos del disco duro de su ordenador. Se ha descargado algo de lo que se avergüenza y sabe que lo vamos a encontrar.

– Aquí está, ET. Parece este. -Gary Butler anotó los números en el bloc y lo hizo girar de cara a su jefe-. ¿Qué piensa hacer con esto?

– Probar suerte -respondió Tyler estirando el brazo para coger el teléfono-. De todos modos, si Rogerson decía la verdad, Townsend no va a contestar. -Tyler dejó caer la mano-. Pensándolo bien -añadió-, llamaré desde el móvil de Rogerson. Puede que el muy cabrón esté más comunicativo si le aparece el número de su abogado.

– Como no le diga quién es usted se cargará el caso, jefe.

– No tenemos caso -puntualizó Tyler con tono grave.

Interior del nº 23 de Humbert Street

El intento de Colin de verter agua por la rendija del buzón desde el interior de la casa no sirvió de nada. La parte superior de la tetera topó con la puerta al inclinarla y la mayor parte del líquido se derramó dentro. Colin echó un vistazo por el hueco del buzón, quemándose los dedos con la ranura metálica, y vio con preocupación que el calor había obligado a Melanie y el pequeño cordón de mujeres a apartarse de la vivienda para avanzar hacia sus torturadores.

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