Volvió corriendo a la cocina y abrió con ímpetu los armarios de la parte inferior, en busca de un cubo o cualquier otro recipiente que pudiera contener una cantidad de agua considerable. Bajo el fregadero encontró un cubo metálico que colocó debajo de los grifos abiertos mientras seguía buscando. Un cuenco para mezclar. Un envase de plástico grande. Sustituyó el cubo rebosante con los recipientes encontrados y recorrió el pasillo a duras penas cargado con los nueve litros de agua.
Había llegado a la conclusión de que lo único que se podía hacer era abrir la puerta y vaciar el cubo directamente sobre las llamas. Sin embargo, al ir a descorrer el pestillo le temblaron las manos porque sabía que aquello supondría una irresistible invitación para que Wesley Barber cargara contra la casa o, aún peor, arrojara un cóctel molotov.
Siendo Colin el objetivo…
Informe del servicio de ambulancias
Nº de ambulancia: 512
Fecha: 28/07/01
Hora de recogida: 15.55
Asistentes: K. Parry, V. Singh
Información sobre el paciente (facilitada por Andrew Fallon, amigo)
Nombre: Kevin Charteris
Dirección: Bassindale Row, 206 Bassindale
Edad: 15
Familiar cercano: Madre, señora M. Charteris, Bassindale Row, 206
(ilocalizable cuando los sanitarios trataron de comunicarse con ella
por teléfono)
Estado: Paciente trasladado hasta la ambulancia situada al otro lado de la
barricada
Ingresó cadáver
Intento fallido de reanimación
Aproximadamente un 75 % de quemaduras (de segundo y tercer
grado)en la cabeza y el cuerpo
Muerte debida a shock; tiempo aproximado: 10 min antes de su
ingreso
Destino: Hospital General de Southampton
Sábado, 28 de julio de 2001.
Jefatura de Policía de Hampshire
Contestaron al teléfono antes de que sonara por segunda vez.
– ¿Qué quieres, Martin?
Se trataba de una voz de hombre, y al oír el sonido de un motor y de tráfico de fondo Tyler dedujo que estaba en su coche, empleando casi con toda seguridad un aparato de manos libres. El volumen fluctuante y los cortes intermitentes indicaban que la señal no llegaba con claridad. Tyler poseía bastantes dotes de imitador y el tono grave y cortante de Rogerson no resultaba difícil de remedar en frases breves.
– ¿Dónde estás? -preguntó.
– En Inglaterra. A una hora más o menos… Ya le puedes dar las gracias a John Finch… dime qué era… el viento… -Tenía acento de Londres y se le notaba enfadado. Las ondas de radio acentuaban las vocales mascadas, que sonaban afiladas por el tono airado con el que hablaba.
Tyler tapó el micrófono con la mano y lo levantó un poco.
– … Amy.
– La señal es mala. No te… bien. ¿Qué pasa con ella?
– La policía me… preguntas.
De repente se oyó un torrente de palabras al otro lado de la línea.
– Ya, bueno, siento lo de la cría, pero eso no cambia las cosas. Como no estés en el Hilton dentro de una hora te sacaré las tripas. -La comunicación se cortó de forma repentina. Tyler apagó el móvil y se lo pasó a su sargento.
– ¿Y bien? -inquirió el otro hombre.
El inspector jefe se apretó el caballete de la nariz con el pulgar y el índice.
– Si se trataba de Townsend, iba de camino al Hilton de Southampton. Y estaba cabreadísimo.
– ¿Por qué?
– Vete a saber -respondió Tyler.
– ¿Cree que tiene a Amy?
Tyler se pasó una mano cansada por la cara.
– No daba esa sensación.
Jardines traseros de Humbert Street
No había nada que Jimmy pudiera decir al soldado salvo pedirle que siguiera custodiando la valla y detuviera a todo aquel que intentara pasar tras él. Vio una mirada de recelo en los ojos del anciano, como si pensara que lo que pretendía Jimmy era salvar el pellejo huyendo por los jardines vacíos para salir a Bassindale Row, pero no había tiempo para explicaciones y tampoco tenía sentido darlas. La verdad correría de boca en boca, y una mentira no colaría.
Jimmy echó a correr por el camino que habían abierto antes los chicos a través de las vallas, fijándose en la parte trasera de las casas en busca del 21a de la señora Howard. La anciana le había dejado entrar en el piso de abajo en una ocasión cuando Jimmy trató de hacer las paces con ella, y él había reparado en los adornos que tenía puestos encima del alféizar de la ventana, de entre los cuales le llamó la atención uno en particular por parecer valioso. Una estatua de bronce, de proporciones considerables, de un caballo encabritado. Rogó a Dios que siguiera allí, o que la anciana estuviera sentada junto a la ventana, ya que si no conseguía localizar la casa de Melanie por detrás le costaría encontrar el número 23. Divisó el caballo en una ventana dos inmuebles más allá del jardín con la torre para jugar, y alcanzó a ver el rostro malhumorado de la señora Howard al atravesar el jardincito lleno de maleza que tan celosamente vigilaba su propietaria aunque nunca lo pisara. Eso significaba que la siguiente valla lindaba con el número 23. Jimmy se escondió bajo la sombra de un pequeño manzano y respiró hondo hasta recobrar el aliento, mientras observaba con los ojos entrecerrados la estancia que daba a la parte trasera y la cocina por si advertía algún indicio de movimiento tras el cristal.
Jimmy sabía que debía de tener la misma distribución que la casa de la señora Carthew, lo que significaba que solo podría acceder al interior por la cocina, aunque también podía quedarse allí indefinidamente para tratar de averiguar si los hombres se hallaban en la planta baja. La lógica le decía que debía actuar con prudencia, trepar por la valla cercana a la vivienda para avanzar después junto a la pared bajo las ventanas y echar un vistazo en cada estancia para ver si había alguien, procurando que no lo vieran. Su temperamento le instaba a hacer todo lo contrario. Acometer el problema de frente, saltar la valla y abalanzarse contra la puerta, pues aunque optara por obrar con cautela la puerta seguramente estaría cerrada con llave y tendría que embestirla con el hombro para derribarla. Jimmy gruñó para sí. Cualquiera de las opciones que eligiera tenía su lado malo.
Así era la vida.
Jefatura de Policía de Hampshire
Una idea similar le rondaba la cabeza al inspector Tyler. La vida era una partida de póquer. ¿Qué hacer, jugar las cartas como venían dadas o cortar por lo sano? No veía a Martin Rogerson aceptando una disculpa, de modo que cortar por lo sano no era una opción y, como le ocurría a Jimmy, su naturaleza le instaba a actuar.
– ¡Qué coño! -exclamó dirigiéndose a su sargento-. Quiero que detengan a Townsend para interrogarlo. Habla con Southampton y pídeles que le echen el guante en cuanto llegue al Hilton. Tendrán que estar en el hotel en menos de media hora. Diles que vamos de camino y que hablaremos con él allí. Si pregunta de qué se trata, que le digan que queremos recabar información sobre los seis meses que Amy pasó en su casa. No quiero que se asuste. Pídeles también que detengan a cualquier persona que llegue para reunirse con él y Rogerson. Asegurémonos de que no tienen nada que ocultar antes de dejar sueltos a un puñado de pederastas.
– ¿Y qué pasa con Rogerson?
– De momento, lo retendremos.
Butler puso cara de preocupación.
– ¿Está seguro de que hace lo debido, jefe?
Tyler esbozó una leve sonrisa.
– No.
– Entonces ¿no debería…?
– El modus operandi de Townsend apesta, Gary. Hay dos mujeres y cinco menores a quienes ha filmado desnudas en vídeo. -Las contó con los dedos-. La primera esposa… la primera hijastra… Laura… Amy… Franny… y dos desconocidas. Y estas son de las que tenemos constancia. Ambas mujeres creían que Townsend destinaba los vídeos a su goce personal cuando no las tenía cerca. Entonces ¿por qué empieza a grabar a sus hijas en cuanto logra meterlas en su casa? ¿Y por qué utiliza correos electrónicos codificados?
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