Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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Se oyó la voz de una mujer al teléfono.

– Jimmy, soy Jenny Monroe -dijo con calma y tono monocorde-. Soy la recepcionista del Centro Médico de Nightingale. Mel y sus hijos son pacientes de aquí… igual que Gaynor y su familia. ¿Puedo explicarle por qué está metido el centro en todo esto y qué estamos haciendo? Estamos intentando utilizar una red de comunicación que creó una de nuestras doctoras para dar con gente de Humbert Street que esté dispuesta a abrir sus puertas como lo ha hecho la señora Carthew. Por desgracia, la señora Carthew no recuerda muy bien los nombres…

Jimmy la interrumpió.

– ¿Cómo se llama esa red?

– El Teléfono de la Amistad.

– Vale. He oído hablar de esa historia. Hay una señora en Glebe Tower que se llama Eileen Hinkley, en el piso cuatrocientos seis. Es una de las personas que tienen los números. No viene en la guía, pero el servicio de ambulancias sabe cómo ponerse en contacto con ella. Ella podrá ayudarles.

Se produjo una breve pausa mientras Jenny transmitía la información a alguien en segundo plano.

– Estupendo -le dijo Jenny con tono afectuoso-. Ahora mismo la llama uno de mis compañeros. Muchísimas gracias.

– ¿Eso es todo? -preguntó Jimmy, sorprendido de que lo dejaran marchar sin más-. Porque me gustaría ir a ver qué les ha pasado a Mel y los críos. Y sacarlos de aquí, si es posible.

– No -respondió Jenny con brusquedad, temerosa de que Jimmy devolviera el teléfono a la señora Carthew-. ¡Por favor, no se marche! Necesitamos ayuda urgentemente. -La recepcionista alzó la voz-. Alguien tiene que tomar las riendas de la situación ahí fuera… hacerlos entrar en razón. Necesitamos gente que controle las salidas. Necesitamos… ¿sigue ahí?

– Sí.

Jimmy oyó al policía murmurar algo lejos del altavoz: «Piense primero en lo que está dispuesta a contarle… ella podría acabar muerta si deciden entrar en la casa en tropel».

– ¿De qué habla? -inquirió Jimmy-. ¿Quién es ella? ¿Quién podría acabar muerta?

– Aguarde un segundo, por favor. -Jenny tapó el altavoz con la mano para silenciar sus comentarios, pero estaba lo bastante cerca para que se percibiera el tono elevado y nervioso de su voz. Lo que no se oía era lo que decía el policía-. Esto es una locura… Tenemos que confiar en alguien… Sí, pero la policía no está haciendo nada… ¡Oh, por el amor de Dios! Pues claro que se sentiría más segura si pudiéramos hacerle llegar un mensaje… cualquiera podría ser la persona indicada… No, me importarían un bledo sus antecedentes penales… Si a Gaynor le parece bien, a mí también…

La voz de Jenny volvió a oírse al aparato de forma tan repentina y con tanto ímpetu que Jimmy se apartó de golpe el auricular de la oreja.

– ¿Puedo confiar en usted? Gaynor parece confiar en usted. No dejaba de decir: «Ojalá estuviera aquí Jimmy».

– No tiene por qué gritar, señora. El volumen está a tope, así que me da que la señora Carthew está sorda… -Vio que la anciana le miraba-. Más sorda que una tapia… ya me entiende. -Jimmy hizo una pausa-. Tendrá que contarme qué quiere antes de que pueda decirle si puede confiar en mí o no. No voy a hacer nada por lo que puedan mandarme de nuevo al trullo.

Jenny hizo un esfuerzo supremo para controlar sus fluctuantes sentimientos.

– Lo siento. Es que estamos todos muy preocupados aquí en el centro. Necesito que me garantice que no le contará a nadie lo que voy a decirle, Jimmy… ni siquiera a Melanie ni a Gaynor. Ken teme que si la noticia se extiende la gente se vuelva loca y ataque la casa… y eso empeoraría aún más las cosas. Por lo visto, un chico se ha prendido fuego con una bomba casera y los del helicóptero de la policía dicen que hay más en fila. Según ellos, es solo cuestión de tiempo que la casa salte por los aires… y eso significa que todos sus ocupantes saltarán con ella… incluida Sophie.

Jimmy se esforzó en dotar de sentido a aquel discurso uniendo los datos que conocía.

– Creía que la niña se llamaba Amy -comentó.

Una pausa de desconcierto.

– Hablo de Sophie… Sophie Morrison. -Jimmy oyó de nuevo el murmullo de Ken Hewitt de fondo-. ¡No, por Dios! Esto no tiene nada que ver con la niña desaparecida, Jimmy. Sophie es una de nuestras doctoras. Es por ella por la que hemos acabado metidos en esta historia. He recibido una llamada suya de emergencia en la que me decía que los hombres del número veintitrés la habían hecho prisionera. Parecía muy asustada… me ha dicho que era víctima de un… -Jenny hizo una pausa para elegir la palabra- ataque y luego ha desconectado el teléfono.

– ¿Es la que va a casarse dentro de un par de semanas? Estoy seguro de que es el nombre que pone en la invitación que hemos recibido Mel y yo.

– Sí.

– Mel siempre está hablando maravillas de ella… Sophie por aquí… Sophie por allá.

– Casi todos sus pacientes viven en Bassindale, y muchos de ellos son mayores. Es la doctora que puso en marcha el Teléfono de la Amistad porque se dio cuenta de lo solos que estaban algunos. Sé que pensará que diría cualquier cosa para convencerlo de que la ayudara, pero Sophie es muy buena persona, Jimmy, de las que hacen cambiar la vida de los demás. -Le tembló la voz-. No estaría en esa casa si no se preocupara por sus pacientes. En teoría hoy acababa de trabajar al mediodía, pero se le hizo tarde porque es de las que piensan que hablar es más importante que recetar pastillas. Entonces le pedí que hiciera esa visita de más porque el hombre sufría un ataque de pánico… -La voz se le quebró.

– Supongo que le tiene mucho cariño.

Jimmy oyó que Jenny se sonaba la nariz al otro lado de la línea.

– No quiero ni pensar que pueda ocurrirle nada malo.

– Me ha dicho que la doctora había sido víctima de un «ataque» -le recordó él-. ¿De quién hablaba?, ¿de los hombres de la casa o de la gente de fuera?

– Espere un momento. -Se produjo un largo silencio antes de que Jenny reanudara la conversación, y Jimmy sospechó que esta vez la recepcionista había pulsado la tecla de «silencio»-. Decía que uno de los hombres quería violarla -reveló Jenny-, y no es la clase de persona que imaginaría tal cosa.

Jimmy frunció el ceño mientras recordaba la conversación que había mantenido antes con Melanie.

– Pensaba que esos tíos eran pederastas, así que ¿por qué iban a querer violar a una mujer? Además, estarán cagados de miedo con medio Acid Row pidiendo su sangre a gritos, ¿no?

Jimmy se quedó esperando una respuesta que no llegó, pues la voz del policía volvió a oírse de fondo.

Centro Médico de Nightingale

Jenny silenció momentáneamente el altavoz y miró enfadada a Ken.

– Deje de decirme que tenga cuidado con lo que le digo -espetó-. Al menos él está allí. Al menos es alguien que escucha. ¿Qué está haciendo la policía para rescatar a Sophie? Nada… salvo tener el culo pegado al asiento y adoptar el papel de observador porque tienen miedo de agravar la situación. ¿Pues sabe lo que pienso? -añadió apuntándole con el dedo-. Pienso que si Harry le explica la clase de peligro al que se enfrenta… y Jimmy accede a prestar su ayuda… ya podemos ponernos todos de rodillas y dar gracias porque alguien en ese lugar dejado de la mano de Dios tiene más valor que la maldita policía.

Interior del nº 9 de Humbert Street

Jimmy hizo una mueca a la señora Carthew cuando el auricular recobró vida.

– Mire, no pretendo meterme con la doctora -aclaró antes de explicar la razón de su escepticismo a Jenny-. Supongo que la pobre mujer está muerta de miedo, pero la cosa no tiene mucho sentido lo mire por donde lo mire. Hay que estar como una puta cabra para violar a un rehén cuando a uno le están atacando por ser un desviado. En esa situación, harías todo lo contrario… la tratarías con amabilidad… harías que hablara por ti… y que convenciera a esos pastilleros de que te habían tendido una trampa para cargarte el muerto. Eso es algo con lo que puede identificarse todo el mundo en Bassindale.

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