Paul Doherty - La caza del Diablo

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Una serie de misteriosas y macabras muertes hacen temblar los cimientos de la universidad de Oxford: varios cadáveres aparecen colgados de los árboles que rodean la universidad con unas enigmáticas notas firmadas por El Campanero. La investigación de Corbett nos adentra en el mundo universitario, ya en la Edad Media más famoso por la juerga y la diversión que por el estudio y la reflexión.

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– No había pensado en eso, Ranulfo -declaró-. Es posible, pero continuemos. Passerel es sospechoso de la muerte de Ascham y él, a su vez, huye del colegio sólo para que el asesino le pueda dar caza más fácilmente en la iglesia de San Miguel. Pero ¿por qué mataron a Passerel? -preguntó-, ¿por qué no le dejaron como sospechoso del asesinato? A menos, claro está -concluyó Corbett-, que Passerel pudiera reflexionar sobre lo que le dijo su buen amigo Ascham. -Hizo una pausa y levantó la cabeza-. ¿Sabes qué, Ranulfo? Cuando regresemos a Sparrow Hall debo hacer dos cosas: la primera, echar una ojeada a las pertenencias de Passerel y Ascham, sobre todo a sus papeles. -Corbett empezó a escribir.

– ¿Y la segunda?

– Preguntarle a nuestro buen médico, el profesor Aylric Churchley, si guarda algún tipo de veneno. Copsale fue probablemente envenenado y ya sabemos que Passerel y Langton también. Los venenos suelen ser bastante caros y, además, no creo que el asesino se arriesgara a comprarlos y que luego algún boticario o médico le pudiera reconocer.

– Pero ¿Churchley tendrá algún veneno? -preguntó Ranulfo.

– Sí, y mucho me temo que los venenos que utilizaron eran suyos. De todos modos, como conclusión -suspiró Corbett-, sabemos que el Campanero se encuentra en Sparrow Hall o en la residencia. No estamos muy seguros de sus motivos, excepto de su odio profundo por el rey y la universidad. Sabemos que el Campanero es un escribano bien formado, capaz de moverse por todo Oxford en la oscuridad de la noche. Un asesino cruel, que ya ha matado a cuatro hombres con el fin de ocultar su identidad…

– Amo.

Corbett miró a Ranulfo.

– Si, como decíais, el Campanero odia al rey y a Sparrow Hall, eso nos coloca, sobre todo a vos, en una situación muy peligrosa. ¿Habéis pensado qué pasaría si sir Hugo Corbett, el principal escribano del rey, su amigo y compañero, fuera hallado envenenado o degollado en alguna callejuela de Oxford, con una proclama del Campanero colgando de su cadáver?

Corbett no se inmutó pero Ranulfo vio cómo su rostro palidecía.

– Lo siento, amo, pero si vamos a hacer hipótesis, entonces voy a estudiar la mía muy de cerca. Si sir Hugo Corbett fuera herido o asesinado, la ira del rey no conocería límites. Ese malhumorado bastardo del castillo pronto se encontraría con el rey agarrándole por el cuello mientras los justicias reales llegan a Sparrow Hall más rápidos que un rayo, expulsan a la comunidad, cierran todos los aposentos y confiscan todas sus posesiones.

Corbett sonrió ligeramente.

– Habéis puesto un precio muy alto a mi cabeza, Ranulfo.

– No, amo. Lo que pasa es que yo también he sido un canalla, un luchador de calles nato y, sea quien sea, el Campanero no es distinto: llegará a las mismas conclusiones que yo, si es que todavía no lo ha hecho.

– Entonces debemos tener cuidado.

– Sí, amo, así es. No comeremos ni beberemos más en Sparrow Hall. Se acabaron los paseos por la ciudad de noche.

– Eso resultará muy difícil.

Corbett volvió a sus escritos, apuntando con rapidez todas las conclusiones a las que había llegado. Su pluma volaba sobre el papel de vitela que había sacado de su bolsa de cancillería. Dejó la pluma sobre la mesa.

– Y ahora centrémonos en nuestro principal problema -declaró-. Cada dos por tres aparece el cadáver decapitado de un mendigo en los campos de las afueras de Oxford, con la cabeza colgada de su cabellera en las ramas de un árbol cercano. Sabemos que eligen a los mendigos como víctimas porque están solos y son vulnerables. En cierto modo, nadie los echará de menos. Sin embargo -Corbett empezó a contar con los dedos-, primero, ¿por qué no se encuentran los cadáveres dentro de las murallas de la ciudad? Segundo, según Bullock casi no hay signos de violencia en los alrededores donde son encontradas las víctimas. Tercero, ¿por qué siempre los encuentran cerca de un camino? Y finalmente, ¿por qué nunca aparecen en el mismo sendero, sino en diferentes sitios de los alrededores de la ciudad?

Corbett bajó la mano.

– Lo que significa, mi querido Ranulfo, que deben de ser asesinados en la misma ciudad de Oxford y luego transportados a diferentes caminos donde finalmente los colocan adecuadamente. Sin embargo, si los asesinatos ocurren en la ciudad, alguien debería de haber visto algo. La única conclusión que podemos sacar es que, quizá, son asesinados fuera de la ciudad en un lugar determinado, pero los restos son transportados deliberadamente a otro sitio. ¿Y qué más?

– Estoy pensando en Maltote. No tendríamos que haberle dejado sólo tanto tiempo.

Corbett sacudió la cabeza.

– No le pasará nada, si tú tienes razón. El Campanero irá detrás del perro o el cuervo del rey. Maltote no corre peligro, a no ser que Ap Thomas y el resto quieran hacerle la puñeta. -Recogió su pluma-. Concentrémonos en el problema. ¿Qué otras preguntas podemos plantearnos sobre los asesinatos de esos pobres mendigos?

– ¿Por qué? -sugirió Ranulfo-, ¿por qué los matan de ese modo tan salvaje?

Corbett contempló una mancha de vino que había al fondo de la pared.

– Godric debe de haber visto algo en los bosques de los alrededores de la ciudad: las prácticas de un aquelarre o un grupo de brujos, y ese grupo debe de tener su base en Oxford. Sabemos que tienen cierto vínculo con Sparrow Hall, por el botón que encontramos en el último cadáver. Ahora bien, no me imagino a ninguno de los profesores encomendados a tan viles acciones. Sin embargo, los estudiantes, bajo el liderazgo de David ap Thomas, podrían tener algo que decir al respecto.

– ¿Pensáis que David ap Thomas podría ser el Campanero? -preguntó Ranulfo-. Después de todo, los estudiantes pueden moverse por todo Oxford por la noche. Ap Thomas es un rebelde por naturaleza: le encantaría enfrentarse al rey. -Hizo una pausa-. ¿Habéis olvidado a Alice-atte-Bowe y a su aquelarre?

Corbett cerró los ojos. «Hace tantos años», pensó. Fue la primera misión que le encargaron. Fue el canciller Burnell, se trataba de exterminar de raíz un aquelarre de brujas y traidores de los alrededores de Santa María Le Bow en Londres. Recordó el hermoso rostro de la oscura Alice. Abrió los ojos.

– Nunca lo olvidaré -contestó-. A veces me parece que lo he logrado, pero luego sólo hace falta un sonido, un olor determinado para que los recuerdos vuelvan a mi cabeza. -Apartó sus utensilios de escribir-. Nos queda la biblioteca -añadió-. Todavía tenemos que buscar lo que estaba estudiando Ascham, aunque eso podría resultar imposible: hay tantos libros y manuscritos… Ni siquiera sabemos si el libro todavía estará allí. Podríamos pasarnos días enteros, incluso semanas, jugando a la gallinita ciega. -Corbett se puso en pie-. Es hora de ir a Sparrow Hall.

Salieron del cuarto y bajaron las escaleras. El propietario los esperaba con un fardo de piel ajada.

– ¿Sir Hugo Corbett? -preguntó.

– Sí.

El propietario depositó la carga en las manos de Corbett.

– Vino un niño -señaló hacia la puerta-, acompañado de un hombre con capucha y cogulla que permaneció detrás de él. El niño me dio esto para vos.

Corbett arrugó la nariz ante el hedor que desprendía el trozo de pergamino grasiento que iba a su nombre, atado con una cuerda alrededor del paquete envuelto en piel. Salió a la calle, se paró en la boca de una callejuela y cortó la cuerda. Se agachó y vació con cautela el contenido sobre el suelo mohoso. Se le hizo un nudo en el estómago y se quedó en silencio al contemplar los restos malolientes y despedazados de un cuervo, con el cuerpo rajado de arriba abajo y todas las tripas fuera. Corbett soltó una maldición, lo apartó de una patada y se adentró de nuevo en la calle.

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