Paul Doherty - La caza del Diablo

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Una serie de misteriosas y macabras muertes hacen temblar los cimientos de la universidad de Oxford: varios cadáveres aparecen colgados de los árboles que rodean la universidad con unas enigmáticas notas firmadas por El Campanero. La investigación de Corbett nos adentra en el mundo universitario, ya en la Edad Media más famoso por la juerga y la diversión que por el estudio y la reflexión.

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– ¡Ratas o ratones! ¿Tenéis ratas, ratones, armiños o tejones? ¿Tal vez tenéis algún cochino con flemones? ¡Sin más acabo con ellos y hasta con los moruecos! ¡Elimino a todo bicho que sale y entra de cualquier hueco!

El hombre carraspeó y escupió; estaba a punto de volver a empezar pero se hizo a un lado para dejar pasar a Corbett y Ranulfo, que se abrían camino entre la multitud.

– ¿Tenéis ratas, señor? -preguntó el tipo.

– ¡Oh, sí! -contestó Ranulfo-, pero no sabemos dónde y además tiene dos patas.

Antes de que el hombre, atónito, pudiera responder, Ranulfo siguió a Corbett y entró con él en la taberna. El dueño, moviéndose de un lado para otro con su sucio delantal como una rama meneada por el viento, les enseñó el cuarto que Ranulfo había alquilado: una habitación que olía a rayos con una cama hecha de paja, una mesa, un banco y dos taburetes. Ranulfo se tumbó en la cama pero pegó un brinco de inmediato maldiciendo las pulgas que empezaban a subirle por las piernas. Corbett abrió su zurrón y sacó sus instrumentos para escribir: una pluma, una piedra pómez y un cuerno lleno de tinta.

– ¿Qué vamos a hacer ahora, amo? -preguntó Ranulfo malhumorado.

Corbett sonrió.

– Estamos en Oxford, Ranulfo, así que sigamos el método socrático. Establezcamos una hipótesis y pensémosla con detenimiento.

Hizo una pausa cuando una tabernera llamó a la puerta y les preguntó si deseaban algo para comer o beber. Corbett dijo que no pero le dio las gracias de todos modos.

– Empecemos -dijo-. Tenemos al Campanero, un traidor que escribe proclamas con motivo de la muerte hace años de De Montfort. Las cuelga en las puertas de las iglesias o de las universidades por toda la ciudad. Según parece, siempre lo hace por la noche.

El Campanero dice que vive en Sparrow Hall. En consecuencia, ¿cuál es la pregunta que cabe plantearse?

– No entiendo -interrumpió Ranulfo-. ¿Por qué no podemos descubrir la identidad del Campanero por la escritura y el estilo de las cartas?

Corbett mojó su pluma en la tinta del cuerno abierto y escribió algo con detenimiento en el pergamino. Se lo pasó a Ranulfo, que hizo un mohín y se lo devolvió.

– El Campanero -declaró-. Es la misma caligrafía; uno podía pensar que se trata de la misma persona.

– Precisamente -concluyó Corbett-, la mano de un escribano, Ranulfo, como sabéis, es anónima. A todos los escribanos de la cancillería o de la tesorería se les enseña qué plumas deben utilizar, qué tipo de tinta escoger y cómo escribir las letras. El Campanero se ha aprovechado de todo eso para esconderse. Incluso aunque encontráramos al autor de estos escritos, no podríamos asegurar que se trata del Campanero.

– Pero ¿por qué dice que vive en Sparrow Hall? -preguntó Ranulfo intrigado.

Corbett se balanceó en su taburete.

– Sí, eso me tiene confundido. ¿Por qué mencionar Sparrow Hall? ¿Por qué no la iglesia de San Miguel o Santa María o incluso la prisión de Bocardo?

– ¿Tal vez por la maldición? -sugirió Ranulfo-. Quizás el Campanero la conoce y no sólo desea reírse del rey, sino de la memoria de sir Henry Braose, que fundó Sparrow Hall.

– Sí, es posible -contestó Corbett-. Hay un tono de mofa detrás de esas proclamas, así como un cerebro muy ingenioso. El Campanero debe de ser de otro lugar, pero desea que de este modo el rey castigue y arrase Sparrow Hall. Sin embargo -se rascó la cabeza-, sospechamos que el Campanero se encuentra en Sparrow Hall, pues Copsale murió misteriosamente en su lecho, Ascham, en la biblioteca, Passerel fue envenenado en la iglesia de San Miguel y Langton murió ayer por la noche.

– Sí -añadió Ranulfo-. El asesinato de Langton parece corroborar que el asesino se encuentra en Sparrow Hall.

– Pero continuemos -animó Corbett-. El Campanero se dedica a ir colgando sus proclamas y parece que lo hace por la noche. Ahora bien, ¿quién podría colarse como un murciélago a través de las calles?

– ¿De Sparrow Hall? -preguntó Ranulfo-. Todos los profesores, incluyendo Norreys, son hombres de constitución fuerte. Lady Mathilda, sin embargo, no tiene ninguna razón para odiar la universidad que fundó su hermano. No me la imagino escondiéndose en las calles de Oxford por la noche cargada con esas proclamas.

– No olvides a Moth -apuntó Corbett.

– No está bien de la cabeza -añadió Ranulfo-. Es un sordomudo que no sabe ni leer ni escribir. Me di cuenta en la biblioteca ayer por la noche. Cogió un libro y lo estaba mirando al revés -sonrió-. ¿Os lo imagináis, amo, por las calles de Oxford en medio de la oscuridad de la noche colgando las proclamas del Campanero al revés?

– Ya -aceptó Corbett-. Luego están los estudiantes liderados por el temible David ap Thomas. ¿Os enfrentasteis a él ayer por la noche?

– No, amo; sólo le asusté. Pero me di cuenta de algo: Ap Thomas calzaba botas, así como el resto de sus compañeros, y todos tenían briznas de hierba húmeda pegada a los zapatos y la ropa. Además, Ap Thomas llevaba colgado una especie de amuleto alrededor del cuello y también algunos de sus compañeros: eran círculos de metal con una cruz en el medio coronada por un trozo de cristal con forma de ojo.

– Una cruz que da vueltas -explicó Corbett-. Las vi en Gales. Las llevan los creyentes de la antigua religión como recuerdo de los gloriosos días de los druidas.

– ¿Quiénes?

– Unos frailes paganos -empezó a decir-. El historiador romano Tácito los menciona cuando habla de Anglesey: adoraban a unos dioses que vivían en los robles y les hacían ofrendas colgando a sus víctimas sacrificadas de las ramas de los árboles.

– ¿Como las cabezas de los mendigos?

– Sí, podría ser -replicó Corbett-. Y a todo eso hay que añadir las elucubraciones de Godric sobre fuegos y gente vestida de forma extraña practicando ritos de magia en los bosques. Pero ¿se tratará del Campanero? -Se encogió de hombros-. Mantengamos nuestra hipótesis. ¿Quién es el Campanero y cómo actúa? -Respiró hondo-. Sabemos que Ascham estaba cerca de la verdad. Estaba buscando algo en la biblioteca pero se delató él mismo al Campanero. Ergo -Corbett se golpeó la mejilla con la pluma-. Ascham era un hombre mayor muy respetado. No estaba acostumbrado a ir a las facultades o a pasearse por Oxford; por lo tanto debió de comunicar sus sospechas a alguien de Sparrow Hall. -Se puso en pie, se paseó por el cuarto y miró a través de la ventana-. Creo que podemos estar bastante seguros -concluyó- de que el Campanero vive en Sparrow Hall o en la residencia al otro lado de la calle.

– ¿Pero qué estaría buscando Ascham? -preguntó Ranulfo.

– Las pruebas que demostraran la conclusión a la que había llegado -replicó Corbett-. Parece ser que Ascham tenía algún libro sobre la mesa, pero alguien lo devolvió luego a las estanterías, algo que cualquiera de Sparrow Hall pudo hacer sin mayor complicación. Ahora bien, continuemos. Ascham fue alcanzado por el cuadrillo de una ballesta que disparó el asesino, que le engañó para que abriera la ventana de la biblioteca. Luego el Campanero lanza dentro su nota llena de desprecio. Ascham, sabiendo que está muriéndose, consigue alcanzarla, y empieza a escribir lo que parece ser el nombre de Passerel con su propia sangre. Pero ¿por qué debió de hacerlo?

– ¡Ya lo sé! -exclamó Ranulfo pegando un bote y dando una palmada entusiasmado-. Amo, ¿cómo sabemos que Ascham escribió esas letras? ¿Cómo sabemos que el asesino no se coló a través de la ventana, cogió el dedo de Ascham, lo untó en su propia sangre y grabó esas letras para incriminar a Passerel?

Corbett se volvió a sentar a la mesa y se quitó de encima las moscas que se habían arremolinado sobre las manchas de la madera.

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