Minette Walters - Donde Mueren Las Olas

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Ni tan siquiera el ensordecedor ruido de las hélices del helicóptero parece capaz de romper la pesada calma que se cierne sobre un tranquilo pueblo costero situado al sur de Inglaterra. Unos pocos curiosos, desde los acantilados o desde los escasos veleros fondeados en 1a bahía, aplauden lo que creen es el final feliz del rescate de una joven atrapada en una playa abrupta y de difícil acceso. En realidad, la mujer ha sido asesinada y, según todos los indicios, torturada y violada. Su desnudo cuerpo no arroja pista alguna sobre su identidad. El agente Nick Ingram, encargado de la investigación, recela enseguida de un joven actor que paseaba por el lugar de los hechos. El posterior descubrimiento de sus relaciones con la víctima, así como sus actividades en el campo de la pornografía para costearse su lujoso tren de vida, hará que todo le señale como el principal sospechoso.
Pero al mismo tiempo, en el puerto de un cercano pueblo, aparece una niña de tres años con aspecto de haber sido abandonada y con una preocupante actitud de desconfianza y ensimismamiento. La llegada del padre conducirá también hasta la mujer de la playa, que es, en realidad, la madre de la niña. A la policía tampoco le pasa por alto que la pequeña se siente aterrorizada cada vez que su padre se le acerca; un dato revelador que se suma a otras oscuras circunstancias, como el hecho de que el marido no posea una coartada sostenible. Será necesario algo más que arduas investigaciones para conseguir desvelar los aspectos más oscuros y secretos de las vidas de los allegados a la víctima y para localizar las claves que permitan desvelar la identidad del asesino.

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Como cabía la posibilidad de que Harding hubiera colocado una manta o una alfombra sobre la superficie dura antes de obligar a Kate Sumner a tumbarse, examinaron todos los objetos de tela que había a bordo, pero con resultados negativos, pese a que lo más lógico era que de haber utilizado algo así, Harding lo hubiera tirado por la borda junto con la ropa de Kate y todo lo que pudiera relacionarla con el barco. Volvieron a examinar minuciosamente el cadáver de Kate, con la esperanza de que se le hubieran quedado astillas de madera debajo de la piel que pudieran relacionarla con el Crazy Daze, pero o el agua de mar las había eliminado por completo de las heridas abiertas, o no había llegado a haberlas. Lo mismo ocurría con las uñas, que tenía rotas: si habían tenido algo debajo, ya había desaparecido.

Sólo las sábanas de la cabina conservaban restos de semen, pero dado que la ropa de cama llevaba mucho tiempo sin lavarse, resultaba imposible determinar si aquellas manchas correspondían a una relación reciente. De hecho, como sólo se encontraron dos pelos en las almohadas y las sábanas -ambos rubios, pero ninguno de los dos pertenecía a Kate-, la conclusión fue que, lejos de ser el promiscuo semental que había retratado el capitán de puerto, Steven Harding era en realidad un masturbador solitario.

En la mesita que había junto a la cama encontraron una pequeña cantidad de marihuana y una caja de condones sin abrir, junto con tres envoltorios vacíos de Mates. No encontraron condones usados. Examinaron todos los recipientes buscando benzodiacepina, Rohipnol o algún otro hipnótico, en vano. Tampoco encontraron fotografías ni revistas pornográficas. En el posterior registro del coche y el piso de Londres de Harding tampoco se encontraron indicios de ningún tipo, aunque en el piso había treinta películas para adultos. La policía obtuvo una orden de registro para registrar la casa de Tony Bridges en Lymington, pero no encontraron nada que incriminara a Steven Harding o que lo relacionara con Kate Sumner. Pese a las concienzudas investigaciones, la policía no encontró ningún otro local perteneciente o utilizado por Harding, y con excepción de un testigo que dijo haberlo visto hablando con Kate delante de Tesco's el sábado por la mañana, nadie los había visto juntos.

Había huellas dactilares que demostraban que Kate y Hannah Sumner habían estado a bordo del Crazy Daze, pero la mayoría tenía otras encima, pocas de ellas de Steven Harding, lo que hizo dudar a los investigadores que la visita de Kate hubiera sido reciente. Despertó interés el hallazgo de veinticinco muestras diferentes de huellas dactilares, sin contar las de Carpenter, Galbraith, Kate, Hannah y Steven -por su tamaño, al menos cinco de esas muestras podían corresponder a niños de corta edad-, en el salón del Crazy Daze; algunas de esas huellas correspondían con las encontradas en casa de Bridges, pero muy pocas aparecían en la cabina del barco. Por lo tanto, se podía afirmar que Harding había recibido a varias personas a bordo, aunque la naturaleza de la relación con esas personas seguía siendo un misterio. Harding lo explicó diciendo que siempre invitaba a otros navegantes cuando amarraba en un puerto deportivo, y, como no había nada que demostrara lo contrario, la policía aceptó esa explicación. Con todo, esa gran cantidad de huellas siguió despertando su curiosidad.

En vista del queso y las manzanas que había en la cocina, la policía tenía grandes esperanzas en el análisis de los últimos alimentos ingeridos por Kate Sumner, pero el forense señaló que era imposible relacionar los alimentos semidigeridos con una determinada compra. Una golden delicious de Tesco's sometida al efecto de los ácidos gástricos mostraba el mismo esquema químico que una golden delicious de Sainsbury's. Ni siquiera el babero resultó concluyente, pues las huellas dactilares demostraron que aunque Steven Harding y otras dos personas no identificadas lo habían tocado, Kate Sumner no lo había hecho.

A instancias de Nick Ingram, la policía se fijó en la única mochila encontrada en el barco: una mochila negra triangular con un montón de envoltorios de caramelos dentro. Ni Paul ni Danny Spender habían sabido ofrecer una descripción precisa de la mochila -Danny: «era grande y negra»; Paul: «era muy grande, creo que verde»-, pero la policía no tenía ningún indicio de lo que había contenido el domingo por la mañana, o la certeza de que fuera la que habían visto los niños. Steven Harding, sorprendido por el interés de la policía por su mochila, afirmó que era la que había utilizado aquel día y explicó que la había dejado en la ladera de la colina porque dentro llevaba una botella de agua, y no había querido bajarla hasta la orilla para tener que volver a subir cargando con ella. Más adelante dijo que el agente Ingram no le había preguntado nada sobre una mochila, y que por eso él no la había mencionado.

Lo que acabó con las sospechas de la policía fueron las palabras de una cajera de la tienda Tesco's de Lymington. «Claro que conozco a Steve -dijo tras identificarlo por la fotografía-. Viene todos los sábados a buscar provisiones. ¿Si lo vi hablando con una mujer rubia y una niña la semana pasada? Sí. Él las vio cuando estaba a punto de marcharse y dijo: “¡Mierda!”. Yo le pregunté: “¿Qué pasa?”, y él me contestó: “Esa mujer. Ya verás como se para a hablar conmigo. Siempre lo hace”, y yo le dije: “Es muy guapa”. Él contestó: “Ya, pero está casada, y yo tengo prisa”. Y Steve tenía razón. La mujer se paró a hablar con él, pero él no se entretuvo; señaló su reloj y se largó. ¿Quiere saber mi opinión? Steve tenía un plan interesante y no quería retrasarse. Cuando él se marchó, la mujer se quedó como ofendida, pero no me extraña. Steve está como un tren. Yo también le iría detrás si no fuera porque ya tengo tres nietos.»

William Sumner dijo saber poco sobre el funcionamiento de Langton Cottage y de los desplazamientos habituales de su esposa.

– Paso doce horas fuera de casa, desde las siete de la mañana hasta las siete de la noche -le dijo a Galbraith como si estuviera orgulloso de ello-. Estaba más al tanto de la rutina de Kate cuando vivíamos en Chichester, seguramente porque yo conocía a la gente y las tiendas de las que ella me hablaba. Las cosas se te quedan más cuando reconoces los nombres. Aquí todo es muy diferente.

– ¿Mencionó alguna vez a Steven Harding? -preguntó Galbraith.

– ¿Es el desgraciado que tenía los zapatos de Hannah? -preguntó Sumner.

Galbraith sacudió la cabeza.

– Iremos más deprisa si no se adelanta usted a los hechos, William. Déjeme recordarle que todavía no sabemos si esos zapatos son de Hannah. -Le sostuvo la mirada y añadió-: Y por cierto, permítame que le recuerde que si empieza usted a especular con cualquier cosa relacionada con este caso, podría perjudicar la investigación. Y eso podría significar que el asesino de Kate quedara libre.

– Lo siento. -Sumner hizo un ademán de disculpa-. Siga, por favor.

– ¿Mencionó Kate a Steven Harding? -volvió a preguntar Galbraith.

– No.

Refiriéndose a las listas de nombres que Sumner le había proporcionado, Galbraith preguntó:

– ¿Alguno de estos hombres son antiguos novios de Kate? Los de Portsmouth, por ejemplo. ¿Sabe si su esposa había salido con alguno de ellos antes de empezar a salir con usted?

Sumner volvió a negar con la cabeza.

– Todos están casados.

A Galbraith le sorprendió la ingenuidad de aquella respuesta, pero no insistió. A continuación intentó averiguar algunos datos sobre la vida de Kate, pero no le resultó fácil. La breve historia que le relató William destacaba más por las lagunas que por los detalles. El apellido de soltera de Kate era Hill, pero William ni siquiera sabía si era el apellido de su madre o de su padre.

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