Galbraith sonrió y dijo:
– Seguro que no lo ha sido, pero él debía de estar un poco preocupado, sabiendo que algún día se casaría y ustedes dos tendrían que organizarse de otro modo.
La señora Sumner negó con la cabeza.
– Al contrario. Yo estaba deseando que mi hijo se casara, pero él nunca se mostró muy inclinado a hacerlo. Le encantaba navegar, y pasaba gran parte de su tiempo libre en su Contessa. Tenía sus amigas, pero no salía en serio con ninguna.
– ¿Se alegró usted cuando William se casó con Kate?
Hubo un breve silencio, hasta que la señora Sumner respondió:
– ¿Por qué no iba a alegrarme?
Galbraith se encogió de hombros y dijo:
– Por nada. Es simple curiosidad.
– Seguro que mi hijo le ha dicho que yo creía que Kate era una cazafortunas -dijo de pronto la mujer.
– Exacto.
– Bueno, no me gusta decir mentiras. -Se apartó un mechón de la mejilla y añadió-: De todos modos, no tiene sentido que finja que me alegré, cuando por aquí todo el mundo le dirá que no fue así. Kate era una cazafortunas, en efecto, pero no por eso pensé que mi hijo cometía una locura casándose con ella, sino porque tenían muy pocas cosas en común. Ella era diez años más joven, no tenía educación y estaba obsesionada con las cosas materiales. Una vez me dijo que para ella lo más emocionante de la vida era ir de compras. -Sacudió la cabeza, sin entender que una cosa tan mundana pudiera causar tanta satisfacción-. Francamente, no veía nada que pudiera mantenerlos unidos. A ella no le interesaba navegar, y se negaba a participar en esa faceta de la vida de William.
– ¿Siguió él navegando después de casarse?
– Sí, claro. A ella no le importaba que William saliera a navegar, siempre que no tuviera que acompañarlo.
– ¿Conocía ella a algún amigo de William que también navegara?
– No en el sentido a que usted se refiere.
– ¿Qué sentido, señora Sumner?
– William me dijo que usted creía que Kate tenía una aventura.
– No podemos descartar esa posibilidad.
– Yo creo que sí. Kate sabía valorar las cosas, y sin duda había calculado el precio del adulterio valorando lo que perdería si William se enteraba. En cualquier caso, no habría podido tener una aventura con ninguno de los amigos de William en Chichester. A ellos les sorprendió más que a mí la esposa que había elegido. Kate no se esforzaba por adaptarse, y además había una gran diferencia de edad entre ella y los amigos de mi hijo. La verdad es que todos estaban desconcertados por la estupidez que ella demostraba en su conversación. Kate no tenía opiniones propias sobre nada, excepto los culebrones, la música pop y las estrellas de cine.
– Entonces, ¿qué era lo que a William le atraía de ella? Él es inteligente, y desde luego no parece una persona a la que le gusten las conversaciones estúpidas.
– El sexo, por supuesto -contestó la señora Sumner con una sonrisa de resignación-. Mi hijo estaba harto de mujeres inteligentes. Recuerdo que me dijo que la novia que había tenido antes de Kate… -suspiró-. Se llamaba Wendy Plater y era una chica estupenda, muy… apropiada. En fin, para ella el mejor preludio erótico consistía en hablar de los efectos de la actividad sexual en el metabolismo. Yo le dije que la encontraba interesante, y William rió y dijo que, si podía elegir, él prefería la estimulación física.
Sin mudar la expresión, Galbraith dijo:
– Me parece que no debe de ser el único, señora Sumner.
– No se lo discuto, inspector. En cualquier caso, es evidente que Kate tenía mucha más experiencia que él, pese a ser diez años más joven. Ella sabía que William quería tener hijos, y se quedó embarazada en un visto y no visto. -Al policía le pareció que la mujer tenía sus reservas-. Para ella, el matrimonio consistía en malcriar al marido hasta límites insospechables, y William disfrutaba con ello. Él no tenía que hacer otra cosa que ir al trabajo cada día. Era la relación más anticuada que pueda imaginar: la esposa como admiradora incondicional y sirvienta, y el marido como único sostén de la familia. Creo que es lo que llaman una relación pasiva-agresiva, donde la mujer controla al hombre haciéndole depender de ella mientras parece que es ella la que depende de él.
– ¿Y a usted no le gustaba?
– No, pero porque no tenía nada que ver con mi concepto del matrimonio. El matrimonio debe ser la unión de dos mentes además de la unión de dos cuerpos; si no, se convierte en un páramo donde no crece nada. De lo único que ella sabía hablar con un poco de entusiasmo era de sus expediciones a las tiendas y de a quién se había encontrado por la calle, y evidentemente William no le prestaba ninguna atención.
Galbraith se preguntó si la señora Sumner se habría percatado de que todavía tenían que descartar a William de la lista de sospechosos.
– ¿Qué insinúa? ¿Que su hijo se aburría con ella?
– No, no creo que se aburriera -contestó la mujer tras reflexionar sobre aquella pregunta-. Creo que William había llegado a la conclusión de que la tenía en el bolsillo. Por eso su jornada laboral era cada vez más larga, y por eso no puso reparos cuando ella le propuso irse a vivir a Lymington. A Kate le parecía bien todo lo que él hacía, así que William no tenía que molestarse en dedicarle tiempo a su esposa. En su relación no había ni gota de desafío. -Hizo una pausa-. Yo confiaba en que cuando tuvieran hijos tendrían algo que compartir, pero Kate se apropió de Hannah en cuanto nació, como si la niña fuera cosa exclusivamente de mujeres; creo que la pobre criatura puso aún más distancia entre sus padres. Hannah se ponía a llorar cada vez que William intentaba cogerla en brazos, y él pronto se aburrió de la niña. Yo le llamé la atención a Kate sobre ese tema; de hecho, le dije que no le hacía ningún bien a la niña sobreprotegiéndola, pero lo único que conseguí fue que se enfadara conmigo. -Suspiró y añadió-: No debí meterme donde no me llamaban. Por eso se marcharon, claro.
– ¿De Chichester?
– Sí. Y cometieron un error. Hicieron demasiados cambios en su vida en muy poco tiempo. William tuvo que liquidar la hipoteca de mi piso cuando vendió la casa de enfrente, y luego tuvo que meterse en otra mucho mayor para comprar Langton Cottage. Vendió su barco y dejó de navegar. Y para colmo, ahora tiene que hacer un montón de kilómetros cada día para ir a trabajar. Y todo eso, ¿para qué? Para vivir en una casa que ni siquiera le entusiasmaba.
Galbraith intentó disimular su interés y preguntó:
– Entonces, ¿por qué se marcharon?
– Porque Kate quería irse.
– Pero si no se llevaban muy bien, ¿por qué cedió William?
– Por la posibilidad de tener relaciones sexuales regulares. Pero yo no he dicho que no se llevaran bien.
– Ha dicho que William no tenía que molestarse en dedicarle tiempo a Kate. ¿No es lo mismo?
– No, en absoluto. Desde el punto de vista de William, ella era la esposa ideal. Le cuidaba la casa, le daba hijos y no le molestaba que saliera a navegar. -Esbozó una amarga sonrisa-. Se llevaban de perlas mientras él pagara la hipoteca y le proporcionara a Kate el estatus al que ella se estaba acostumbrando rápidamente. Ya sé que no está bien hablar mal de los muertos, pero Kate era terriblemente vulgar. Las pocas amigas que tenía eran espantosas, unos auténticos loros. -Se estremeció y dijo-: ¡Espantosas!
Galbraith la miró sin disimular su curiosidad, y dijo:
– A usted no le gustaba su nuera, ¿verdad?
La señora Sumner volvió a reflexionar.
– No, no me gustaba -contestó-. Pero no porque fuera antipática o desagradable, sino porque era la mujer más egocéntrica que jamás he conocido. Si en algún momento ella no era el centro de atención, se las ingeniaba para serlo. Y si no me cree, fíjese en Hannah. ¿Por qué se empeñó en que la niña dependiera tanto de ella? Pues porque no soportaba competir con el afecto de los demás.
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