Christopher Isherwood - Adiós A Berlín

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Adiós a Berlín combina la realidad con la ficción, y el Christopher Isherwood de la novela, aun siendo el narrador, no es necesariamente el autor. Personajes marginales, a menudo cómicos, viven vidas desordenadas, hasta torpes, como exiliados en Berlín, bajo la amenaza del horror que se avecina.La novela perdura como un documento acerca de una ciudad harapienta y corrupta -como lo eran en los años treinta el estado y el pueblo alemanes-, y la claudicación ante el nazismo en ciernes y el egoísmo de un generalizado sálvese quien pueda. El consumado oficio de Isherwood convierte el documento en literatura.

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– ¿Tiene usted sus señas?

– Sí, y el número de teléfono. La llamará, claro. Ella estará encantada de verle… Los otros caballeros vienen y se van, pero usted es su verdadero amigo, Herr Issyvoo. Sabe usted, siempre pensaba que acabarían casándose. Harían ustedes una pareja ideal. Usted era siempre una influencia buena, y ella le alegraba un poco cuando usted se metía demasiado en sus libros y sus estudios… ¡Sí, sí, Herr Issyvoo, ríase usted: nunca se puede decir! ¡A lo mejor todavía está a tiempo!

A la mañana siguiente, Fräulein Schroeder me despertó muy excitada:

– ¡Herr Issyvoo, qué le parece a usted! ¡El Darmstädter und National ha cerrado! ¡No me extrañaría que hubiera miles de personas arruinadas! ¡El lechero dice que habrá guerra civil dentro de quince días! ¿Qué opina usted?

Me vestí y salí a la calle. Efectivamente, a la puerta de la sucursal, en la esquina de la Nollendorfplatz, había una multitud de gentes: hombres con sacos de cuero y mujeres con bolsas de malla, que podían haber sido la misma Fräulein Schroeder. Las ventanas del banco tenían las rejas bajadas. La mayoría de la gente contemplaba la puerta cerrada con una intensidad casi estúpida: en mitad de ella habían colgado un pequeño aviso, elegantemente impreso en letras góticas, como si fuese una página de un clásico. El aviso decía que el presidente del Reich había garantizado los depósitos. Que todo estaba en orden. Únicamente, el banco no abriría.

Un chiquillo jugaba al aro entre la multitud. El aro fue a dar contra las piernas de una mujer que arremetió inmediatamente contra él: « Du, sei bloss nicht so frech . ¡Mocoso descarado! ¡Qué haces aquí!» Otra mujer se sumó al ataque contra el crío asustado: «¡Fuera de aquí! ¡Tú no entiendes nada!» Y una tercera le preguntó, con furioso sarcasmo: «¿Es que tú también tienes tu dinero en el banco?» Ante aquella rabia reprimida y a punto de estallar, el chiquillo salió huyendo.

Por la tarde hizo mucho calor. Los primeros periódicos de la noche traían el texto de los decretos de emergencia, redactados en terso estilo ministerial. Un titular alarmista se destacaba tajante, subrayado en tinta roja: «¡Colapso General!» Un articulista nazi recordaba a sus lectores que el día siguiente, catorce de julio, era fiesta nacional en Francia. Sin duda, agregaba, este año los franceses la celebrarían con especial entusiasmo, ante la perspectiva del derrumbamiento de Alemania. Entré en una tienda de confección y me compré unos pantalones de franela por doce marcos cincuenta (un gesto de confianza en Inglaterra). Luego me metí en el metro y fui a visitar a Sally.

Vivía en un bloque de viviendas de tres habitaciones, construido para colonia de artistas, no lejos de la Breitenbachplatz. Llamé al timbre y me abrió ella misma la puerta:

– ¡Hola, Chris, cerdo!

– ¡Hola, Sally, mi vida!

– ¿Cómo estás…?Ten cuidado, amor mío, no me manches. Tengo que salir dentro de un momento.

Nunca la había visto de blanco: la favorecía. Pero tenía la cara más delgada y había envejecido. Llevaba el pelo cortado de una manera nueva y cuidadosamente ondulado.

– Estás muy elegante.

– ¿De verdad?

Sally me dedicó una de sus sonrisas de satisfacción, soñadora y deliberada. La seguí al saloncito. Una gran ventana ocupaba toda una pared. El mobiliario de madera estaba pintado de color cereza y había un diván muy bajo con almohadones de colores vivos. Un perrillo enano y peludo dio un brinco y empezó a ladrar. Sally lo cogió en brazos y empezó a darle besos, sin rozarle con los labios:

Freddi, mein Liebling, Du bist soo süss .

– ¿Es tuyo?-le pregunté-. Su acento alemán había mejorado.

– No. Es de Gerda, la chica que vive conmigo.

– ¿Hace mucho tiempo que la conoces?

– Sólo una semana o dos.

– ¿Qué tal es?

– No está mal. Más agarrada que un puño. Tengo que pagarlo yo todo.

– Está muy bien este sitio.

– ¿Te gusta? Sí, me parece que está muy bien. Por lo menos mejor que el agujero aquel en la Nollendorfstrasse.

– ¿Por qué te marchaste?¿Tuviste una pelea con Fräulein Schroeder?

– No, no fue eso exactamente. Pero me harté de oírla hablar. Era para volverse loca. La verdad es que es una pelma espantosa.

– Te quiere mucho.

Sally se encogió de hombros, con un leve movimiento de indiferencia impaciente. Me di cuenta de que durante todo el tiempo de nuestra conversación había estado evitando mirarme a los ojos. Hubo una larga pausa. Me sentía desconcertado y vagamente incómodo. Empecé a esperar el momento de inventar una excusa y marcharme.

Sonó el teléfono. Sally bostezó, cogió el aparato y lo puso en su regazo.

– Al habla, ¿quién es? Sí, soy yo… No… No… No tengo ni idea… ¿Que si de verdad no la tengo?¿Que lo adivine?-Arrugó la nariz:- ¿Eres Erwin? ¿No? ¿Paul? ¿No? Espera un minuto… Déjame ver…

– Tengo que salir ahora mismo corriendo, mi vida -gritó Sally, cuando por fin colgó el teléfono-. ¡Llevo ya casi dos horas de retraso!

– ¿Tienes un nuevo amigo?

Sally ignoró mi sonrisa. Encendió un cigarrillo con una ligera expresión de desagrado.

– Tengo que ver a un individuo para un asunto de negocios -dijo escuetamente.

– ¿Cuándo nos volvemos a ver?

– No lo sé, vida mía… Tengo una porción de cosas estos días. Mañana estaré todo el día en el campo, y puede que el otro también… Ya te lo diré… A lo mejor me marcho a Frankfurt dentro de poco.

– ¿Te han ofrecido trabajo allí?

– No, no es eso -hablaba con cierta impaciencia, como si quisiera terminar con aquel tema-. De todos modos, he decidido no hacer ninguna película hasta este otoño. Quiero tomarme un descanso completo.

– Por lo visto has hecho cantidad de amigos nuevos.

Sally adoptó otra vez una actitud vaga, cuidadosamente casual.

– Sí, me figuro que sí. Probablemente es una reacción después de todos esos meses sin ver un alma, en la pensión de Fräulein Schroeder.

– Bueno -no pude evitar una sonrisa maliciosa-, espero por tu bien que ninguno de tus amigos tuviese el dinero en el Darmstädter und National.

– ¿Por qué?-Se interesó inmediatamente.- ¿Qué ocurre?

– ¿De verdad no estás enterada?

Claro que no. Nunca leo los periódicos y hoy no he salido de casa todavía.

Le conté las noticias de la crisis. Cuando terminé, estaba bastante asustada.

– ¿Pero por qué demonios -exclamó impaciente- no me lo has dicho antes? Puede ser serio.

– Lo siento, Sally. Creí que ya lo sabrías…, sobre todo como ahora parece que te mueves en los círculos financieras…

Pero no hizo caso de mi broma. Tenía el ceño fruncido, como absorta en sus pensamientos.

– Si fuese verdaderamente serio, Leo habría llamado para decirlo.

La idea pareció tranquilizarla.

Bajamos juntos hasta la esquina y allí Sally cogió un taxi.

– Es un incordio vivir tan lejos -dijo-. Probablemente un día de éstos me compraré un coche. Por cierto -añadió en el momento de despedirnos-, qué tal lo has pasado en Ruegen?

– Me he bañado mucho.

– Bueno, mi vida, adiós. Ya nos veremos.

– Adiós, Sally. Que te diviertas.

Una semana después me llamó por teléfono.

– ¿Podrías venir a verme en seguida, Chris? Es muy importante. Quiero que me hagas un favor.

Lo mismo que la otra vez, encontré a Sally sola en el piso.

– ¿Quieres ganar algo de dinero, mi vida?-me dijo nada más saludarme.

– Claro.

– ¡Estupendo! Verás, se trata de lo siguiente… -Llevaba una vaporosa bata encarnada y tenía una tendencia a quedarse sin aliento.- Un individuo que conozco va a lanzar una revista. Algo terriblemente intelectual y artístico, con cantidades de fotografías modernas maravillosas, tinteros y muchachas cabeza abajo, ya conoces el estilo… La cuestión es que cada número piensan dedicarlo a un país, con artículos acerca de las costumbres, y todo eso… Bueno, el primer país va a ser Inglaterra y quieren que yo escriba un artículo sobre la muchacha inglesa… Claro, como yo no tengo la mínima idea de lo que hay que decir, pensé que tú podrías escribir el artículo en nombre mío y quedarte con el dinero; lo único que quiero es quedar bien con el tipo que dirige la revista: me puede ser enormemente útil en otras ocasiones, en el futuro…

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