Minette Walters - La Casa De Hielo

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En el antiguo depósito de hielo de Streech Grange ha aparecido el cadáver, desnudo y tan deteriorado que se hace imposible su identificación, de un hombre. El jefe de la policía local. Walsh. considera que se trata del cuerpo de David Maybury, desaparecido diez años atrás. Walsh, entonces, había culpado a la esposa de aquél, Phoebe. de la desaparición (y posible asesinato) de Maybury, pero no había encontrado pruebas y tuvo que dar el caso por cerrado.
Walsh, ahora, ve de nuevo la ocasión de lanzarse sobre Phoepe: la odia, se dice que porque le rechazo, hasta el punto de que no puede distinguir lo personal de lo profesional. Solo su subordinado, el sargento McLoughlin, intenta introducir ecuanimidad en una investigación que había de deparar muchas sorpresas
La casa del hielo es una novela de intriga en un ambiente de tensión, cerrado, claustrofóbico. Una obra singular, apasionante… y dentro de la mejor tradición inglesa del género.

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– ¿Qué señoras? -preguntó insolentemente- ¿Se refiere a las tortilleras?

La voz de Barnes, sin acento, interesó a McLoughlin. Todos los gritos de la batalla sobre el césped tenían las vocales ahogadas de la clase trabajadora. Con un ligero movimiento de cabeza hizo que Diana se quedara callada.

– Me refería a la señora Maybury y a sus amigas -dijo con el mismo tono de voz imperturbable-. ¿Qué es lo que os han hecho en alguna ocasión? -escudriñó la serie de caras insensibles-. Muy bien, de momento se os acusará de agresión con agravante al propietario de Streech Grange.

– Nunca la tocamos -se quejó Eddie Staines.

– Cállate -dijo Barnes.

– ¿Nunca tocasteis a quién?

– A ella. La señora Maybury.

– Yo no dije que lo hicierais.

– ¿Qué era, entonces, toda esa mierda de agresión con agravante?

– Ella no es la propietaria de Streech Grange -señaló McLoughlin-. El señor Jonathan Maybury y su hermana son los dueños de Streech.

– ¡Oh! -Eddie frunció el ceño-. Creíamos que era de la tortillera.

McLoughlin enarcó una ceja.

– ¿Se refiere a la señora Maybury?

– ¿Es usted tonto o qué?

– Eso -murmuró pacíficamente McLoughlin- parecería que es su privilegio. Eddie Staines, ¿verdad?

– Sí.

– Cierra tu bocaza, mierda ignorante -chirrió Barnes con los dientes apretados.

Un destello frío iluminó los ojos de McLoughlin.

– Bueno, bueno, Paddy tenía razón. Es el pequeño y presuntuoso patán quien manda. ¿Y qué es lo que le pasa?

– Su madre -fue la respuesta lacónica de Paddy.

El chico le lanzó una mirada asesina.

Paddy se encogió de hombros con indiferencia.

– Lo siento por tí, muchacho. Si hubieras tenido la mitad del sentido común de tu hermana, te las habrías arreglado bien. Habrías hecho un corte de mangas a esa estúpida zorra y a sus retorcidas ambiciones y habrías conservado el juicio. Intenta preguntarte quién se tira a Emma realmente cuando viene aquí arriba y se abre de piernas -miró a McLoughlin-. ¿Ha oído alguna vez la expresión «un mendigo a caballo»? Un mendigo consigue un poco de dinero, se compra un caballo para salir de la miseria, sólo para acabar descubriendo que no sabe montar al maldito animal. Ésa es Dilys Barnes. Vino como agricultora cuando apuntó demasiado alto y se trasladó a Streech. No había ningún daño en ello, por supuesto. Éste es un país libre. Pero si tiene un poco de sentido común, uno no trata a una parte del pueblo como si fuera una porquería porque cree que está por debajo mientras lame los culos de la otra parte y esgrime el propio árbol familiar dolorosamente vacío bajo sus narices. De ese modo, se gana la antipatía de todos.

La cara de Peter se torció desagradablemente.

– ¡Cabrón! -siseó.

Paddy no hizo caso.

– La gente se rió de ella, desde luego. La escalada social es un deporte para espectadores en un pueblo como éste y a Dilys nunca se le dio bien -se acarició la barbilla-. Es una mujer nada inteligente. No entendió la primera norma, que la clase es inversamente proporcional a su pertinencia -sus ojos parpadearon hacia Peter-. Necesitarás una traducción, muchacho. Cuanto más distinguido se es, menos se tiene que hablar de ello.

Barnes cerró los puños.

– Jódete, Paddy. ¡Irlandés de mierda!, eso es lo único que eres.

Momentáneamente, McLoughlin tuvo la extraña impresión de que el chico estaba pasándoselo bien. Una carcajada profunda retumbó en la garganta de Paddy.

– Lo tomaré como un cumplido, muchacho. Hace mucho tiempo que no reconocían mi origen irlandés -esquivó un puño volador-. ¡Dios! -dijo malhumoradamente-. Eres aún más estúpido que tu madre, a pesar de tu fina educación y de las engreídas ideas que te ha imbuido -señaló con un dedo a Phoebe-. Es culpa suya, mujer. Hizo que fuera el hazmerreír, créame, eso no se le hace a las Dilys Barnes de este mundo. Tiene un callo venenoso en su alma para cada feo, cierto o imaginado, que ha sufrido, y el más grande y venenoso es el que usted le hizo. Y Dilys ha alimentado con grandes cantidades de veneno a este pequeño canalla.

Phoebe lo miró con asombro.

– Apenas la conozco. Montó una escena junto al estanque del pueblo, pero yo estaba demasiado furiosa para reír.

– Fue por algo que pasó antes de que desapareciera David -dijo Paddy-. Él causó el verdadero daño. Repitió la historia en el pub y se difundió por todo el pueblo en un decir Jesús.

Phoebe lo miró fijamente sin comprender y negó con la cabeza. Paddy alargó la mano para rascar las orejas del viejo labrador que estaba estirado a sus pies.

– Cuando Benson era poco más que un cachorro, Dilys lo pilló jodiendo a su perrita pequinés -sus ojos brillaron-. Le lanzó un discurso por teléfono por no controlarlo.

– Oh, ¡por Dios! -Phoebe aplaudió con las manos en su cara-. No puede ser por el malentendido de Barnes. Pero era una broma -protestó-. No me va a decir que se lo tomó personalmente. Me estaba refiriendo a su pequinés. La maldita estaba en celo y la dejaba suelta, apestando a feromonas.

La gran risotada de Paddy retumbó en la habitación, mezclando la cantidad elevada de adrenalina con las palabras al aire. La voz de Phoebe tembló.

– Todo fue culpa suya de todos modos. No dejaba de llamar a Benson «sucio perro» -bastante inconscientemente, adoptó el tono refinado de Dilys Barnes-. «Su sucio perro debería tener vergüenza, señora Maybury.» Dios, fue divertido. No sabía cómo decir que Benson había jodido a su espantosa perra -se secó los ojos en la manga-. Así pues, le dije que lo sentía mucho pero, como sabía mejor que yo, no se podía evitar que los perros sucios husmearan en bares apestosos -levantó la vista, se encontró con la mirada de Diana y se rió en voz alta. La habitación tembló.

Eddie Staines, no demasiado listo pero con un sentido del humor bien desarrollado, sonrió abiertamente.

– ¡Ésa sí que es buena! No lo había oído antes. ¿Por eso es que le llaman al viejo Barnes «el sucio perro»? ¡Claro! -se dobló cuando Peter Barnes, sin avisar, hizo balancear el pie calzado con bota y le dio una patada en la ingle-. ¡Ah! ¡Mierda! -retrocedió, agarrándose los huevos.

McLoughlin observó esta pequeña ocurrencia con indiferencia divertida.

– ¿Y probablemente ella cargó con lo de «apestosa»? -le dijo a Paddy.

El hombretón sonrió burlonamente.

– Durante uno o dos meses, quizá. Por lo que recuerdo, «sucio perro» se le pegó a Tony más tiempo que «apestosa Barnes» a Dilys, pero el daño estaba hecho. Se toma a sí misma demasiado en serio, ¿entiende? Cuando uno se consume de ambición frustrada, no hay lugar para el humor -sus ojos descansaron en el rostro joven y amargo del chico-. La respetabilidad -dijo con fuerte ironía- es una enfermedad en Dilys. Y en éste, también. No admiten que se rían de ellos.

Y hasta allí, McLoughlin lo sabía, era hasta donde Paddy podía conducirle. Había sospechado lo suficiente de Peter Barnes para incriminarlo, pero carecía de pruebas de que había atacado a Anne, así como tampoco tenía pruebas de que Dilys inició toda la calumnia contra Phoebe.

– Es demasiado astuta -había dicho aquella mañana-.Todo un carácter. Patológicamente celosa. Del tipo de personas que uno se encuentra de cuando en cuando. Normalmente son mujeres, invariablemente inadaptadas, cuyo rencor siempre se dirige en contra de su propio sexo porque ése es el sexo del cual están celosas. Son completamente malintencionadas. La mayoría de veces, el blanco es su propia hija.

– ¿Y por qué escoger a la señora Maybury? -había preguntado McLoughlin.

– Porque ella fue la primera lady de Streech y ustedes, animales, la dejaron caer en la mierda. Durante diez años, Dilys se ha estado meando porque puede mirar por encima del hombro a la señora Maybury de Streech Grange. Dios sabe que nunca lo iba a hacer de otra manera.

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