Los músculos de los muslos le dolían por la tensión de avanzar en cuclillas. Los ojos empezaban a escocerle por el sudor. Y al acercarse al giro en el túnel, vio que la luz cambiaba y volvía a cambiar y supo que eso lo causaba la ondulación de una llama. La luz de una vela.
A un metro y medio de la curva, Bosch se detuvo, se apoyó sobre los talones y escuchó. Le pareció oír sirenas a su espalda. Los refuerzos estaban en camino. Trató de concentrarse en lo que oía por delante en el túnel, pero sólo era el sonido intermitente del llanto de la mujer.
Se enderezó y empezó a avanzar de nuevo. Casi inmediatamente la luz de delante se apagó y el lloriqueo cobró renovada energía y urgencia.
Bosch se quedó inmóvil. Luego oyó una risa nerviosa delante seguida por la familiar voz de Raynard Waits.
– ¿Es usted, detective Bosch? Bienvenido a mi zorrera.
Hubo más risas, pero luego nada. Bosch esperó diez segundos. Waits no dijo nada más.
– ¿Waits? Suéltela. Mándamela.
– No, Bosch. Ahora está conmigo. Al que entre aquí, lo mato. Me he guardado la última bala para mí.
– No, Waits. Escuche. Sólo déjela salir y entraré yo. Haremos un canje.
– No, Bosch. Me gusta la situación tal y como está.
– Entonces, ¿qué estamos haciendo? Hemos de hablar y ha de salvarse. No queda mucho tiempo. Suelte a la chica.
Al cabo de unos segundos surgió la voz de la oscuridad.
– ¿Salvarme de qué? ¿Para qué?
Los músculos de Bosch estaban a punto de acalambrarse. Cuidadosamente descendió hasta quedar sentado con la espalda apoyada en el lado derecho del túnel. Estaba seguro de que la luz de vela procedía de la izquierda. El túnel se doblaba hacia la izquierda. Mantuvo la pistola levantada, pero ahora la empuñaba con las muñecas cruzadas y con la linterna igualmente levantada y a punto.
– No hay escapatoria -dijo-. Ríndase y salga. Su trato sigue en pie. No ha de morir. Y la chica tampoco.
– No me importa morir, Bosch. Por eso estoy aquí. Porque no me importa una mierda. Sólo quería que fuera en mis propios términos. No en los del estado ni en los de nadie. Sólo en los míos.
Bosch se fijó en que la mujer se había quedado en silencio. Se preguntó qué habría pasado. ¿La había silenciado Waits? ¿O la habría…?
– ¿Qué pasa, Waits? ¿Está ella bien?
– Se ha desmayado. Demasiada excitación, supongo.
El asesino rio y luego se quedó en silencio. Bosch decidió que tenía que mantener a Waits hablando. Si estaba entretenido con Bosch, estaría distraído respecto a la mujer y a lo que sin duda se estaba preparando fuera del túnel.
– Sé quién es -dijo en voz baja.
Waits no mordió el anzuelo. Bosch lo intentó otra vez.
– Robert Foxworth. Hijo de Rosemary Foxworth. Educado por el condado. Casas de acogida, orfanatos. Vivió aquí con los Saxon. Durante un tiempo vivió en el orfanato McLaren en El Monte. Yo también, Robert.
La información de Bosch fue recibida con un largo silencio. Pero al cabo de unos segundos surgió una voz calmada de la oscuridad.
– Yo ya no soy Robert Foxworth.
– Entiendo.
– Odiaba ese sitio. McLaren. Los odiaba todos.
– Lo cerraron hace un par de años. Después de que muriera un chico allí.
– Que se jodan y a la mierda ese sitio. ¿Cómo encontró a Robert Foxworth?
Bosch sintió que la conversación iba tomando ritmo. Comprendió el pie que Waits le estaba dando al hablar de Robert Foxworth en tercera persona. Ahora era Raynard Waits.
– No fue muy difícil -respondió Bosch-. Lo descubrimos por el caso Fitzpatrick. Encontramos el recibo de empeño en los registros y coincidía con las fechas de nacimiento. ¿Qué era ese medallón que empeñó?
Un largo silencio precedió a la respuesta.
– Era de Rosemary. Era lo único que Robert tenía de ella. Tuvo que empeñarlo, y cuando volvió a recuperarlo ese cerdo de Fitzpatrick ya lo había vendido.
Bosch asintió con la cabeza. Waits estaba respondiendo preguntas, pero no había mucho tiempo. Decidió saltar al presente.
– Raynard, hábleme de la trampa. Hábleme de Olivas y O'Shea.
Sólo hubo silencio. Bosch lo intentó otra vez.
– Lo utilizaron. O'Shea lo utilizó y va a salir airoso. ¿Es lo que quiere? ¿Usted muere en este agujero y él se va tan campante?
Bosch dejó la linterna en el suelo para poder enjugarse el sudor de los ojos. Acto seguido tuvo que palpar en el suelo para encontrarla.
– No puedo darle a O'Shea ni a Olivas -dijo Waits en la oscuridad.
Bosch no lo entendió. ¿Se había equivocado? Volvió sobre sus pasos en su mente y empezó desde el principio.
– ¿Mató a Marie Gesto?
Hubo un largo silencio.
– No -dijo finalmente Waits.
– Entonces, ¿cómo lo organizaron? ¿Cómo podía saber dónde…?
– Piénselo, Bosch. No son estúpidos. No iban a comunicarse directamente conmigo.
Bosch asintió. Lo comprendió.
– Maury Swann -dijo-. Él se ocupó del trato. Cuéntemelo.
– ¿Qué quiere que le cuente? Era una trampa, Bosch. Dijo que todo estaba montado para que usted creyera. Dijo que estaba molestando a la gente equivocada y había que convencerlo.
– ¿Qué gente?
– Eso no me lo dijo.
– ¿Fue Maury Swann quien lo dijo?
– Sí, pero no importa. No podrá cogerlo tampoco a él. Esto es comunicación entre un abogado y su cliente. No puede tocarlo. Es privilegiado. Además, sería mi palabra contra la suya. No iría a ninguna parte y lo sabe.
Bosch lo sabía. Maury Swann era un abogado duro y un miembro respetado de la judicatura. También era encantador con los medios. No había forma de ir tras él sólo con la palabra de un cliente criminal, un asesino en serie por si fuera poco. Había sido una jugada maestra de O'Shea y Olivas usarlo a él de intermediario.
– No me importa -dijo Bosch-. Quiero saber cómo se hizo todo. Cuéntemelo.
Hubo un largo silencio antes de que Waits respondiera.
– Swann fue a verlos con la idea de hacer un trato. Yo aclaraba los casos a cambio de mi vida. Lo hizo sin mi conocimiento. Si me lo hubiera preguntado, le habría dicho que no se molestara. Prefiero la inyección que cuarenta años en una celda. Usted lo entiende, Bosch. Es un tipo de ojo por ojo. Me gusta eso de usted, lo crea o no.
Lo dejó ahí, y Bosch tuvo que incitarlo otra vez.
– Entonces, ¿qué ocurrió?
– Una noche que estaba en la celda me llevaron a la sala de abogados y allí estaba Maury. Me contó que había un trato sobre la mesa. Pero dijo que sólo funcionaría si me comía otro marrón, si admitía haber cometido otro crimen. Me dijo que habría una expedición y que tendría que conducir a cierto detective hasta el cadáver. Había que convencer a ese detective y la única forma de hacerlo era llevarlo hasta el cadáver. Ese detective era usted, Bosch.
– Y dijo que sí.
– Cuando dijo que habría una expedición dije que sí. Esa era la única razón. Significaba luz del día. Vi una ocasión en la luz del día.
– ¿Y le hicieron creer que esta oferta, este trato, procedía directamente de Olivas y O'Shea?
– ¿De quién si no?
– ¿Maury Swann los mencionó alguna vez en relación con el trato?
– Dijo que era lo que querían que hiciera. Dijo que procedía directamente de ellos. Que no harían un trato si no me comía el marrón. Tenía que añadir a Gesto y llevarle a usted hasta ella o no había trato. ¿Lo entiende?
Bosch asintió con la cabeza.
– Sí.
Sintió que se le calentaba la cara de ira. Trató de canalizarla, de dejarla a un lado para que estuviera lista para usarla, pero no en ese momento.
– ¿Cómo supo los detalles que me dio durante la confesión?
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