– Harry, el garaje.
Bosch bajó su foco y localizó el garaje. El sol se había movido detrás de una nube y el brillo había caído de la línea de ventanas a los paneles superiores de las puertas del garaje. Bosch vio el hallazgo de Rachel. A través de las ventanas de la única puerta que todavía parecía operativa vio la parte posterior de una furgoneta blanca.
– He oído que anoche usaron una furgoneta blanca en el rapto -dijo Walling.
– Eso mismo he oído yo. Está en la orden de busca y captura.
Bosch estaba nervioso. Una furgoneta blanca en la casa en la que había vivido Raynard Waits.
– ¡Eso es! -dijo en voz alta-. Ha de estar ahí con la chica, Rachel. ¡Hemos de irnos!
Se levantaron y corrieron hacia el ascensor.
Debatieron sobre la posibilidad de pedir refuerzos mientras salían a toda velocidad del garaje de la compañía de agua y electricidad. Walling quería esperar refuerzos. Bosch no.
– Mira, lo único que tenemos es una furgoneta blanca -dijo-. Podría estar en esa casa, pero podría no estar. Si irrumpimos ahí con las tropas, podemos perderlo. Así que lo único que quiero es asegurarme desde más cerca. Podemos pedir refuerzos cuando estemos allí. Si los necesitamos.
Bosch creía que su punto de vista era ciertamente razonable, pero también lo era el de Walling.
– ¿Y si está allí? -preguntó-. Nosotros dos podríamos meternos en una emboscada. Necesitamos al menos un equipo de refuerzo, Harry, para hacer esto de forma correcta y segura.
– Llamaremos cuando lleguemos allí.
– Entonces será demasiado tarde. Sé lo que estás haciendo. Quieres a este tipo para ti y no te importa poner en peligro a la chica ni a nosotros para conseguirlo.
– ¿Quieres quedarte, Rachel?
– No, no quiero quedarme.
– Bien, porque yo quiero que estés ahí.
Decisión tomada, zanjaron la discusión. Figueroa Street discurría por detrás del edificio de la compañía de agua y electricidad. Bosch la tomó hacia el este por debajo de la autovía 101, cruzó Sunset y continuó en la misma calle, que serpenteaba en dirección este por debajo de la autovía 101. Figueroa Street se convirtió en Figueroa Terrace, y siguieron hasta donde terminaba y Figueroa Lane se curvaba trepándose a la cresta de la ladera. Bosch aparcó el coche antes de iniciar el ascenso por Figueroa Lane.
– Subimos caminando y nos mantenemos cerca de la línea de garajes hasta que lleguemos al 710 -dijo-. Si nos quedamos cerca, no tendrá ángulo para vernos desde la casa.
– ¿Y si no está dentro? ¿Y si está esperándonos en el garaje?
– Pues nos ocuparemos de eso. Primero descartamos el garaje y luego subimos por la escalera hasta la casa.
– Las casas están en la ladera. Hemos de cruzar la calle de todas todas.
Bosch la miró por encima del techo del coche al salir.
– Rachel, ¿estás conmigo o no?
– Te he dicho que estoy contigo.
– Entonces vamos.
Bosch bajo del Mustang y empezaron a trotar por la acera hacia la colina. Sacó el móvil y lo apagó para que no vibrara cuando estuvieran colándose en la casa.
Estaba resoplando cuando llegaron a la cima. Rachel estaba justo detrás de él y no mostraba el mismo nivel de falta de oxígeno. Bosch no había fumado en años, pero el daño de veinticinco años de nicotina ya estaba hecho.
El único momento en que quedaban expuestos a la casa rosa del final de la calle llegó cuando alcanzaron la cima y tuvieron que cruzar a los garajes que se extendían en el lado este de la calle. Caminaron ese tramo. Bosch agarró a Walling del brazo y le susurró al oído.
– Te estoy usando para taparme la cara -dijo-. A mí me ha visto, pero a ti no.
– No importa -dijo ella cuando cruzaron-. Si nos ve, puedes contar con que sabe lo que está pasando.
Bosch no hizo caso de la advertencia y empezó a avanzar por delante de los garajes, que estaban construidos a lo largo de la acera. Llegaron rápidamente al 710 y Bosch se acercó al panel de ventanas que estaba encima de una de las puertas. Ahuecando las manos contra el cristal sucio, miró y vio que en el interior estaban la furgoneta y cajas apiladas, barriles y otros trastos. No percibió movimiento ni sonido alguno. Había una puerta cerrada en la pared del fondo del garaje.
Se acercó a la puerta de peatones del garaje e intentó abrirla.
– Cerrada -susurró.
Retrocedió y miró las dos puertas abatibles. Rachel estaba ahora junto a la puerta más alejada, inclinándose para oír ruidos del interior. Miró a Bosch y negó con la cabeza. Nada. Bosch miró hacia abajo y vio un tirador en la parte inferior de cada puerta abatible, pero no había un mecanismo exterior de cierre. Se agachó, agarró el primer tirador y trató de abrir la puerta. Ésta cedió un par de centímetros y luego se detuvo. Estaba cerrada por dentro. Lo intentó con la segunda puerta y obtuvo el mismo resultado. La puerta cedió unos centímetros, pero se detuvo. Por el mínimo movimiento que permitía cada puerta, Bosch supuso que estaban aseguradas por dentro con candados.
Bosch se levantó y miró a Rachel. Negó con la cabeza y señaló hacia arriba, dando a entender que era hora de subir a la casa.
Se acercaron a la escalera de hormigón y empezaron a subir en silencio. Bosch iba delante y se detuvo a cuatro peldaños del final. Se agachó y trató de contener la respiración. Miró a Rachel. Sabía que estaban improvisando. Él estaba improvisando. No había forma de acercarse a la casa, salvo ir directamente a la puerta delantera.
Dio la espalda a Rachel y estudió las ventanas una por una. No vio movimiento, pero le pareció oír el ruido de una televisión o una radio en el interior. Sacó la pistola -era una de repuesto que había sacado del armario del pasillo esa mañana- y abordó los peldaños finales, sosteniendo el arma a un costado mientras cruzaba en silencio el porche hasta la puerta delantera.
Bosch sabía que no era precisa una orden de registro. Waits había raptado a una mujer y la naturaleza de vida o muerte de la situación sin duda justificaba entrar sin llamar. Puso la mano en el pomo y lo giró. La puerta no estaba cerrada.
Bosch abrió lentamente, fijándose en que había una rampa de cinco centímetros colocada encima del umbral para subir una silla de ruedas. Cuando la puerta se abrió, el sonido de la radio se hizo más alto. Era una emisora evangelista, un hombre que hablaba del éxtasis inminente.
Entraron en el recibidor de la casa. A la derecha se abría un salón comedor. Directamente delante, a través de una abertura en arco, se hallaba la cocina. Un pasillo situado a la izquierda conducía al resto de las dependencias de la casa. Sin mirar a Rachel, Bosch señaló a la derecha, lo cual significaba que ella fuera hacia allí mientras él avanzaba y confirmaba que no había nadie en la cocina antes de tomar el pasillo hacia a la izquierda.
Al llegar a la entrada en arco, Bosch miró a Rachel y la vio avanzando por la sala de estar, con el arma levantada y sujetada con las dos manos. Él entró en la cocina y vio que estaba limpia y pulida, sin un plato en el fregadero. La radio estaba en la encimera. El predicador estaba diciendo a sus oyentes que aquellos que no creyeran quedarían atrás.
Había otro arco que conducía de la cocina al comedor. Rachel pasó a través de él, levantó el cañón de la pistola hacia el techo cuando vio a Bosch y negó con la cabeza.
Nada.
Eso dejaba el pasillo que conducía a las habitaciones y al resto de la casa. Bosch se volvió y regresó al recibidor pasando bajo el paso en arco. Al volverse hacia el pasillo se sorprendió al ver en el umbral a una mujer anciana en una silla de ruedas. En su regazo tenía un revólver de cañón largo. Parecía demasiado pesado para que su brazo frágil lo empuñara.
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