– ¿Como qué?
– Mucha rabia hacia las mujeres. Mujeres jóvenes promiscuas. Prostitutas, drogadictas. ¿Sabes cuál es la psicología aquí? ¿Sabes lo que creo que terminó haciendo?
– No y no. ¿Qué?
– Estaba matando a su madre una y otra vez. ¿Todas esas mujeres y chicas desaparecidas que le han colgado, la última anoche? Para él eran como su madre. Y quería matarlas por haberle abandonado. Y quizá matarlas antes de que hicieran lo mismo, traer un hijo al mundo.
Bosch asintió.
– Es un bonito trabajo de psiquiatra exprés. Si tuviéramos tiempo, probablemente también podrías averiguar cuál era el dibujo de su babero. Pero ella no lo abandonó. Le retiraron la custodia.
Walling negó con la cabeza.
– No importa -dijo-. Abandono por el estilo de vida. El estado no tuvo más alternativa que intervenir y retirarle la custodia. Drogas, prostitución, todo. Al ser una madre inadecuada, ella lo abandonó a estas instituciones profundamente imperfectas donde estuvo atrapado hasta que tuvo la edad suficiente para caminar solo. En su imagen cerebral, eso constituía abandono.
Bosch asintió lentamente. Suponía que Rachel tenía razón, pero la situación en su conjunto le hacía sentirse incómodo. Para Bosch era demasiado personal, demasiado semejante a su propio camino. Salvo por algún giro puntual, Bosch y Foxworth habían seguido caminos similares. Foxworth estaba condenado a matar a su madre una y otra vez. Una psiquiatra del departamento de policía le había dicho a Bosch en cierta ocasión que él estaba condenado a resolver el asesinato de su propia madre una y otra vez.
– ¿Qué pasa?
Bosch la miró. Todavía no le había contado a Rachel su propia historia sórdida. No quería que utilizara sus habilidades de profiler con él.
– Nada -dijo-. Sólo estoy pensando.
– Parece que hayas visto un fantasma, Bosch.
Él se encogió de hombros. Walling cerró la carpeta sobre la barra y finalmente levantó el café para tomar un sorbo.
– Y ahora ¿qué? -preguntó.
Bosch la miró un largo momento antes de responder.
– Echo Park -dijo.
– ¿Y refuerzos?
– Primero voy a comprobarlo, luego pediré refuerzos.
Ella asintió.
– Te acompaño.
Cuarta parte. El perro que alimentas
Bosch y Walling usaron el Mustang de Bosch porque les daría al menos un pequeño grado de cobertura comparado con el vehículo federal de Rachel, que clamaba a gritos que pertenecía a una agencia del orden. Condujeron hasta Echo Park, pero no se acercaron a la casa de los Saxon en el 710 de Figueroa Lane. Había un problema. Figueroa Lane era un callejón para dar la vuelta que se extendía a lo largo de una manzana desde Figueroa Terrace y se curvaba por la cresta que había debajo de Chavez Ravine. No había forma de pasar despacio sin llamar la atención. Mi siquiera en un Mustang. Si Waits estaba allí vigilando la llegada de las fuerzas del orden, contaría con la ventaja de verlos primero.
Bosch detuvo el coche en el cruce de Beaudry y Figueroa Terrace, y tamborileó con los dedos en el volante.
– Eligió un buen sitio para el castillo secreto -dijo-. No hay forma de acercarse sin que te detecte. Sobre todo de día.
Rachel asintió.
– Los castillos medievales se construían en las cimas de las colinas por la misma razón.
Bosch miró a su izquierda, hacia el centro de la ciudad, y vio los edificios altos que se cernían sobre las casas de Figueroa Terrace. Uno de los edificios más altos y más cercanos era la sede central de la DWP, la compañía de agua y electricidad. Estaba justo al otro lado de la autovía.
– Tengo una idea -dijo.
Salieron del barrio y volvieron hacia el centro. Bosch entró en el garaje del edificio de la DWP y aparcó en uno de los lugares para visitantes. Abrió el maletero y sacó el equipo de vigilancia que siempre llevaba en el coche. Se trataba de unos prismáticos de alta potencia, una cámara y un saco de dormir enrollado.
– ¿De qué vas a sacar fotos? -preguntó Walling.
– De nada. Pero tiene un teleobjetivo y puedes mirar si quieres, mientras yo uso los prismáticos.
– ¿Y el saco de dormir?
– Puede que tengamos que tumbarnos en el tejado. No quiero que se ensucie tu elegante traje federal.
– No te preocupes por mí. Ocúpate de ti.
– Me preocupa esa chica que raptó Waits. Vamos.
Se dirigieron por la planta del garaje hacia los ascensores.
– ¿Te has fijado en que todavía lo llamas Waits, aunque ahora estamos seguros de que se llama Foxworth? -preguntó ella cuando ya estaban subiendo.
– Sí, me he fijado. Creo que es porque cuando estuvimos cara a cara era Waits. Cuando empezó a disparar era Waits. Y eso se te queda.
Rachel Walling no dijo nada más al respecto, aunque Bosch supuso que tendría alguna interpretación psicológica.
Cuando llegaron al vestíbulo, Bosch fue a la mesa de información, mostró su placa y sus credenciales y pidió ver a un supervisor de seguridad. Le dijo al hombre del mostrador que era urgente.
Al cabo de menos de dos minutos, un hombre negro alto, con pantalones grises y americana azul marino sobre su camisa blanca y corbata, apareció en la puerta y fue directamente hacia ellos. Esta vez tanto Bosch como Walling mostraron sus credenciales y el hombre pareció adecuadamente impresionado por el tándem federal-local.
– Hieronymus -dijo, leyendo la identificación policial de Bosch-. ¿Le llaman Harry?
– Sí.
El hombre tendió la mano y sonrió.
– Jason Edgar. Creo que usted y mi primo fueron compañeros.
Bosch también sonrió, no sólo por la coincidencia, sino porque sabía que contaría con la cooperación del vigilante. Se puso el saco de dormir debajo del otro brazo y le estrechó la mano.
– Sí. Jerry me dijo que tenía un primo en la compañía de agua. Recuerdo que le pasaba información a Jerry cuando la necesitábamos. Encantado de conocerle.
– Igualmente. ¿Qué tenemos aquí? Si el FBI está implicado ¿estamos hablando de una situación de terrorismo?
Rachel levantó la mano en un gesto de calma.
– No es eso -dijo.
– Jason, sólo estamos buscando un sitio desde donde podamos vigilar un barrio del otro lado de la autovía, en Echo Park. Hay una casa en la que estamos interesados y no podemos acercarnos sin ser vistos, ¿me explico? Estábamos pensando que quizá desde una de las oficinas de aquí o desde el tejado podríamos disponer de un buen ángulo y ver qué ocurre allí.
– Tengo el mejor lugar -dijo Edgar sin dudarlo-. Síganme.
Los condujo de nuevo a los ascensores y tuvo que usar una llave para que se encendiera el botón de la decimoquinta planta. En el trayecto de subida explicó que se estaba llevando a cabo una renovación completa del edificio. En ese momento las obras se habían trasladado a la planta 15. La planta había sido vaciada y permanecía así a la espera de que viniera el contratista a reconstruirla según el plan de renovación.
– Tienen toda la planta para ustedes -dijo-. Elijan el ángulo que quieran para un PO.
Bosch asintió. PO, punto de observación. Eso le dijo algo de Jason Edgar.
– ¿Dónde sirvió? -preguntó.
– Marines. «Tormenta del Desierto», todo el cotarro. Por eso no me uní al departamento. Ya tuve suficiente de zonas de guerra. Este trabajo es muy de nueve a cinco, menos estrés y lo bastante interesante, ya me entiende.
Bosch no lo entendía, pero asintió de todos modos. Las puertas del ascensor se abrieron y salieron a una planta que iba de pared a pared exterior de cristal. Edgar los condujo hacia el ventanal que daba a Echo Park.
– ¿Cuál es el caso? -preguntó mientras se aproximaban.
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