Michael Connelly
Echo Park
Echo Park (2006)
Harry Bosch 12
Dedicado a Jane Wood, que mantiene a Harry Bosch bien alimentado y cerca del
Corazón. Muchas, muchas gracias.
1993
Era el coche que habían estado buscando. Faltaba la placa de matrícula, pero Harry Bosch no tenía ninguna duda: un Honda Accord de 1987, con la pintura granate descolorida por el sol. Lo habían puesto al día en 1992 con la pegatina verde de la campaña Clinton en el parachoques, y ahora incluso eso estaba descolorido. El adhesivo lo fabricaron con tinta barata cuando aún faltaba tiempo para las elecciones, sin intención de que durara. Estaba aparcado en un garaje de una plaza tan estrecho que Bosch se preguntó cómo se las habría arreglado el conductor para salir. Sabía que tendría que decirle al equipo de investigación forense que pusiera especial atención al buscar huellas en el exterior del coche y en la pared interior del garaje. La gente del departamento se enfurecería por el comentario, pero si se callaba, se quedaría preocupado.
El garaje tenía una puerta basculante con tirador de aluminio. No era un buen material para obtener huellas, y Bosch se lo indicaría también a los forenses.
– ¿Quién lo encontró? -preguntó a los agentes de patrulla.
Acababan de colocar la cinta amarilla en la entrada del callejón, que estaba formado por dos filas de garajes individuales a ambos lados de la calle, así como en la entrada del complejo de apartamentos High Tower.
– El casero -replicó el agente de más edad-. El garaje pertenece a un apartamento que está desocupado, así que debería estar vacío. Hace un par de días lo abre porque ha de guardar muebles y trastos y ve el coche. Piensa que quizás es de alguien que está visitando a un inquilino, así que deja pasar unos días, pero al ver que el coche sigue allí empieza a preguntar a los residentes. Nadie conoce el coche, nadie sabe de quién es. Así que nos llama porque empieza a pensar que podría ser robado, dado que faltan las placas de matrícula. Mi compañero y yo teníamos la orden de búsqueda de Gesto en la visera del coche patrulla. En cuanto llegamos aquí lo entendimos enseguida.
Bosch asintió con la cabeza y se acercó al garaje. Respiró profundamente por la nariz. Marie Gesto llevaba diez días desaparecida. Si estaba en el maletero, lo sabría por el olor. Su compañero Jerry Edgar se unió a él.
– ¿Algo? -preguntó.
– No lo creo.
– Bien.
– ¿Bien?
– No me gustan los casos de maletero.
– Al menos tendríamos a la víctima para trabajar.
Era sólo parloteo mientras Bosch escrutaba el coche, buscando algo que pudiera ayudarles. Al no ver nada, sacó un par de guantes de látex del bolsillo del abrigo, los sopló como globos para extender la goma y se los puso. Levantó los brazos como un cirujano que accede a una sala de operaciones y se colocó de lado para entrar en el garaje y acercarse a la puerta del conductor sin tocar ni alterar nada.
Bosch se adentró en la oscuridad de la cochera. Se apartó unas telarañas de la cara. Volvió a salir y preguntó al agente de patrulla si podía prestarle la linterna Maglite que éste llevaba en el cinturón. De nuevo en el garaje, la encendió y enfocó el haz de luz a las ventanas del Honda. Lo primero que inspeccionó fue el asiento de atrás, donde vio las botas de montar y el casco. Había una bolsa pequeña de plástico junto a las botas con el logo del supermercado Mayfair. No tenía forma de saber lo que había en la bolsa, pero comprendió que eso abría una vía de investigación en la cual no habían pensado antes.
Siguió avanzando. En el asiento del pasajero se fijó en una pequeña pila de ropa bien doblada encima de un par de zapatillas de correr. Reconoció los tejanos y la camiseta de manga larga: era la ropa que vestía Marie Gesto la última vez que la vieron unos testigos, mientras se dirigía a Beachwood Canyon para montar a caballo. Encima de la camiseta había unos calcetines cuidadosamente doblados, unas bragas y un sujetador. Bosch sintió el golpe seco del terror en el pecho. No porque tomara la ropa como confirmación de que Marie Gesto estaba muerta -instintivamente ya lo sabía; todo el mundo lo sabía, incluso los padres, que aparecieron en televisión rogando por el regreso de su hija sana y salva. Era la razón por la que el caso, originalmente de Personas Desaparecidas, se había reasignado a Homicidios de Hollywood-: fue la ropa lo que impresionó a Bosch. La forma en que estaba tan meticulosamente doblada. ¿Lo hizo ella? ¿O lo había hecho quien se la había llevado de este mundo? Lo que siempre le inquietaba, lo que llenaba de terror su vacío interior, eran los detalles.
Después de examinar el resto del vehículo a través del cristal, Bosch salió del garaje con cuidado de no tocar nada.
– ¿Hay algo? -preguntó de nuevo Edgar.
– La ropa. El equipo de montar. Quizás algo de comida. Hay un Mayfair debajo de Beachwood. Puede que pasara de camino a los establos.
Edgar asintió con la cabeza. Una nueva pista a investigar, un lugar donde buscar testigos.
Bosch salió de debajo de la puerta levantada y observó los apartamentos High Tower. Era un lugar único en Hollywood, un complejo de viviendas construidas en el granito de las colinas, detrás del Hollywood Bowl. Eran de estilo streamline y todas estaban conectadas al centro por la esbelta estructura que albergaba el ascensor: la torre que daba nombre a la calle y al complejo. Bosch había vivido una temporada en ese barrio, de niño. Desde su casa, cerca de Camrose, oía las orquestas que ensayaban en el Hollywood Bowl en los días de verano. Desde el tejado se contemplaban los fuegos artificiales del Cuatro de Julio y del final de la temporada. De noche había visto luz tras las ventanas de los apartamentos High Tower. Había visto pasar el ascensor por delante de ellas al subir para dejar a otra persona en su casa. De niño había pensado que vivir en un lugar donde un ascensor te dejaba en casa tenía que ser el summum del lujo.
– ¿ Dónde está el gerente? -le preguntó al agente de patrulla con dos galones en las mangas.
– Ha vuelto a subir. Ha dicho que cojan el ascensor hasta el final y que su casa es la primera al otro lado del pasillo.
– Vale, vamos arriba. Espere aquí al equipo de Forense y a la grúa. No deje que los de la grúa toquen el coche hasta que la gente de Forense eche un vistazo.
– Claro.
El ascensor de la torre era un pequeño cubo que rebotó con el peso de los detectives cuando Edgar abrió la puerta corredera y entraron. La puerta se cerró automáticamente y tuvieron que deslizar asimismo una puerta interior de seguridad. Sólo había dos botones, 1 y 2. Bosch pulsó el 2 y la cabina inició el ascenso dando una sacudida. Era un espacio reducido, con capacidad para cuatro personas a lo sumo antes de que la gente tuviera que empezar a degustar el aliento del vecino.
– ¿Sabes qué? -dijo Edgar-. Aquí nadie tiene piano, eso seguro.
– Brillante deducción, Watson -dijo Bosch.
En el nivel superior abrieron las puertas y salieron a una pasarela de hormigón que estaba suspendida entre la torre y los apartamentos construidos en la ladera. Bosch se volvió y admiró una vista que, más allá de la torre, abarcaba casi todo Hollywood y regalaba la brisa de la montaña. Levantó la mirada y vio un gavilán colirrojo encima de la torre, como si los estuviera observando.
– Vamos -dijo Edgar.
Al volverse, Bosch vio que su compañero señalaba un corto tramo de escaleras que conducía a las puertas del apartamento. Vieron un cartel que ponía Gerente debajo de un timbre. Antes de que llegaran, un hombre delgado y de barba blanca abrió la puerta. Se presentó como Milano Kay, el gerente del complejo de apartamentos. Bosch y Edgar mostraron sus placas y le preguntaron si podían ver el piso vacante al cual estaba asignado el garaje con el Honda. Kay los acompañó.
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