– Swann. Los obtuvo de ellos. Dijo que tenían el expediente de la investigación original.
– ¿Y le dijo cómo encontrar el cadáver en el bosque?
– Swann me dijo que había señales en el bosque. Me enseñó fotos y me explicó cómo conducir a todo el mundo hasta allí. Era fácil. La noche antes de mi confesión lo estudié todo.
Bosch se quedó en silencio mientras pensaba en la facilidad con que lo habían manipulado. Había querido algo con tanta fuerza y durante tanto tiempo que se había cegado.
– ¿Y usted qué iba a sacar supuestamente de esto, Raynard?
– ¿Se refiere a qué había para mí desde mi punto de vista? Mi vida, Bosch. Me estaban ofreciendo mi vida. Lo tomas o lo dejas. Pero la verdad es que eso no me importaba. Se lo he dicho, Bosch, cuando Maury dijo que habría una expedición supe que habría una oportunidad de escapar… y de visitar mi zorrera una última vez. Con eso me bastaba. No me importaba nada más. Tampoco me importaba morir en el intento.
Bosch trató de pensar en qué preguntar a continuación. Pensó en usar el móvil para llamar al fiscal del distrito o a un juez y que Waits confesara al teléfono. Volvió a bajar la linterna y buscó en su bolsillo, pero recordó que se le había caído el teléfono al saltar para placar a Rachel cuando se desató el tiroteo en el garaje.
– ¿Sigue ahí, detective?
– Aquí estoy. ¿Y Marie Gesto? ¿Le dijo Swann por qué tenía que confesar el asesinato de Marie Gesto?
Waits rio.
– No tenía que hacerlo. Era bastante obvio. Quien matara a Gesto estaba tratando de quitárselo a usted de encima.
– ¿No se mencionó ningún nombre?
– No, ningún nombre.
Bosch negó con la cabeza. No tenía nada. Nada contra O'Shea y nada contra Anthony Garland ni ningún otro. Miró por el túnel en dirección al garaje. No vio nada, pero sabía que habría gente allí. Habían oscurecido aquel extremo para evitar un alumbrado de fondo. Entrarían en cualquier momento.
– ¿Y su fuga? -preguntó para mantener el diálogo en marcha-. ¿Estaba planeada o estaba improvisando?
– Un poco de cada. Me reuní con Swann la noche anterior a la expedición. Me explicó cómo conducirle hasta el cadáver. Me mostró las fotos y me habló de las señales en los árboles y de cómo empezarían cuando llegáramos a un desprendimiento de barro. Dijo que tendríamos que bajar escalando. Fue entonces cuando lo supe. Supe que podría tener una ocasión entonces. Así que le pedí que hiciera que me quitaran las esposas si tenía que escalar. Le dije que no mantendría el trato si tenía que escalar con las manos esposadas.
Bosch recordó a O'Shea imponiéndose a Olivas y diciéndole que le quitara las esposas. La reticencia de Olivas había sido una representación a beneficio de Bosch. Todo había sido un número dedicado a él. Todo era falso y le habían engañado a la perfección.
Bosch oyó el sonido de hombres que reptaban detrás de él en el túnel. Encendió la linterna y los vio. Era el equipo del SWAT. Kevlar negro, rifles automáticos, gafas de visión nocturna. Estaban viniendo. En cualquier momento lanzarían una granada de luz en el túnel. Bosch apagó la linterna. Pensó en la mujer. Sabía que Waits la mataría en el momento en que ellos actuaran.
– ¿Estuvo realmente en McLaren? -preguntó Waits.
– Estuve allí. Fue antes que usted, pero estuve allí. Estaba en el barracón B. Estaba más cerca del campo de béisbol, así que siempre llegábamos los primeros a la hora del recreo y conseguíamos el mejor material.
Era una historia de pertenencia, la mejor que se le ocurrió a Bosch en el momento. Había pasado la mayor parte de su vida tratando de olvidarse de McLaren.
– Quizás estuvo allí, Bosch.
– Estuve.
– Y mírenos ahora. Usted siguió su camino y yo el mío. Supongo que alimenté al perro equivocado.
– ¿Qué quiere decir? ¿Qué perro?
– ¿No lo recuerda? En McLaren siempre nos decían que todos los hombres tienen dos perros dentro. Uno bueno y el otro malo. Luchan todo el tiempo porque sólo uno puede ser el perro alfa, el que manda.
– ¿Y?
– Y el que gana es siempre el perro que tú has elegido alimentar. Yo alimenté al malo. Usted alimentó al bueno.
Bosch no sabía qué decir. Oyó un clic detrás de él en el túnel. Iban a lanzar la granada. Se incorporó rápidamente, con la esperanza de que no le dispararan por la espalda.
– Waits, voy a entrar.
– No, Bosch.
– Le daré mi pistola. Mire la luz. Le daré mi pistola.
Encendió la linterna y pasó el haz de luz por la curva que tenía delante. Avanzó y cuando llegó a la curva extendió la mano izquierda en el cono de luz. Sostuvo la pistola por el cañón para que Waits viera que no constituía ninguna amenaza.
– Ahora voy a entrar.
Bosch dobló la curva y entró en la cámara final del túnel. El espacio tenía al menos tres metros y medio de ancho, pero no era lo suficientemente alto para permanecer de pie. Se dejó caer de rodillas e hizo un movimiento de barrido con la linterna por toda la cámara. El tenue haz ámbar reveló una visión espantosa de huesos, calaveras y carne y cabello en descomposición. El hedor era insoportable y Bosch tuvo que contener las náuseas.
El haz de luz enfocó el rostro del hombre que Bosch había conocido como Raynard Waits. Estaba apoyado en la pared más alejada de su zorrera, sentado en lo que parecía un trono excavado en roca y arcilla. A la izquierda, la mujer que había raptado yacía desnuda e inconsciente en una manta. Waits sostuvo el cañón de la pistola de Freddy Olivas en la sien de su rehén.
– Tranquilo -dijo Bosch-. Le daré mi pistola. No le haga más daño.
Waits sonrió, sabiendo que tenía el control absoluto de la situación.
– Bosch, es usted un insensato hasta el final.
Bosch bajó el brazo y arrojó la pistola al lado derecho del trono. Cuando Waits se agachó a recogerla, levantó el cañón de la pistola con la que había estado apuntando a la mujer. Bosch dejó caer la linterna en ese mismo momento y echó la mano atrás, encontrando la empuñadura del revólver que le había quitado a la mujer ciega.
El largo cañón aseguró el tiro. Disparó dos veces, impactando en el centro del pecho de Waits con ambas balas.
Waits cayó de espaldas contra la pared. Bosch vio que sus ojos se abrían desmesuradamente y luego perdían la luz que separa la vida de la muerte. La barbilla de Waits se desplomó y su cabeza se inclinó hacia delante.
Bosch reptó hasta la mujer y le buscó el pulso. Seguía viva. La tapó con la manta sobre la que estaba tumbada. Enseguida gritó a los policías del túnel.
– Soy Bosch, ¡Robos y Homicidios! ¡No disparen! ¡Raynard Waits está muerto!
Una luz brillante destelló alrededor de la esquina en el túnel de la entrada. Era una luz cegadora y sabía que los hombres armados estarían esperando al otro lado.
No importaba, ahora se sentía seguro. Avanzó lentamente hacia la luz.
Después de emerger del túnel, Bosch fue sacado del garaje por dos agentes del SWAT equipados con máscaras de gas. Fue puesto en manos de los miembros de la fuerza especial que esperaban y de otros agentes vinculados con el caso. Randolph y Osani de la UIT también estaban presentes, así como Abel Pratt de la unidad de Casos Abiertos. Bosch miró a su alrededor en busca de Rachel Walling, pero no la vio en la escena.
A continuación sacaron del túnel a la última víctima de Waits. La joven fue conducida a una ambulancia que estaba esperando e inmediatamente transportada al centro médico County-USC para ser evaluada y tratada. Bosch estaba convencido de que su propia imaginación no podría igualar los horrores reales por los que había pasado la joven. Pero sabía que lo importante era que estaba viva.
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