– Mamá, no te preocupes -dijo Rachel con un tono de irritación tal que indujo a Joan a retirarse con rapidez, tan sólo se detuvo un instante para lanzarme una mirada tan compasiva como acusadora.
Con la hoja de un cuchillo, Rachel raspó los residuos de una fuente para echarlos a la basura. La fuente tenía una cenefa azul en el borde, aunque no la conservaría por mucho tiempo si Rachel seguía rascando de ese modo.
– ¿Y bien? ¿Qué pasa? -preguntó. No me miró al hablar.
– Lo mismo podría preguntarte yo.
– ¿A qué te refieres?
– Hoy has tratado a Ángel y Louis con cierta aspereza, ¿no crees? Apenas les has dirigido la palabra. De hecho, tampoco a mí me has hablado mucho que digamos.
– Tal vez si no os hubieseis enclaustrado toda la tarde en tu despacho, habríamos tenido ocasión de hablar.
Era una crítica justa, pese a que habíamos estado en el despacho menos de una hora.
– Lo siento. Ha surgido algo.
Rachel golpeó la fuente contra el borde del fregadero y saltó una pequeña esquirla azul de loza, que fue a caer al suelo.
– ¿Cómo que ha surgido algo? ¡Es el bautizo de tu hija, joder!
En el salón dejaron de oírse voces. Cuando se reanudó la conversación, se notaba más apagada y tensa.
Me acerqué a ella.
– Rach… -empecé a decir.
Levantó las manos y retrocedió.
– No. No te acerques.
Me quedé paralizado. De pronto las manos me parecieron torpes e inservibles. No sabía qué hacer con ellas. Decidí cruzarlas detrás de la espalda y apoyarme en la pared. Era lo más aproximado a un gesto de rendición sin levantarlas por encima de la cabeza u ofrecer el cuello a la hoja del cuchillo. No quería pelearme con Rachel. Era todo demasiado frágil. Al menor tropiezo nos veríamos rodeados de los fragmentos y cascotes de nuestra relación. Sentí que la mano derecha se me pegaba a la pared. Cuando bajé la mirada, vi sangre en la palma, debida al corte con la astilla.
– ¿Qué quería esa mujer? -preguntó Rachel. Con la cabeza gacha, le caían mechones sueltos sobre los ojos y las mejillas. Deseé verle bien la cara. Deseé apartarle el pelo y tocarle la mejilla. Así, con las facciones ocultas, me recordaba demasiado a otra.
– Es la tía de Louis. Su hija ha desaparecido en Nueva York. Creo que ha acudido a Louis como último recurso.
– ¿Louis te ha pedido ayuda?
– No, se la he ofrecido yo.
– ¿A qué se dedica la hija?
– Era prostituta y drogadicta. Su desaparición no será una prioridad para la policía, así que tendrá que buscarla otro.
Rachel se pasó los dedos por el pelo en un gesto de frustración. Esta vez no intentó detenerme cuando me aproximé a ella. Al contrario, no se resistió cuando la estreché y apoyé su cabeza en mi pecho.
– Sólo será un par de días -expliqué-. Walter ha hecho unas cuantas llamadas. Tenemos la pista del chulo. Es posible que la chica esté a salvo en algún sitio, o escondida. A veces las mujeres de la vida se retiran durante una temporada. Ya lo sabes.
Lentamente, me rodeó la espalda y me abrazó.
– Era -susurró.
– ¿Qué?
– Has dicho «era», que era prostituta.
– Sólo es una manera de hablar.
Aún apoyada en mí, movió la cabeza en un gesto de negación para desmentir mis palabras.
– No se trata de eso. Tú ya lo sabes, ¿verdad? No sé cómo lo adivinas, pero creo que cuando ya no hay esperanza tú lo sabes. ¿Cómo puedes vivir con eso? ¿Cómo puedes soportar la tensión de esa certidumbre?
No contesté.
– Tengo miedo -dijo ella-. Por eso no les he dirigido la palabra a Ángel y Louis después del bautizo. Me da miedo lo que representan. Cuando hablamos de que fueran los padrinos de Sam, antes del parto, era como si…, bueno, era como en broma. No es que no quisiera, ni que no lo pensara en serio cuando accedí, pero en ese momento no vi nada malo en ello. Sin embargo hoy, al verlos allí, he pensado que no quería que tuviesen nada que ver con ella, no de esa manera, y al mismo tiempo sé que los dos arriesgarían su vida, sin dudarlo, por salvar a Sam. Harían lo mismo por ti, o por mí. Es sólo que… siento que traen…
– ¿Problemas? -pregunté.
– Sí -susurró-. Su intención no es ésa, pero es así. Los problemas van tras ellos.
En ese momento formulé la pregunta que temía plantearle.
– ¿Y crees que también me persiguen a mí?
La quise por su respuesta, pese a que apareció otra fisura en todo lo que era nuestro.
– Sí -contestó-. Creo que quienes están en apuros te encuentran, pero con ellos llegan los que causan dolor y sufrimiento. -Me estrechó más fuerte entre sus brazos e hincó las uñas en la piel-. Y te quiero por el hecho de que te duele dar la espalda. Te quiero por desear ayudarlos, y he visto cómo has estado estas últimas semanas. Te he visto después de apartarte de alguien a quien creías poder ayudar.
Se refería a Ellis Chambers de Camden, que se había dirigido a mí una semana antes por un asunto relacionado con su hijo. Neil Chambers había estado en tratos con ciertos individuos de Kansas City, y lo tenían bien sujeto entre sus garras. Ellis carecía del dinero necesario para sacarlo del apuro, así que alguien tendría que intervenir en nombre de Neil. Era un trabajo que sólo se resolvería mediante el uso de la fuerza, pero aceptarlo habría implicado alejarme de Sam y Rachel, y también cierto riesgo. Los acreedores de Neil Chambers no eran la clase de personas que aceptaban de buen grado consejos sobre cómo llevar sus asuntos, y en cuanto a sus métodos de intimidación y castigo, no eran lo que se dice sutiles. Además, Kansas City quedaba muy lejos de mi territorio, y le dije a Ellis que quizás esa gente se avendría más a una intervención local que a la implicación de un forastero. Hice averiguaciones y le di unos cuantos nombres, pero percibí su decepción. Para bien o para mal, me había granjeado la reputación de un tipo con quien se podía contar. Ellis esperaba algo más que una recomendación. En el fondo, yo también creí que él merecía más.
– Lo hiciste por mí y por Sam -dijo Rachel-, pero me di cuenta del esfuerzo que representó para ti. Fíjate, ahí tienes el ejemplo: elijas el camino que elijas, será doloroso para ti. Mi única duda era durante cuánto tiempo más podrías seguir dando la espalda a quienes recurren a ti. Supongo que ahora ya lo sé. Ha terminado hoy.
– Rachel, es familia de Louis. ¿Qué podía hacer?
Ella esbozó una triste sonrisa.
– Si no hubiese sido ella, habría sido otra persona. Ya lo sabes.
Le besé la coronilla. Olía a nuestra hija.
– Tu padre ha intentado hablar conmigo en el jardín.
– Seguro que os lo habéis pasado en grande.
– Ha estado genial. Estamos pensando en irnos juntos de vacaciones. -Volví a besarla, y pregunté-: ¿Y nosotros? ¿Estamos bien?
– No lo sé -contestó ella-. Te quiero, pero no lo sé.
Dicho esto me soltó y me dejó solo en la cocina. La oí subir por la escalera, y luego me llegó el crujido de la puerta de nuestra habitación, donde en ese momento dormía Sam. Sabía que Rachel la contemplaba, escuchaba su respiración, velaba para que no le ocurriera ningún mal.
Esa noche oí la voz de la Otra llamarme desde debajo de nuestra ventana, pero no me acerqué al cristal. Y detrás de sus palabras distinguí un coro de voces, susurrantes y lastimeras. Me tapé los oídos y cerré los ojos apretando los párpados con fuerza. Al cabo de un rato me dormí y soñé con un árbol deshojado y gris, sus ramas puntiagudas torcidas hacia dentro, erizadas de espinas, y en la prisión que formaban, tórtolas plañideras aleteaban y chillaban, y en su forcejeo un sonido grave y sibilante se elevaba desde sus alas, y allí donde las espinas les habían traspasado la carne brotaba la sangre entre las plumas. Y dormí mientras un nuevo nombre se grababa en mi corazón.
Читать дальше